Convertirse en mujer

8 1 0
                                    

Silencio. Espera. Miradas a los adultos, gestos tranquilizadores y otra vez la espera.

Eran las siete y media de la mañana y la familia no había empezado a comer. Llevaban 30 minutos esperando que Española arribará por el pasillo y se sentara donde le correspondía. Mas, nada de eso pasaba. Y los niños ya empezaban a protestar.

Antonio volvió a suspirar. Sus pupilas volaron al otro extremo de la mesa y se fundieron con las amatistas en una mirada llena de significado. Ninguno dijo nada, pero el plan había sido acordado, y con esta convicción el padre de tan grande prole se levantó de la mesa de camino al primer piso.

Al llegar a la puerta, puso la mano en el pomo e inmediatamente la retiró: su hija ya no era una niña y tenía que respetar su intimidad, por eso subió su mano derecha y tocó la puerta con suavidadEspañola, ¿estáis ahí?acercó su oreja a la hoja de madera y a través de esta pudo percibir un suave murmullo que provenía del interior—. Entonces, voy a entrar.

—¡No!el nervioso grito le quitó la respiración y lo hizo retroceder—. Por favor padre, no entre—. Ahora sí estaba claramente asustado y desconcertado.

—Hija, ¿qué pasa?

—¡Nada!

—Entonces, ¿por qué no puedo entrar?

—¡Porque no!

Antonio rechinó los dientes, cerró los puños y se trago un exabrupto de angustia. Estaba intentando respetar la intimidad de su hija, pero la paciencia se le estaba acabando a la par que su miedo subía—. Esa no es una razón. ¡Española, dejadme entrar! ¡¿Qué esta pasando allí dentro?!

—Ya le dije que nada. ¡No está pasando nada!

—¡Soy vuestro padre y puedo pasar cuando lo desee!vociferó y puso de nuevo la mano en el pomo, más no se movió

—¡No lo haga!

España dio un puñetazo a la puerta y estaba a punto lanzar un improperio cuando cierto austriaco que se encontraba al final de las escaleras lo detuvo—¿Qué sucede? ¿Por qué esos gritos?susurró entre sorprendido y molesto por el alboroto

—Española no quiere que entre. contestó en el mismo volumen y haciendo aspavientos.

—¡¿Y por qué?!

—¡No sé!

—¡Haced algo! ¡Los niños se están alarmando! ¡Y francamente, yo también!

—¡Y qué queréis que haga!dijo llevando las manos a su cadera preparándose para la discusión.

Austria abrió los ojos y se cruzó de brazos. Irritado, estaba cayendo en la dinámica que su esposo había propuesto y el hambre le impedía verlo.

De repente, una figura preadolescente subiendo segura las escaleras y presentándose delante de español, desterró toda intención de pelea.

—Puerto Rico, ¿qué hacéis...?

—Padre, déjeme hablar con Española. No sabemos qué le pasa ni porqué no quiere abrir la puerta. Sin embargo, soy la hermana más cercana a ella y quizás a mi me escuche.

Fernández vio el decidido brillo en los ojos de su hija. Luego miró a Eldestein, quien le devolvió el gestó y ambos asintieron, acordando un alto al fuego silencioso. España se hizo a un lado para que la chica se colocará en frente de la puerta y la tocara, mientras Austria bajaba para asegurarse de que en el comedor todo siguiera en orden, y volvía a su posición inicial.

El viajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora