Krampus

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Habían pasado casi tres meses desde que los infantes habían arribado a casa. Tres meses en los que los cambios de horario y costumbres, unido a la convivencia de más 20 caracteres tan disimiles, habían costado tal dosis de flexibilidad y paciencia que a más de uno se asombraba que no se hubieran matado o que Austria y España no hubieran huido pretextando una reunión de harta importancia más allá de los Pirineos.

No, después de varios acuerdos, los niños y adultos se habían adaptado bien. Tan maravillosamente bien que las figuras paternas habían perdido su autoridad frente a las colonias: ¿Cuándo Nueva España empezó a torcer el gesto ante las ordenes? ¿O Perú a contradecir los dictámenes? ¿En qué momento Cuba se había vuelto un pícaro? ¿Puerto Rico exigente? ¿La Española cínica? ¿Y Venezuela embustero? Por no hablar de que las alzadas de voz y las amenazas ya no surtían el mismo efecto.

Y no sabían qué más podían hacer, llevaban días discutiéndolo sin éxito y ello les minaba el ánimo a tal punto que esa mañana no eran capaces de imponerse ante la ruptura constante de normas en la mesa. Eldestein puso una mano en su frente abatido y con el filo de cuchillo apuntando a su sien, mientras Fernández buscaba como ahogarse en la sopa del mediodía; ambos implorando al otro con la mirada una salvación o decidiendo partir juntos de este bochinche. Y casi se deciden por lo segundo si no hubiera sido por la interrupción de los hermanos italianos para entregarles sendas cartas.

Roderich, acostumbrado a leer el pomposo lenguaje real captó con mayor rapidez el mensaje, elevó sus ojos al reloj y regaló una enigmática sonrisa a su hastiado esposo—. Niños, parece que mañana será 5 de diciembre. —Hizo una breve pausa para captar la atención de los infantes y de su marido— ¿Sabéis qué significa? —Al ver que todas las colonias negaron con el rostro, complacido, continúo—. Que viene Krampus.

El venezolano conocía ese tono cargado de expectación y autoridad. Conocía esa mirada divertida y exigente que solo dirigía a quienes su dulzura mostraba, de quienes más esperaba. El caribeño sabía que el austriaco quería una respuesta. El austriaco sabía que Venezuela lo sabía, y también estaba seguro de que por mucho que su alumno no deseara contestarle, su curiosidad sería más fuerte; por lo que cuando el niño abrió la boca para preguntar quién era ese Krampus, Eldestein reprimió con tal fuerza la risa que quedó en un suspiro. —Es un ser mitad demonio, mitad cabra. Krampus es un demonio que aparece en la noche del 5 al 6 de diciembre con el fin de azotar a los niños y llevárselos al infierno.

—¿A todos los niños? —preguntó Nicaragua cubriendo los labios con sus manos.

—Solo a los niños malos. Y los que se comportan mal también —agregó al ver que los niños se distendían con el primer mensaje.

—¿Y qué hace con los que se lleva al infierno? —cuestionó titubeante Salvador.

—¡Se los come!

Los dos niños más peleones del imperio dieron un respingo y se abrazaron entre ellos aterrorizados por la mueca torcida y la manera tétrica en la que Austria se acercó a ellos. En ese momento, el reloj dio las ocho de la mañana y con eso todos los menores ordenaron sus cubiertos y servilletas, se levantaron, metieron las sillas y se encaminaron a sus respectivos salones dejando que los sirvientes limpiaran la mesa mientras un confundido español le pedía explicaciones a un austríaco.

Después de la comida, Fernández y Eldestein salieron para acudir a la audiencia, dejando atrás a la enérgica tropa que los italianos habían aprendido a amaestrar a punta de chocolate caliente.

La tarde caía ineludiblemente temprano y el lugar lucía más lúgubre que de costumbre. El viento, que se estrellaba contra la ventana no logró disipar la neblina que había aparecido a media tarde.

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⏰ Última actualización: Oct 03 ⏰

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