Capítulo 1

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La migraña llegó a mí como todas las tardes últimamente. No podía apenas concentrarme en los deberes y ya había agotado todos los remedios caseros de mi abuela.
Me levanté del escritorio y rebusqué en mi bolso, si no recordaba mal debía tener algún Ibuprofeno escondido por ahí. Mi abuela era totalmente contraria a este tipo de medicamentos, siempre decía que no había nada que una infusión no pudiera arreglar... pero cuando a la migraña se refería, ya tenía mis dudas. Lo encontré dentro del bolsillo interior del bolso. Me acerqué a la mesita de noche y me lo tomé con un sorbo de agua.
Me pesaban los párpados y la tenue luz de la mesita comenzaba a molestarme seriamente. La apagué y me estiré en la cama, apenas eran las siete de la tarde, pero no lograba mantener los ojos abiertos. El sueño llegó a mí más rápido de lo que esperaba.

    " Me encontraba sola en lo que parecía ser un túnel bajo tierra y tenía frío. Sentía las manos y los pies entumecidos y los dientes tan apretados que temía perder una muela. No era capaz de distinguir nada a mí alrededor, me acerqué a la pared con la esperanza de encontrar una salida si la seguía. Me moví a ciegas arrastrándome y tropezando cada dos por tres con mis propios pies. Esa voz volvió a escucharse en mi cabeza, no entendía bien qué decía, no lograba descifrar ese idioma en el que me hablaba, pero había algo en ella, en esa voz, que me decía que era una advertencia. Se me erizaron los pelos de la nuca y me estremecí.
       Una luz azulada y blanquecina apareció de la nada iluminando de una forma tenue el final del túnel. Tres sombras estaban paradas bajo la luz. La imagen me puso el bello de punta, y aunque todos mis instintos me decían que huyera, la curiosidad podía más que la sensatez. Comencé a caminar hacía ellas, hacía aquellas figuras a las que creía oír susurrar mi nombre, las veía cerca, pero por mucho que caminaba no conseguía llegar a ellas. Aceleré la marcha progresivamente hacía la luz azul y aquellas extrañas sombras que parecían querer advertirme de algo... y justo cuando estaba a punto de alcanzarlas, algo me golpeó en la sien.
       Un pitido estalló en mi cabeza y mis oídos. Retrocedí intentando mantener el equilibrio a pesar del inmenso dolor que estaba sintiendo, tambaleándome hacía atrás sentí que caía, caía y caía…"

Me desperté de un sobresalto en la cama mientras mi corazón golpeaba con fuerza en mi pecho. Instintivamente me toqué la sien, donde aún podía sentir el leve zumbido del golpe que había recibido. No había nada, era un sueño, pero juraba que mi cuerpo aún podía sentir el frío clavándose en mis huesos y aquellas voces susurrándome al oído. Suspiré y busqué a tientas el móvil encima de la mesita de noche. Las tres de la mañana.
No era la primera vez que tenía aquel sueño, a lo largo de mi vida había soñado con aquellas tres figuras en varias ocasiones, pero últimamente se repetía más a menudo de lo que me gustaría, y esta vez lo había sentido tan real que aún me dolía la sien. Pensé que debía contárselo a Emma e Ethan, a ver si alguno de ellos podía acompañarme a la biblioteca en busca de algún libro que pudiera darme una idea sobre los sueños repetitivos y su significado. En mi interior sentía que ese sueño, debía ser importante.
Busqué los cascos y puse la playlist de Spotify, en cuestión de minutos caí en los brazos de Morfeo.

Me desperté con el olor a tortitas. Todas las mañanas las preparaba para mí desde que tenía uso de razón, a decir verdad, las tenía aborrecidas, pero jamás se me pasaría por la cabeza decirle tal cosa a la gran Deva. Ella era todo para mí, lo único que tenía y lo único que me quedaba. Mi abuela me había cuidado y criado desde que nací, cuando mi madre murió dándome a luz según ella me había contado. "Una mujer hermosa, valiente y mágica" así la definía ella siempre. Guardaba una única foto de ella en mi cartera, una pequeña foto de carné que logré encontrar rebuscando en el desván cuando aún vivíamos en (por determinar)
Y tenía razón, era hermosa. Compartíamos el mismo tono de piel, los mismos labios, incluso la misma forma de sonreír, pero ella tenía unos enormes ojos marrones y yo de un color azul intenso, siempre pensé que los había heredado de quién quiera que fuera mi padre. Según mi abuela, nunca supo quién era ese hombre y mi madre jamás habló de él con nadie que ella tuviera constancia, de todas formas, jamás me importó, si fue capaz de dejar sola a mi madre embarazada de mí, no me interesaba lo más mínimo saber de ese cabrón.
La echaba de menos, sabía que no era normal echar de menos algo que jamás habías tenido o conocido, pero solía imaginarme como habría sido mi vida si ella hubiera podido estar a mi lado y al lado de mi abuela. De todas formas, me sentía afortunada de tener a Deva.
Mi abuela era una mujer increíble, muy inteligente y divertida, siempre tenía algún chiste malo que contar o una historia que narrar, desde que era pequeña había escuchado infinidad de historias de su boca, historias en las que me imaginaba en un mundo muy diferente rodeada de magia, naturaleza, acantilados y lagos... incluso muchas veces me imaginaba siendo la gran bruja protagonista de todas sus historias: Margaret Jones. Una mujer fascinante, bruja, doctora y amante de las infusiones como ella. Compartíamos el mismo todo de piel, y aquel odioso pelo rebelde y rizado que solo era capaz de domar con una trenza.

Después de vestirme y desenredarme el pelo trenzándomelo de lado una vez más, bajé las escaleras hacia la cocina. Mi abuela me esperaba como siempre, sentada en la punta de la mesa, el lugar de la jefa de la casa como ella solía decir. Tenía un genio tremende, fuerte y muchísima personalidad. De las tazas servidas podía ver como el humo se escapaba, impregnando el aire de un olor a chocolate caliente recién hecho. Me miró por encima de sus gafas mientras bajaba el periódico.
- Llegarás tarde - Carraspeó mientras cogía su taza y se la llevaba a la boca - Como siempre Naz.
Entre cerré los ojos y le dediqué una sonrisa un tanto irónica mientras sorbía con rapidez el chocolate caliente de la taza y me acercaba a la encimera a por una manzana.
Me agaché para darle un beso en frente y salí corriendo de la cocina.
- Te dejas las tortitas niña
- Lo siento Ma, llego tarde. - Cerré la puerta abrochándome la chaqueta y subí rápidamente a la bicicleta que tenía apoyada en la pared del porche de la entrada.
Cogí la primera calle a la izquierda y subí la calle principal hasta el puerto. El instituto quedaba en un trozo de tierra separado, una pequeña isla a la que todos llamaban GreenIsland, de ahí el nombre de la escuela que se llamaba igual. Fue construido por un gran empresario hacía ya varios años, al que le pareció una magnifica idea plantar un instituto en medio de una isla como si fuéramos a escapar en algún momento. Al principio me pareció una locura, pero con el tiempo te acostumbras a coger el ferry para ir y venir, al fin y al cabo, tardaba solo unos quince minutos en cada trayecto, media hora, entre que subíamos y bajábamos.

Cuando aparqué la bici divisé a Emma y Ethan esperando el ferry, miré el reloj, aún quedaban cinco minutos para que pasara el siguiente, mujer de poca fé... yo nunca  llegaba tarde, o casi nunca. Bajé las escaleras mientras me acercaba a ellos y los observaba conversar. Emma con aquel pelo rojo y liso que tanto envidiaba, le quedaba justo por encima de los hombros y lo llevaba perfectamente peinado. Sus gafas de pasta negra le daban un aire más intelectual si eso era posible, ya que era una máquina con cualquier asignatura o tema que se le pusiera delante. Llevaba puesto uno de sus vestidos largos de un color verde claro y vaporoso que hacía juego con sus ojos y Ethan... bueno, Ethan era un caso aparte. Yo siempre le decía que debía de ser de otra especie aún no conocida por el hombre. Hoy había optado por una sudadera de Iron Maiden negra que le llegaba hasta las rodillas, pantalones negros también y ajustados como si fueran unos leggins. El pelo le caía en una cascada por la frente, y tapaba uno de sus grandes ojos marrones y pintados con sombras negras.
Llevaba una dilatación en cada oreja por los que más de una vez intentaba pasar mi dedo índice. Eso le molestaba, pero estaba segura de que era capaz de meter uno de mis dedos en aquellos agujeros. Yo no me rendía fácilmente. Sonreí inevitablemente, se habían convertido en parte de mí y de mi familia, y no podía imaginarme un lugar donde ellos no existieran.
- Buenos días pareja - Me acerqué a Ethan mientras le revolvía el pelo y el intentaba apartarme de un manotazo mientras me escabullía detrás de Emma.
- No somos pareja y lo sabes - Cortó Emma con una sonrisa, pero en un tono más serio del que me hubiera gustado, juraría que vi a Ethan hacer una mueca mientras intentaba volver a colocarse la mata de pelo encima de los ojos.
Emma me dio un apretón en la mano y le saqué la lengua en modo burlón mientras ella ponía los ojos en blanco.
- ¿Os habéis enterado? - Comentó Ethan mientras bajaba la voz- Hay un chico nuevo.
- ¿Un chico nuevo dices?  ¿Y cómo es que tú sabes eso y nosotras no? No es que este pueblo sea más grande que una lata de sardinas, y digamos que Ben no es el panadero
más discreto de toda Masana. - Cambié el peso de mi pierna izquierda a la derecha y me crucé de brazos con las cejas en alto.
- Precisamente Ben fue el que le se lo comentó a Fiona la peluquera, y está a mi madre. Y casualmente ayer en una de sus... bueno, de sus altibajos la oí hablarlo con mi padre.
Dicen que son una familia bastante extraña y muy reservada, que vinieron al pueblo hace ya un mes y que solo se les ha visto un par de veces cerca de la fábrica de papel que hay a las afueras, según parece son los nuevos dueños.
-Pero si esa fábrica está en ruinas y cerrada hace más de un siglo. Lo que no sé aún es como sigue en pie. - Emma asintió con la cabeza.
-Sí pero al parecer la han comprado y van a construir algo nuevo, aún no se sabe el qué, pero se rumorea que traerá trabajadores nuevos de todas partes. - Ethan giró la cabeza en dirección al grupo que se estaba acercando.

Vega y Silvia estaban entre ellos, rodeadas por un grupito de chicos insoportablemente babosos y desesperados por un poco de atención. Vega era realmente una pesadilla. Nuestras miradas se cruzaron y pude sentir ese odio mutuo aflorar en mi pecho. Cerré los puños y me obligué a prestar atención a lo que Ethan seguía explicando, antes de que la locura le ganara a la sensatez y le plantará mi puño en esa hermosa cara suya.
El ruido del ferry pitando mientras atracaba en el puerto, nos hizo taparnos los oídos mientras retrocedíamos. Era un ferry pequeño, de color gris un bastante desconchado, parece ser que tenía más de cincuenta años y nadie se había planteado aún el reformarlo o cambiarlo. No es que me preocupara en exceso el hecho de naufragar en cualquier momento, con suerte, Vega se ahogaría tan solo un poquito.
Formamos una fila lo más ordenada posible y fuimos entrando por la rampa que temblaba a cada paso que dábamos, daba la sensación de que con el peso podía ceder en cualquier momento. Otro oscuro pensamiento sobre la pobre Vega intentando nadar en el agua con su hermoso cabello mojado y ese rímel corrido cual mapache me inundó, lo deseché enseguida, era una puta psicópata.
Buscamos sitio cerca de la barandilla para que Ethan y su delicado estómago no decidieran comenzar el día con un vómito encima de mis pantalones, o lo que era peor, encima del vestido de Emma. Nos sentamos juntas y dejamos a Ethan sentado enfrente de nosotras, cuando el ferry arrancó, se giró y volvió a hablarnos en voz baja.
- No está aquí, quizás sea una mentira de Ben, o aún no se haya decidido a venir. Probablemente ha visto el ferry y ha huido por patas.
- Es lo más probable - Contestó Emma mientras se peinaba el pelo. Había sacado un cepillo y un espejo de su mochila. La miré de reojo y entorné los ojos.
- Estás perfecta, no tienes que estar peinándote a cada rato.
- Concuerdo totalmente - Dijo Ethan mientras volvía a sentarse bien en su asiento de espaldas a nosotras.
- Para madame Lassel nada está perfecto del todo nunca, bueno y a quién quiero engañar, para mis padres tampoco. - Vi un brillo triste en la mirada de mi amiga. - No están aquí para verte Emma, relájate. - Le cerré el espejo y le cogí el peine metiéndolo de nuevo en su mochila y apoyé la cabeza en su hombro cerrando los ojos y disfrutando de la brisa del mar acariciando mi cara. Me entristecía ver a mi mejor amiga así, pero sabía que no podía hacer nada más que apoyarle e intentar que por lo menos las horas que pasara conmigo, se olvidara un poco de todo ese rollo de ser perfecta y estar siempre perfecta. Ella ya lo era, independientemente de cómo llevara el pelo, o qué vestido se pusiera, sólo que aún no se había dado cuenta.
Una risa estridente perturbó mi tranquilidad, abrí un ojo en busca del origen, pero no tuve que ir muy lejos. Vega estaba ahí al lado, plantada, mirándome con una sonrisa burlona en los labios.
- Vaya, un año más tendremos que soportar verle la cara - Dijo en voz alta mientras le daba un codazo a Silvia y esta se reía por lo bajo.  - ¿Aún no te han dicho que en este instituto no aceptan a perros rabiosos? - Me miró directamente a los ojos con la intención de intimidarme, pobre.
- Anda mira, perdona, pero si es Taylor Swift pero pintada por Picasso haciendo honor al Guernica. Creo que te han colocado los ojos demasiado separados,  ¿Tu que crees Emma? Sí, definitivamente los tienes demasiado separados, pareces un sapo. - La cara de Vega comenzaba a ponerse de un tono rojo, Dios, esto me ponía cachonda y todo. -  Además, ¿te has lavado los dientes hoy? Creo que soy capaz de ver desde aquí un trozo de muesli súper mega integral y con cero azucares añadidos entremedias de tus enormes paletas. - Me levanté de mi asiento encarándola mientras me cruzaba de brazos. Si quería guerra, Oh Dios, había venido al lugar indicado.
Sus ojos me miraban abiertos como platos, y podía descifrar desde aquí como su mente andaba dando vueltas en busca de una contestación que fuera por lo menos igual de ingeniosa que la mía. Sigue buscando guapa.
El ferry al completo estaba pendiente de nosotras en este momento, y los pocos segundos que tardaría ella en contestarme parecieron minutos enteros, hasta bufé a modo de impaciencia.
- Vámonos Silvia - La empujó hacía adelante de mala gana y esta tropezó y estuvo a punto de caerse de morros - Creo que por aquí huele demasiado a envidia querida... Cuantas palabras mal sonantes en una sola frase, te felicito. Este año eres aún más bajuna y barriobajera que el anterior. - Me guiñó un ojo mientras se marchaba, seguida por los cuatro imbéciles que solo esperaban poder meterse debajo de su falda, para después lo más seguro ir contándolo al resto del instituto.
Mis puños se cerraron y apretaron en mis caderas y estuve a punto de salir tras ella si no fuera porque sentí la mano de Emma cogiéndome de la camiseta y tirando de mí hacia abajo para que volviera a sentarme.
- Siempre entras al trapo Naz, yo de ti ni la contestaría.
- ¿Es en serio Em? - Una enorme sonrisa apareció en su rostro.
- Desde luego que no, dale duro nena. - Las dos comenzamos a reírnos hasta que se nos saltaron las lágrimas. La había echado tanto de menos este verano. Tenía la costumbre de pasar el verano en una casa que tenían sus padres en (por determinar) una ciudad lujosa donde ellos trabajaban. La dejaban sola la mayoría del tiempo y apenas eran conscientes de que estaba allí. Habíamos estado llamándonos por Skype continuamente, y por videollamada de WhatsApp, pero no había nada que se pudiera comparar
a tenerla cerca y escuchar su risa en directo. Cuando nos recuperamos del absurdo ataque de risa nos dimos cuenta de que Ethan no estaba en su asiento.
- ¿Dónde narices se ha metido?
- Ni idea, no lo veo por ninguna parte. - Miré a mi alrededor y no fui capaz de encontrarlo. Mientras tanto el ferry estaba atracando en el puerto de GreenIsland, y empezaban a formarse colas abarrotadas de estudiantes haciendo aún más difícil encontrar a Ethan. Emma y yo nos levantamos y aparté a la gente a codazos mientras escuchaba sus gruñidos y quejas, no me importaba, no pensaba hacer la cola y me estaba agobiando. Tenía cierta tendencia a perder los nervios cuando me encontraba en espacios muy cerrados o abarrotados de gente, mi abuela decía que era ansiedad incluso un poco de claustrofobia, yo personalmente lo llamaba "sal de mi puto camino".
Conseguimos bajar de las primeras, y sin que la rampa cayera. Una vez en tierra nos apartamos lo suficiente del grupo para poder ver mejor quién salía y encontrar a Ethan.
Cuando ya empezábamos a desesperarnos lo vimos aparecer de los últimos en bajar, con el pelo revuelto y la cara ligeramente verde. Se acercó a nosotras abriéndose paso entre la gente que ya empezaba a dispersarse en dirección al colegio guiados por Marlin, el conserje.
- ¿Dónde te habías metido?
- Dios mío, esto de venir en ferry cada día va a acabar con mi vida... - Se quitó el sudor de la frente con la manga de la sudadera y nos hizo una mueca de nauseas.
- Me he pasado los últimos diez minutos teniendo un lío amoroso con el váter. Si a mí me veis chungo, no me preguntéis como ha acabado él.
- Joder Ethan, eres asqueroso - Lo aparté de un manotazo.
- Pues te has perdido lo mejor del viaje - Le dijo Emma con una sonrisa - Vega cero, Naz uno.
Me guiñó el ojo mientras volvía a toquetearse el pelo y a colocarlo en su sitio. El pelo seguía intacto e idéntico a cómo lo tenía antes, pero era una manía muy suya. Su sonrisa y me hizo reír a mí. - Creo que está vez ha quedado noqueada, pero seguro que hay un segundo round.
- Y un tercero, y un cuarto, pero ya sabes quién saldrá vencedora una y otra vez.
Sonreí levantando una ceja. Mientras Ethan nos miraba con la boca abierta. No, no nos miraba a nosotras. Me giré en la dirección en la que miraba y ví lo que parecía una lancha motora cruzando el canal y atracando justo al lado del ferry.
- Pero qué cojones...
Levanté el cuello esperando ver mejor qué narices era aquello y quién bajaba de esa lancha. A lo lejos vi una figura alta, y un cuerpo aparentemente grande y musculoso.
Se bajó de la embarcación como si se hubiera dedicado a ello toda su vida. Sin despeinarse ni formar una simple arruga en aquella camisa blanca que llevaba, me pregunté si en realidad no se le arrugaba porque era materialmente imposible, dado que la llevaba tan ajustada que creí poder contarle cada abdominal desde aquella distancia. Los tejanos que llevaba estaba segura que de cerca tampoco dejaban mucho espacio a la imaginación.
No podía distinguirle bien los rasgos de la cara, tenía el pelo oscuro, casi negro diría yo y algo relucía cerca de su ceja derecha ¿Un piercing quizás?
Me di cuenta de que Ethan me estaba tirando tanto de la manga de la camiseta que prácticamente está tocaba una de mis rodillas.
- Debe ser el nuevo - Dije mientras levantaba la mano en señal de restarle importancia y me daba a vuelta decidida a entrar en el instituto.
- ¿Debe ser el nuevo? ¿Sólo eso? - Ethan me miraba con la boca abierta y Emma con los ojos entre cerrados. - Acaba de desembarcar en una lancha motorizada que por lo que parece es privada. P-R-I-V-A-D-A. Suya vamos, lo que viene siendo de su propiedad, y sólo se te ocurre decir qué "debe ser el nuevo"
Eso último lo dijo imitándome mientras se giraba para buscar ayuda en Emma.
- ¿Qué quieres que diga? Es rico, bien. Lo felicito. ¿Podemos entrar en clase ya por favor? Prometí no volver a llegar tarde, y llevo más de una semana cumpliendo mi palabra no será el señor Don Juan quién me impida seguir con mi buena racha.
Alargué la mano para estirar de Emma, y me puse en marcha hacía mi claro objetivo, que no era ni mucho menos quedarme embobada mirando a señor musculitos todo apretadito.
Ethan se puso en marcha detrás de nosotras hasta que nos alcanzó y se colocó a mi lado. Parece que no habíamos sido los únicos en notar la espectacular entrada que se había marcado el hijo de los nuevos dueños de la fábrica de papel. Todos parecían estar alucinados viendo como desembarcaba y caminaba grácilmente hacía el colegio sin inmutarse si quiera por el hecho de que todos, y cuando digo todos, estaban en shock mirándolo. Ví como Vega apartaba a Silvia a un lado, poniéndose frente a ella y echaba un largo mechón de su cabello dorado por encima de uno de sus hombros mientras se lo enredaba y desenredaba del dedo índice. Muy típico de doña llamo la atención, por favor mírame. Puse los ojos en blanco y entré directa hacía mi taquilla, procurando no escuchar cada una de las conversaciones que tenían lugar a mi alrededor y de las que no hablaban de otra cosa que del señor fantasma.
A lo largo de mi corta vida de dieciséis años había conocido ya a un puñado de chicos como aquel. Siempre perfectos, adinerados, esnobs y todos y cada uno de ellos, eran unos
completos imbéciles. Engreídos y sobrados, no, no me interesaba para nada darle más protagonismo a aquel personaje, por muchos cuadraditos que tuviera estampados en aquel pecho tan firme y grande... ¿Había contado seis? Ya, basta. Aparté su imagen de mi cabeza y sacudí la cabeza. Por muy bueno que pareciera estar, no dejaba de ser un capullo por venir en su súper lancha privada. ¿Tan señorito era que no podía coger el ferry como todos?
Guardé la mochila en la taquilla y saqué el libro de francés. Me asomé y pude ver a Ethan y Emma contándose secretitos en la oreja. Genial, debían estar hablando de lo mismo.
- ¿Vamos?
Les hice una señal con la mano para que vinieran y se acercaron rápidamente.
La clase de la señorita Grelda siempre me había gustado. No es que me encantara el francés, pero hacía las clases bastante amenas y entretenidas. Siempre acababa contando alguna anécdota de sus gatos, o de sus hijas, y acabábamos riendo sin parar y haciendo cualquier otra cosa que no fuera la asignatura en sí. Así que tenerla dos horas seguidas a primera hora de la mañana de los lunes para mí, era un placer. Además, Vega y yo no coincidíamos en esta clase, con lo cual eso la convertía en mi asignatura favorita.

Me senté a la derecha de Emma e Ethan a su izquierda. Solíamos colocarnos así desde aquella vez en la que a nuestra tutora de primaria se le ocurrió aquella genial idea. Desde entonces los tres éramos inseparables y habíamos mantenido aquellos sitios siempre que podíamos. La señorita Grelda aún no había llegado, otra de las muchas ventajas de su clase es que normalmente llegaba siempre tarde, así que genial.
- ¿Qué te pasa Naz?
Emma me miraba con cara de preocupación. Me asomé y vi que Ethan había aprovechado para ir a hablar con Félix, se conocían desde niños y jugaban juntos al ajedrez después de clase, siempre y cuando Ethan no tuviera que ir a recoger a su hermano pequeño.
- No me pasa nada. - Fruncí el ceño - No lo dirás porque no he querido quedarme a rendirle homenaje al nuevo, ¿no?
- ¿A rendirle homenaje? No puedes negar que ha sido una entrada impresionante. - Se sentó mirando hacia mí en su silla - Simplemente tenemos curiosidad, en este pueblo hace muchísimo tiempo que no vemos una cara nueva. No los puedes culpar, bueno, no puedes culparnos por sentir curiosidad y más si encima la nueva cara es digna de  admirar. - Me guiñó un ojo y torció la boca en una media sonrisa que hacía que sus ojos verdes se achinaran un poquitín más.
Por un momento me quedé sin palabras.
- Acabas de... ¿Acabas de decir que tiene una cara digna de admirar? ¿Tú? ¿Dónde está mi amiga y que habéis hecho con ella? ¡Devolvédmela!
Alcé los brazos y puse mis manos en mi cabeza de forma dramática, algunos de mis compañeros se quedaron mirando por un segundo y luego volvieron a lo suyo.
Emma se sonrojó. Por un momento creí que había metido la pata, hasta que una carcajada salió de su garganta haciéndome reír a mí también.
- Venga Naz, seré algo tímida, incluso parezco recatada, pero no eres la única que tiene ojos ni la única que se ha acostado con un tío.
Esto último lo dijo con la cabeza casi agachada y escondida.
- Eres una perra mala, y yo pensando que llegarías virgen al matrimonio.
- No te lo crees ni tú.
Cuando estaba a punto de contestarle y preguntarle por aquella relación sexual tan escondida que había tenido, y que, por supuesto no iba a dejar pasar hasta que no me lo contara todo con pelos y señales, la puerta del aula se abrió y se hizo el silencio. Antes de verlo ya supe que era él. Abrió la puerta y se asomó decidido sin mirar a nadie.
Se sentó justo en el pupitre que estaba más alejado, al fondo de la clase. Agarró la mesa con ambas manos y la arrastró por lo menos cuatro o cinco pasos más atrás, dejando un hueco entre él y el resto de los alumnos. Sacó lo que pude distinguir como un iphone de última generación y agachó la cabeza sumergido en él.
Estaba a punto de decirle cuatro cosas a ese arrogante pero hermoso ser. Tenía el pelo negro tal y como me pareció ver antes cuando lo vi en el puerto, y sí, seis cuadraditos bien marcados debajo de esa camisa blanca tan ajustada. Levantó la mirada del móvil y sus ojos azul intenso se clavaron en los míos por unos segundos. Sentí como el corazón se me aceleraba de repente y juré que las piernas me fallaban. Corté rápidamente el contacto visual y me senté rígida en mi silla abriendo el libro por una página cualquiera e intentando concentrarme en él.
- ¿Estás... leyendo?
Emma me miraba con las cejas levantadas.
- Sip, creo que el tema de hoy va a ser tremendamente interesante... todo eso de los sinónimos, antónimos... ya sabes.
Emma seguía mirándome con las cejas levantadas y cruzó los brazos encima de su mesa.
- ¿Qué pasa?
Me hizo una señal con ojos apuntando hacía el libro abierto encima de mi mesa. Joder, lo tenía al revés. Todas mis esperanzas de poder disimular lo nerviosa que me había puesto en un momento quedaron reducidas a la nada.
Estaba a punto de contestar cuando Grelda entró en la clase con sus libros pegados al pecho, intentando que no se le cayeran mientras con la otra mano subía sus pequeñas gafas redondas por el puente de su puntiaguda nariz. No sin poco esfuerzo consiguió dejar los libros encima de la mesa sin caer en el intento, habiendo tropezado con sus propios pies justo antes de dejar caerse en la silla.
- Buenos días. Disculpadme, hoy Plopy ha decidido que era buena idea salir por la ventana a explorar el jardín y me he tirado prácticamente toda la mañana buscándolo...
Se calló de repente y miró por encima de las gafas. Sus pequeños ojos marrones no más grandes que dos botones se arrugaron en dirección al final del aula.
- Cierto, se me olvidaba, hoy nos acompaña el señor Forks, Kelian Forks. Nuevo vecino de (por determinar el nombre del pueblo).
Kelian guardo el móvil y asintió con la cabeza mientras le sonreía a la señorita Grelda. Volvió a mirarme directamente lo que parecieron décimas de segundo.
- Gracias. Un pueblo muy pintoresco.
- ¿Pintoresco?
En el momento que la palabra salió de mi boca comencé a arrepentirme. La sangre me bombeaba con fuerza en la sien y las manos empezaron a sudarme.
- Eso he dicho. Es un cumplido. - Sonrió de lado dejando entre ver un piercing en el frenillo del labio superior. Una pequeña bolita plateada asomaba por encima de aquellos dientes tan blancos como la nieve. No pude evitarlo, resoplé.
- Todos sabemos que "pintoresco" viniendo de alguien como tú no es un cumplido. Si no te gusta, puedes volver de donde has venido, aquí no creo que nadie vaya a echarte de menos.
Me miró con las cejas levantadas y con el gesto sorprendido
- Ah, y puedes llevarte tu lancha también.
Me giré sin darle tiempo a replicarme. El ambiente en el aula se sentía espeso y pesado, pero después de que alguien tosiera, la señorita Grelda procedió a dar la clase obviando lo que acababa de ocurrir. Pude sentir la incomodidad de su mirada clavada en mi nuca durante las dos horas que duraba la asignatura, pero no iba a girarme ni a darle la oportunidad o el gusto de que pudiera responderme, el tema se zanjaba aquí. Me arrepentía y no de haberle contestado si quiera a su estúpido comentario, más que nada porque no tenía interés ninguno en llamar su atención o en que esto se convirtiera en costumbre. Las siguientes clases transcurrieron con normalidad. En el almuerzo había estado con Ethan y Emma debajo del naranjo más apartado del patio dónde siempre solíamos ponernos y pude observar cómo Vega se acercaba a Kelian entablando conversación, imaginé que debió ser interesante pasarse toda la hora del almuerzo hablando de cuánto dinero tenían, que tinte de pelo usaban y donde compraban su hortera y cara vestimenta. Mis amigos no me sacaron el tema de lo que pasó por la mañana y yo tampoco tenía interés en hacerlo. No había nada de lo que hablar, a fin de cuentas, ya había dicho todo cuanto quería decir.


Entré en el café de Mourice, y me senté en la mesa del fondo pegada a la ventana. El suelo daba la impresión de estar completamente limpio, el sol que se colaba se reflejaba en él haciéndolo parecer un estanque de agua clara. Las paredes forradas de madera le daban un aire antiguo pero moderno, con las lámparas negras y blancas colgando del techo y varios pósters de actores y actrices famosos decorando las paredes. Mourice decía que eran todos aquellos que algún día pisaron aquel antro, yo lo dudaba seriamente, pero me daba pena cortarle el rollo así que me dedicaba a escucharlo con una sonrisa y huir de él lo más rápido posible.
Me senté y le pedí a Jerry una taza de chocolate caliente con un extra de nata. Teníamos por costumbre juntarnos aquí todas las tardes después de clase, cuando acabábamos las tareas. Incluso muchas veces las hacíamos aquí juntos los tres. Normalmente me gustaba llegar antes, así disfrutaba de un tiempo extra en el que podía relajarme mientras miraba por la ventana, viendo a la gente pasar, ir y venir e imaginándome que decían o hacían, a dónde iban...

Un libro golpeó mi mesa moviendo mi taza y desparramando unas cuantas gotas por el borde del plato que la sujetaba. Alcé la vista para ver quién cojones acababa de estropearme el mejor momento del día y lo vi. Ahí parado, con su media sonrisa y sus dientes perfectos. Una vez más no pude pasar por alto aquel brillante piercing que se asomaba por encima de sus dientes. Tenía los ojos del azul del cielo en un día de verano, pero ahora que los miraba de cerca, podía distinguir una mancha marrón dentro de uno de ellos. Su mandíbula era cuadrada y angulosa, y tenía los labios carnosos y… parecían suaves. Un mechón de cabello negro le caía por la frente mientras el resto se mantenían atados en una coletilla baja detrás de su espalda. Tardé un rato en asimilar que él estaba parado frente a mí, sonriendo y que yo llevaba lo que posiblemente fueran diez minutos de reloj mirándolo embobada. Me odié por eso.
- ¿Qué cojones haces?
Miré el libro que había dejado en mi mesa, era mi libro de francés, arrugado por todas las esquinas y con mi nombre escrito en negro en medio de la portada. Lo volví a mirar levantando las cejas.
- Parece que esto es tuyo. Imagino que estabas demasiado ocupada intentando ofenderme como para darte cuenta de que lo habías dejado olvidado encima de la mesa.
Sonrió de nuevo e hizo una reverencia muy sobreactuada. - No hace falta que me des las gracias, hermosa.
Se giró y desapareció por la puerta de la cafetería como si nada. Acababa de llamarme ¿hermosa? pero este que se había creído. Me sonrojé ante el recuerdo de la palabra sonando en su boca y me di cuenta de que me había quedado tan perpleja que no había sido capaz de articular palabra, es más, me toqué el pecho justo en la zona del corazón porque juraba que éste había dejado de latir por unos segundos. No había salido aún de mi estupor cuando Emma entró por la puerta y se sentó en la mesa mirándome con cara de preocupación. Imagino que en ese mismo momento debía de lucir más como un muerto viviente que como una persona.

- ¿Estás bien? Dime que no tienes esa cara porque señor guapo acaba de salir por esa misma puerta.
Señaló hacia atrás por dónde Kelian acababa de desaparecer hace unos segundos.
- No estoy pálida - Resoplé intentando recobrar la compostura - Acaba de venir a darme el libro y se ha ido. Sin más.
Emma abrió tanto los ojos que parecía que se le iban a salir de las orbitas.
- ¿Qué sólo te ha traído el libro dices? ¿Sin más? ¿Y por qué tiene él tu libro? Estoy flipando...
- No hay nada por lo que flipar, simplemente dejé el libro olvidado en clase y resulta que él lo cogió y por no sé qué extraña coincidencia sabía que estaba aquí y me lo ha traído. Imagino que debió de verme entrar, o a través de la ventana. Yo qué sé. Pero no tiene más importancia. Estoy segura de que con esto tenía un buen motivo una vez más para buscarme las cosquillas.
Parecía que Emma iba a darle más vueltas al tema así que me adelanté antes de que pudiera contestar.
- ¿Dónde está Ethan?
La cara de mi amiga se ensombreció lo que pareció ser un segundo, o me lo imaginé, no estaba segura.
- No ha podido venir, dice que tiene que cuidar de Mark. Voy a por un café, ¿quieres algo más?
Negué con la cabeza mientras se alejaba hacia la barra. Se había vuelto a cambiar y ahora llevaba una falda de estampado floral larga hasta las rodillas, con una camiseta blanca y un fular a juego. Mientras pedía su café mi cabeza repetía una y otra vez la extraña situación que acababa de vivir ahora mismo. ¿Cómo sabía que estaba aquí? Si ya sé que Greenland no es precisamente un pueblo enorme qué digamos, pero la gente solía visitar más la taberna de la avenida principal, y este café solo lo frecuentábamos nosotros tres y cuatro vecinos mayores que vivían alrededor y lo conocía de toda la vida. Supongo que debió verme por la ventana, pero ¿Qué hacía aquí?, según Ethan vivían en una casa a las afueras del pueblo, y yo lo había visto volver con su lancha motora... ¿Me seguía sólo para darme el libro? Menuda estupidez Naz, seguramente el chaval tenía algo qué hacer por aquí y da la casualidad de que me ha visto por la ventana, o entrando y ha aprovechado el momento para acercarme el libro... ¿Lo llevaba encima entonces? Mi cabeza empezó a hilar y a maquinar de manera exagerada y me obligué a desconectar y desechar cualquier pensamiento relacionado con él y con lo que acababa de ocurrir cuando Emma llegó a la mesa con su café humeante. Si bien el café de Mourice no era el más popular del lugar, pero ambas coincidíamos en que hacía el café más bueno y espumoso del pueblo.
- Hoy he vuelto a tener aquel sueño con aquellas sombras. - Me miró con curiosidad.
- ¿Otra vez? Esta es la tercera en lo que va de mes, y estamos sólo a día diez...
- Sí, estaba pensando en ir el fin de semana a la biblioteca y echar un vistazo, a ver si encontramos algo que sea de ayuda. Creo que, de una forma u otra, hay algo que ese sueño quiere decirme y no consigo adivinar qué es.
Emma cruzó las piernas debajo de la mesa y alcanzó mi mano por encima de esta.
- Te acompaño, creo que tengo algunas ideas de autores sobre libros oníricos. Puede que encontremos algo. De todas formas ¿Sigues tomando esa infusión de hiervas que prepara tu abuela?
- Buag, Em. Sabe a rayos, y no me está ayudando en nada, ni con los sueños ni con la migraña.
Me toqué la sien instintivamente ante el recuerdo del golpe sordo que había recibido en la pesadilla, recordando la sombra del dolor que había dejado ahí al despertar.
- ¿Te has hecho daño?
Esta noche, en el sueño, algo me golpea por aquí. Y hay momentos en los que creo notar la sombra del dolor que sentí. Puede parecerte una locura, lo sé, pero Em.. esta vez parecía más real que las anteriores.
Se acercó y me miró justo donde me tocaba.
No se ve nada, pero no me parece una locura. En algún libro he leído sobre algo parecido. No es como que es real que te golpearan, porque es imposible que lo fuera... Pero sí puede que sí fue tan vívido como dices, creas sentir el dolor al recordarlo.
- No sé si eso tiene mucho sentido, pero creo que es justamente lo que me está pasando.
Nos levantamos para pagar el café y decidimos ir el sábado por la mañana a la biblioteca en busca de información. Llamaría a Ethan más tarde para comentárselo y preguntarle cómo estaba. Emma siempre intentaba evitar el tema, pero las dos sabíamos que mañana no vendría a clase, y posiblemente tardara un par de días en hacerlo. Si padre tenía la puñetera costumbre de pagar sus borracheras con el mayor de sus hijos. Algún día sería yo la que le pateara el culo a ese mamón.

La profecíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora