Capítulo 3

17 2 0
                                    

No entendía nada, mi cabeza no paraba de repetir las palabras de mi abuela sin parar, un libro, Feyra... ¿Qué estaba pasando? No tuve mucho tiempo para asimilar ni pensar nada, todo ocurrió demasiado rápido o... Despacio.

De repente Keilan me sujetaba con fuerza de la mano y estiraba de mí hacía las escaleras, la puerta de la entrada a nuestras espaldas salió por volando por los aires en lo que pareció ser una explosión. Me giré y vi la imagen congelada. Literalmente. Las astillas de la puerta estaban suspendidas en el aire, un par a pocos centímetros de dónde ahora mismo tenía los ojos, las miré vizqueando. La explosión había quedado suspendida también, ráfagas de fuego colgando en el aire, era aterrador y a la vez una imagen increíble, era como si el tiempo se hubiera detenido por completo. Alcancé a ver la sombra de una figura negra y encapuchada al otro lado de lo que ahora era un agujero enorme en la entrada. Parecía vestir una túnica hasta los pies de un negro espeluznante, no podía verle la cara, tapada por sombras y por aquella capucha. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo, pero un fuerte tirón de mi brazo me sacó de mi estupor. Trastabillé hacia atrás y las fuertes manos de Keilan me sujetaron mientras me instaban a correr escaleras arriba. No tuve tiempo para pensar, simplemente obedecí, lo seguí hasta la planta de arriba a toda prisa.

- El desván ¿Naz? No tenemos tiempo, dime por dónde llego al desván.

Abrí la boca y no fuí capaz de articular palabra, mis pensamientos eran difusos y espesos, no lograba concentrarme en nada. Sólo fui capaz de levantar el dedo y señalarle la trampilla que había justo encima del mueble pequeño de la salita de enfrente. Keilan lo pilló al vuelo, tiró de la correa que colgaba del techo y unas pequeñas escaleras de metal se abrieron para nosotros. Subimos zumbando sin tregua, Keilan fué directo a la alfombra verde que había mencionado mi abuela y la levantó. Unas líneas en el suelo marcaban un cuadrado con un agujero, metió el dedo y levantó la tablilla. Buscó con la mano hasta que lo vi sacar una pequeña caja de aluminio gris y empolvada.
La metió en una pequeña mochila que llevaba a hombros de la que ni si quiera me había percatado.
Se levantó y buscó la clarabolla del techo, acercando unas escaleras llenas de telarañas y polvo al centro, subió y con un duro golpe rompió el cristal sin inmutarse. Alargó la mano para que se la cogiera. En ese momento mi cabeza empezaba a pensar demasiado deprisa, estaba comenzando a darme cuenta y asimilar lo que estaba pasando y algo parecido a la desconfianza se asomó y me hizo retroceder un par de pasos.

Todo estaba pasando demasiado rápido, mi abuela estaba abajo y no podía abandonarla. Había dicho que no era seguro, vale, pero ¿Por qué? ¿Quién le habría hecho eso? ¿Quién acababa de hacer estallar la puerta? ¿Porqué...?
En un abrir y cerrar de ojos estaba en el techo fuera de la casa, Keilan me llevaba colgada al hombro como si fuera un simple saco, inerte.
No pude más que parpadear y la sangre se me congeló en el pecho. Vi el coche de Keilan ardiendo en llamas, pero también estaban... ¿Congeladas? Parecía que estaba viendo una foto.
Corrió por el tejado y me di cuenta de que estaba cogiendo impulso para saltar al siguiente. En ese momento mi cabeza y mis pensamientos se activaron por el miedo a morir en su intento de hacer algo tan absurdo. Iba a matarnos a los dos si creía que podía saltar esa distancia y conmigo a cuestas.
Comencé a patalear para que me bajara.

- Ni se te ocurra ¡Bájame ahora mismo!

Sentí su agarre en mi cintura aún más fuerte y comenzó a correr, todo lo que pude hacer fue ahogar un grito y cerrar los ojos tan fuerte como pude, y saltó.
Sentía el trote de sus pies debajo de mi ombligo, pero no fuí capaz de volver a abrir los ojos. Tenía pinta de que lo había conseguido, no se me ocurría cómo, pero no estaba hecha papilla en el arcén así que no habíamos caído. Cuando me quise dar cuenta, ya no sentía ni veía nada...

"Mi abuela estaba sentada en la silla de la cocina, en la punta donde siempre. Sujetaba el periódico es una mano y una taza de chocolate caliente en la otra. El olor me hizo la boca agua. Parpadeé varias veces antes de asimilar que ella estaba allí y que nada de lo que había creído que pasaba era real... Había estado soñando. Dios mío, debía de estar muy enferma para tener aquel maldito sueño tan surrealista y enrevesado. Corrí a abrazarla y ella me devolvió el abrazo. Pero algo no estaba bien, estaba fría demasiado fría.
Levante la cabeza buscando sus ojos.

La profecíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora