capítulo 8

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Estaba decidido. Brayan se quedaría aquí con Emma y la sanadora intentando encontrar alguna forma de usar el colgante para ayudarla. Mientras tanto, Keilan y yo iríamos a la orden en busca de los refuerzos y partiríamos hacia Dorom, dónde habían desaparecido los demás y suponíamos que se encontraban ahora mismo.
Graciela nos había enviado un par de billetes de autobús vía email. Todo muy moderno sí, y al móvil de Keilan ya que yo no tenía. Partiríamos por la mañana, mientras tanto ella y el resto de la orden organizarían un plan de rescate para que no fuéramos a ciegas.
Pasé la noche sentada en una butaca al lado de la cama de Emma. Tenía miedo de que, si me ausentaba un momento, iba a desaparecer. Sabía que era algo absurdo, pero no podía controlarlo, quería estar con ella el máximo de tiempo posible, al fin y al cabo, teníamos una misión difícil que afrontar y no sabía cómo podía acabar todo aquello. Dyandra estudió libros durante largo rato y estuvo haciendo varias pruebas, todas sin resultado, pero no se rindió. Eso me dio fuerzas para continuar, pues no la había dado por perdida aún. Brayan y Keilan pasaron largos ratos solos, imaginé que tenían mucho de lo que hablar, así que me limité a estar con quién más quería estar este momento, con mi amiga.
Pensé que no podría dormir en aquella butaca, pero me equivoqué, dormí como un tronco. Tanto que no soñé, hacía ya unos días que no soñaba o tenía aquel tipo de contacto con algún espíritu... En cierto modo me aliviaba, no tenía ningunas ganas de encontrarme a otro puto demonio en mi cabeza.
Cuando desperté mi mano seguía aferrada a la de Emma, ella ni si quiera se había movido. Miré a mi alrededor y entonces fue cuando me percaté de que no estaba sola. Dyandra andaba trabajando en algo en la mesa. Un humo amarillento flotaba por la habitación, el olor que desprendía me recordó al sudor y me entró angustia al momento. Tapé mi nariz con los dedos y respiré por la boca, aún que realmente no sabía si era peor olerlo o comerlo. Puag.
Esta se giró al escuchar que me movía y me observó unos segundos.
- Keilan te está esperando en el comedor.
Volvió a girarse sin más y a continuar con lo que fuera que estaba haciendo. Me fijé que el collar seguía dentro de aquel recipiente de vidrio magullado. Suspiré. Esperaba haber tomado una buena decisión dándoselo. Lo que nos había dicho Brayan ayer me dejó con mal gusto de boca y sinceramente, me hizo dudar. Pero ya no había vuelta atrás... Tendría que confiar en mi instinto.
Besé a mi amiga en la frente y salí de la habitación.
Keilan estaba tumbado en el sofá con los pies encima del reposabrazos, pensé que estaría despierto, pero por los suaves ronquidos que escuchaba, me di cuenta de que estaba completamente dormido. Me asomé por encima del sofá y lo observé. Realmente era precioso... Eso era innegable. Esos ojos cerrados no dejaban ver su color, pero podía distinguir cada una de las pestañas que cubrían sus párpados, largas y oscuras. Me deleité un poquito en ellas antes de bajar hasta sus labios. Carnosos y rosados. Se movían al compás del aire que salía al respirar. Mi corazón dio un pequeño saltito. Era más que hermoso. Todo lo que estaba haciendo por mí... La forma en que me trataba y esa infinita paciencia que tenía conmigo. A pesar de haber intentado espantarlo un millón de veces, ahí estaba... A mí lado. No se había dado por vencido, y aún que, si tenía su parte arrogante, tenía que admitir que también me encantaba.
Sus manos descansaban encima de su pecho y subían con el vaivén de su respiración. Me di cuenta de que en algún momento se había cambiado, pues en vez de aquel pantalón entallado y negro encuerado ahora llevaba uno de chándal de un color gris claro. La camiseta no era la misma tampoco, en lugar de la negra ahora llevaba una azul marino. Se le pegaba igual al cuerpo, dejando entrever cada curva y forma. Cuando volví a mirarlo a la cara me quedé en blanco. Sus ojos azul cielo me miraban fijamente y una sonrisa socarrona se había formado en su boca.
- ¿Observándome?
Levantó una ceja y sonrió aún más. Yo cerré la boca, por lo que parece me había quedado con ella abierta. Y tragué saliva apartándome de su mirada mientras disimulaba horriblemente mal abrocharme un cordón de mi bota. Se asomó por encima del sofá.
- Sabes que tienes los cordones atados ¿no? Pensaba que se te daba mejor eso de disimular...
Me levanté de golpe seguramente más roja de lo que me gustaría, menos mal que mi tono de piel disimulaba eso bastante bien.
- No te miraba.
Me encaré a él.
- Ya claro...
- Bah, no es tan interesante lo que hay que ver. No te emociones.
Keilan río con ganas mientras rodeaba el sofá y se ponía a mi altura. Estaba a punto de soltarle cuatro cosas cuando me calló con un beso dulce y suave. Se separó enseguida, tan rápido que creí que me moría porque yo seguía con la boca como un pececillo pidiendo comida.
- ¿Boqueas?
Hasta aquí hemos llegado. Me abalancé sobre él y lo hice caer de culo, el ruido de su trasero en el suelo me dolió hasta a mí. Me sujeto las manos mientras peleaba por darle un buen puñetazo en el pecho, pero era imposible soltarme de su agarre. Estuvimos forcejeando, bueno estuve forcejeando sin mucho éxito por un rato hasta que él me volteó y quedamos tumbados en el suelo. Oh, Dios, no. Él estaba justamente encima de mí. No sabía para donde mirar porque mi cabeza estaba dando vueltas a ciertas imágenes bastante pervertidas. Definitivamente estaba enferma. Sonrió de medio lado.
- Déjame salir.
- No quiero. Me gusta estar así.
La vergüenza ardía en mis mejillas al rojo vivo. Volví a forcejear, pero me sujetó. Bien. Iba a jugar... sucio.
Dejé de resistirme y lo besé. Esta vez lo pillé desprevenido pues su boca se quedó quita y entreabierta mientras mordisqueaba su labio inferior, pero enseguida se unió a mí. Fue un beso feroz. Nada tierno o suave como antes. Fue duro e intenso, y cuando por fin me soltó de las manos aproveche para voltearlo, al contrario. Me sitúe encima de él. Pareció buscar aire cuando nuestros labios se separaron.
- Te odio.
- No es cierto. - sus ojos me miraron intensamente mientras una suave sonrisa se formaba en su boca.
- No lo es. Pero me gustaría que lo fuera.
Me levanté de un salto y él hizo lo mismo. Mientras se sacudía dijo:
- Tampoco es cierto...
Lo miré poniendo los ojos en blanco. Tenía razón, pero no iba a admitirlo, por supuesto. Le saqué la lengua y sonrió de medio lado. Algo quedó en el aire por decir, pero no se dijo, pues en ese momento entro Brayan por la puerta principal.
- ¿Estáis listos? El autobús sale en una hora y tenéis casi media de camino...
Su voz fue menguando poco a poco mientras no dejaba de observarnos a ambos con intensidad. Entonces me di cuenta de que su mirada paraba un poco más abajo de mi cuello. La camisa que llevaba se había desabrochado un par de botones por debajo de mi barbilla y se me veía el sujetador blanco de encaje a través de ella. Me sonrojé de inmediato al darme cuenta e intenté abrocharlos torpemente. ¿En serio? ¿De verdad?
Keilan ni se inmutó ante la mirada de su padre. Se giró hacia a mí y apartó mis manos torpes, abrochando los dos botones con ternura y dándose todo el tiempo del mundo. Ay, Dios... ¿De verdad estaba pasando aquello?
Brayan apartó la mirada mientras seguía.
- Os he traído un par de mochilas nuevas y algo de ropa... Lo he dejado todo en la cocina.
Se dirigió hacia la barra y sacó un par de mochilas negras de detrás de ésta.
- Naz tu ropa te la he dejado en el baño detrás de la puerta, Keilan ya se la cambió. Deberías ducharte... Rápido. Tenéis poco tiempo.
Asentí torpemente.
- Gracias.
Hice un gesto con la cabeza y me dirigí al baño cerrando la puerta con pestillo detrás de mí. Estaba tan avergonzada que quería meter la cabeza en el retrete y tirar de la cadena a ver si así podía desaparecer.
Últimamente todo lo que me estaba pasando alcanzaba para escribir un libro, es más, no lo descartaba. En cuanto consiguiera ese bloc de notas que necesitaba iba a hacer un borrador.
Me miré en el espejo, no recordaba la última vez que me había mirado. Una vez más parecía que había metido los dedos en un puto enchufe. Tenía el pelo encrespado y la mayoría de los mechones se habían salido de la trenza que llevaba. No pude entretenerme mucho porque tenía que mear, no sabía cuánto tiempo llevaba sin hacerlo, pero por lo menos un día entero seguro. Me fijé en la ropa que Brayan me había traído, una camiseta básica de manga larga roja... Dios, ¿Roja? Bufé. Y unos tejanos oscuros. Bueno, los tejanos no estaban mal del todo. Me fijé que había un par de botas al lado de la puerta también. No eran mis Mustang... Las miré con pena, estaban comidas de mierda y despellejadas. Tendrían que pasar a mejor vida. Me quité la ropa y me duché rápidamente, no teníamos mucho tiempo si queríamos coger el autobús.
Me puse la ropa nueva, a decir verdad, no me sentaba nada mal el color, contrastaba bastante con el tono oscuro de mi piel así que casi que me sentí sexy y todo. Me sonrojé levemente cuando miré mi reflejo en el espejo, la camiseta tenía el cuello en uve y resaltaba mis pechos que no sabía por qué demonios eran tan grandes. Me los escondí como pude. Iba a trenzarme el pelo como siempre, pero esa mañana me sentía rebelde así que lo deje suelto y alborotado. Se veía limpio y brillante así que no me importó dejarlo así, de todas formas, me puse la goma de pelo en la muñeca por si acaso me arrepentía después.
Salí del cuarto de baño y lancé de inmediato la ropa vieja y desgarbada a la basura. Keilan esperaba tomando un café en la barra de la cocina, vi qué Brayan y Dyandra estaban fuera de la casa hablando. Keilan me miró y levantó las cejas.
- ¿Qué?
- Nada.
- Ya veo.
Pasé por su lado mientras le daba con el dedo en el mentón y giraba su cara hacia mis ojos.
- Aquí - lo miré fijamente - justo aquí están mis ojos.
Keilan comenzó a reír frenéticamente. Creo que mi comentario lo pilló por sorpresa, pero era verdad, me estaba mirando los pechos desde que salí del baño y me incomodaba a la par que me hacía sentir... Deseada. Me dirigí a la habitación donde descansaba Emma y me despedí de ella prometiéndole que volvería y que estaría bien. Le conté nuestro plan por encima, no sabía si podía escucharme, pero deseaba pensar que sí, así que le conté lo que pude para que estuviera tranquila y supiera por qué no iba a verla en unos días.
Keilan y los demás ya esperaban fuera cuando salí. Cogí mi mochila del suelo de la cocina y me encontré con ellos en el caminito de arena frente a la casa.
- Tener cuidado. El viaje hasta la orden será aproximadamente de un par de horas, así que os he preparado un par de sándwiches y agua en las mochilas. Toma - Brayan me tendió lo que parecía una pequeña bolsa de plástico - dentro hay alguna hiervas que deberíais guardar. Te las confío a ti, creo que serás más cuidadosa. Keilan sabrá cómo usarlas si os hacen falta.
Las cogí observándolas con cuidado, no lograba distinguir ninguna, pero las metí en mi mochila sin rechistar.
- Gracias.
Nos despedimos con abrazos los tres menos la sanadora. Me comentó que seguiría investigando y que no me preocupara, si había algo que pudiera hacer por mi amiga lo haría. La creí, tenía que hacerlo.
Fuimos caminando hasta la parada del autobús. Llegamos bien de tiempo a pesar de que estaba algo lejos. Keilan y yo nos mantuvimos en silencio por el camino, un par de frases sin sentido sobre el tiempo fueron la única interrupción entre nosotros.
La parada estaba en medio de la carretera y totalmente desierta. No podía evitar mirar a un lado y al otro constantemente con mis sentidos alerta. La última vez que pasaba por esta carretera, un grupo de demonios nos asaltó y Emma había acabado herida de gravedad, no permitiría que me pillaran otra vez por sorpresa. Keilan también parecía alerta, pero mucho más relajado que yo. Éramos totalmente polos opuestos en este caso, el siempre tan sereno y tranquilo, y yo todo lo contrario, nerviosa por cada poro de mi piel.
Supongo que de esa forma nos complementamos. Él siempre me aportaba calma y serenidad en los momentos más tensos, menos cuando sacaba esa vena engreída que tanto odiaba y amaba a la vez.
El autobús no tardó en llegar. Iba prácticamente vacío, un par de personas al fondo y nosotros dos. Nos sentamos juntos en el medio, alejados del conductor y de los otros pasajeros. Elegí ventana, por supuesto.
- Creo que puedes descansar hasta que lleguemos. Son un par de horas, ya sabes.
- ¿No has traído nada para darme de masticar?
Se rio sutilmente.
- Está vez no, pero no me tientes. Tengo varios trucos bajo la manga.
- Ya bueno, te advertí. Si me vuelves a hacer algo así, espero que corras mucho más rápido que yo.
Keilan se acomodó en su asiento y se cruzó de brazos.
- Bueno, bueno... ¿Te he dicho alguna vez que esas amenazas tuyas no hacen otra cosa que invitarme más a hacer algo que te moleste?
Le puse los ojos en blanco y me limité a no contestar. Me acurruqué con la cabeza pegada a la ventanilla dispuesta a tener un viaje tranquilo. Teníamos mucho que hacer y en qué pensar y ahora mismo estaba nerviosa, no estaba de humor para los jueguecitos.
Cuando pasamos por la primera ciudad más cercana, me fijé en la gente que había en las calles. Vi a niños jugando a la pelota despreocupadamente, parejas besándose en bancos, madre e hijos a toda prisa para llegar a la escuela... Toda esta gente ignoraba lo que pasaba a su alrededor. Los envidiaba... Un poquito. A veces pensaba que habría sido mucho mejor si jamás hubiera sabido de la existencia de los demonios o de la orden... Si hubiera seguido viviendo en la ignorancia tan tranquilamente ajena a todo aquello. Una parte de mi lo deseaba, deseaba volver a ser una chica normal. Pero eso ya era historia para mí, mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados y ya nunca volvería a ser como antes.
Sumida en aquellos pensamientos cerré los ojos. Y el sueño me atrapó una vez más.

Son las moiras, las moiras... No veía nada, estaba todo oscuro, pero miles de voces diferentes coreaban aquello una y otra vez. Intentaba mirar a mi alrededor, o moverme, pero era imposible. Estaba clavada en el sitio como si fuera una figura inerte, una muñeca de trapo. A mí alrededor nada más que oscuridad y voces nombrando a las tales moiras. Un aliento gélido me rozó en la nuca y sentí pánico. El miedo se arraigó en mi estómago. Si había algo malo aquí no podía defenderme, mis piernas y mis brazos no respondían ante mí y eso me estaba generando una ansiedad increíble. Me estremecí por completo al volver a sentir aquel aire frío en mi nuca. Se me secó la boca y las manos comenzaron a sudar como cada vez que me ponía de los nervios.
Intenté gritar, pero fue en vano. Era como una de esas parálisis del sueño, donde crees estar despierto y consciente pero no puedes moverte. Era desesperante. Mientras luchaba contra ello las voces cesaron, se fueron escuchando cada vez menos hasta que desaparecieron por completo. Ahora el silencio y la oscuridad estaban siendo mucho peor. Intenté concentrarme en mi cuerpo, en mi voz, a ver si era capaz de moverme, pero no lo conseguí. En cuanto me relajé el escenario cambió de golpe.
Estaba tendida en el suelo y el pecho me ardía horrores, tampoco podía moverme, pero esta vez mi cabeza y mis ojos si respondieron. Me miré justo donde sentía el ardor y pude ver un charco de sangre que salía del centro de mi estómago. Ahogué un grito, el simple hecho de intentarlo me dolía. Moví mis manos con la intención de moverme, pero quedé paralizada cuando me fijé en mi entorno. Reconocía aquellos muebles, reconocía aquella cocina, era mi casa, la casa en la que me crie.
Miré más abajo hacia mis pies, y me di cuenta de que no eran los míos. Ni si quiera era mi propio cuerpo. La hostia puta esto sí que era heavy de cojones. Estaba en el cuerpo de mi madre, el día que los demonios nos atacaron en casa, el día en que la hirieron y la perdí para siempre. El estómago me dio un vuelco. Quería levantarme, pero me sentía demasiado agotada y débil para hacerlo. No entendí que fuera todo esto tan macabro. De golpe escuché un estruendo proveniente de la puerta principal, desde aquel ángulo tendida en el suelo no era capaz de ver nada, pero enseguida lo supe. Era la explosión que vi cuando Keilan y yo huimos del lugar y aquel tal Samael o Bael había hecho volar por los aires la puerta de mi casa. Estaba empezando a encajar las piezas. Si no me equivocaba estaba a punto de ver los últimos minutos de vida de mi madre, en directo, como si yo hubiera sido ella. Me resultaba muy macabro y realmente no quería verlo. Escuché unos pasos acercándose y tragué saliva, sabía que lo que estaba por venir no iba a gustarme para nada. Esperé que aquellos pasos se encontrarán y lo hicieron.
Lo que parecía la silueta de un hombre corpulento con capucha y capa negra apareció por la puerta de la cocina. En esta ocasión tampoco podía verle el rostro, pero sabía que era él. Su voz resonó en mi cabeza tan fuerte que me hizo cerrar los ojos de golpe.
- ¿Dónde está vieja estúpida?
Escuché la voz de mi madre saliendo de lo que yo sentía que era mi propia boca.
- Sabes que moriré antes de hablar... Un sabor metálico se acumuló en mi boca y tragué. Era sangre. Me estaba muriendo.
El siniestro hombre dio un par de pasos hacia delante y se agachó a mí lado, aun teniéndolo tan cerca era como si su cara estuviera cubierta de sombras, no podía distinguir su rostro ni a tan corta distancia. El hombre alzó dos dedos largos y blancos mientras juraba que se reía.
- Aún te quedan unos minutos de vida, y sabes que puedo hacer que sean los minutos más dolorosos que hayas sentido jamás.
A pesar de no verle el rostro juraría que podía percibir una ligera sonrisa proveniente de debajo de aquellas sombras. Me entraron ganas de escupirle y romperle los morros. Quería degollarlo y dárselo de comer a los cerdos. Como tocara a mi madre...
Mis pensamientos quedaron ahogados por un profundo dolor. Había metido aquellos dedos larguiruchos y pálidos dentro de la herida que reposaba en mi estómago y el dolor fué tan abrasador y creí que iba a perder el conocimiento.
- ¿Sabes que es inevitable no? La encontraré, tarde o temprano... Y tú, no podrás hacer absolutamente nada para evitarlo, maldita bruja.
En aquel preciso instante pude sentir como hurgaba más hondo en la herida y el dolor se extendió por todo mi ser. Era tan fuerte, tan profundo que no sabía cómo cojones lo había podido soportar. Quise gritar, gritar con todas mis fuerzas cuando algo tiró de mí tan fuerte que me dejó sin respiración.

Abrí los ojos de golpe e instintivamente me coloqué las manos sobre el estómago dolorido, aún sentía el ardor y el dolor en él.
- Naz, tranquila.
Keilan me sujetaba del brazo y su mirada era realmente de pánico. Imaginé que debía de estar chillando como una posesa.
- Está bien, ya está. Tranquila, toma. Tómate esto.
Me tendió la mano y lo miré con mala cara, y una mierda me iba a sedar otra vez. No pensaba dormir en lo que me quedaba de vida.
Alzó una ceja y dejó ver lo que parecía un blíster de pastillas. Lo observé de lejos aun cogiendo aire que sentía que me faltaba. El autobús estaba algo más lleno ya, y me fijé en cómo la gente nos observaba disimuladamente hablando por lo bajo.
- ¿Qué es?
- Tila en cápsulas. Cortesía de Dryana.
Puse los ojos en blanco y aparté su mano con desgana. No iba a tomarme nada.
- Estoy bien.
- No lo parecía... ¿Qué ha pasado? Pegabas berridos cada dos por tres, me he visto obligado a despertarte. Pensaba que estaba pasando algo malo...
Me hundí un poco más en mi asiento un poco avergonzada, y me crucé de brazos. El dolor se estaba difuminando ya y yo comenzaba a recuperar el aliento.
- Ha sido horrible...
- ¿Quieres hablarlo?
Keilan me miraba con cariño. Esa mirada profunda me enterneció y me alivió. Él seguía ahí... Como siempre. Así que decidí contarle lo que había visto.
Mientras le explicaba un color rojizo relucía en el interior de aquellos ojos azul cielo, un destello rojizo que normalmente me hacía estremecer. Sabía que estaba furioso. Mi corazón dio un pequeño saltito, ese enfado era por mí... Sabía que estaba preocupado por mí, y eso decía mucho de lo que yo era para él, o al menos eso quería pensar.
- ¿Crees que era... él?
Lo miré de soslayo, realmente estaba furioso y no sabía si seguir hablando del tema o dejarlo pasar hasta que él tomara la palabra.
- Creo que lo que has vivido era un recuerdo, Naz.
Me aclaré la garganta antes de continuar.
- Crees... ¿Crees que mi abuela tuvo algo qué ver?
Suspiró.
- No tengo ni idea... Pero supongo que si lo has visto, tiene que ser relevante.
No volvió a mirarme, fijó la vista hacia el frente y se quedó callado. El silencio fue incómodo y tenía algo más que decirle, creía que era importante y decidí romper aquel tenso momento.
- No habló como si buscara algo material... Busca a alguien, no algo... Y... - me revolví incómoda en mi asiento cuando Keilan se giró para mirarme - creo que me busca a mí. Lo que no sé es porqué.
El simple hecho de pensar que un puto demonio venía directamente a por mí me ponía tensa y de mal humor. No había hecho absolutamente nada para captar la atención de aquella bestia y aun así creía estar en lo cierto cuando decía que lo que buscaba era a mí, y no al colgante. Mi cabeza comenzó a hilar unas cosas con otras y de pronto me sentí absolutamente culpable del rapto de mis compañeros. Si aquel desgraciado me buscaba a mí, era una buena idea atrapar a aquellos que me importaban. Estaba claro que iba a ir a por ellos... Así que caería en su trampa por mí propio pie. El estómago se me revolvió de nuevo.
Keilan no contestó y eso me tensó más aún si cabe. Esos silencios suyos me ponían de mal humor, necesitaba saber qué pensaba y que opinaba al respecto, pero estaba claro que no iba a decir nada, al menos por ahora.
Llegamos a nuestro destino sin incidencias y eso sí que era decir mucho.
Paramos en una cafetería cercana a la parada del autobús y desayunamos, no me cabía nada en el estómago, pero Keilan me obligó a comer así que lo hice sin rechistar. Últimamente accedía a sus peticiones sin oponer mucha resistencia, no era muy propio de mí... Pero había estado callado el resto del viaje después de contarle el sueño que tuve, y estaba tenso. No quería provocar una discusión ahora de la nada y por una tontería... así que me limité a comerme una tostada y seguimos nuestro camino.
Graciela nos había alquilado un coche muy cerca, así que lo cogimos y nos pusimos rumbo a la orden de inmediato. Realmente el silencio ya me estaba poniendo los pelos de punta y no hacía más que ponerme nerviosa. Así que lo rompí de nuevo.
- ¿Quiénes son esos refuerzos que han llegado?
Le pregunté mientras disimulaba buscando un dial en la radio, por estos lares no había manera de encontrar una.
- Ahora los verás, queda menos de media hora para llegar.
Lo miré frunciendo el ceño, era una contestación demasiado seca para él. No quise indagar más en el tema, parecía que no quería hablar de nada así que encontré una emisora donde se escuchaba algo de música pop y me hundí en mi asiento disfrutando del paisaje. Intenté poner la mente el blanco, no tuve mucho éxito, pero al menos funcionó para no sentirme más incómoda con aquella tensión que se respiraba en el aire. El viaje hasta la orden se me hizo eterno. Cuando llegamos dejamos el coche escondido en el mismo lugar que la primera vez y entramos por el cuadro. Esta vez conseguí no marearme tanto como la primera, pero al aterrizar volvía a sentir el estómago en la espalda. Me enderecé rápidamente por si alguien esperaba al otro lado, pero no. Keilan llegó dos segundos después detrás de mí. Seguía serio y ya me estaba comenzando a cansar, que sí, que podía ser muy preocupante todo, pero no tenía por qué cambiar su actitud conmigo de esa forma. Mientras nos dirigíamos al lugar de encuentro mi cabeza celosa comenzó a tomar el control del asunto. ¿Había cambiado su actitud conmigo porqué estaba preocupado? O realmente... ¿Lo que le preocupaba era que cualquiera pudiera notar lo que había pasado entre nosotros? Específicamente Graciela. Intenté apartar esos pensamientos de mi cabeza, pero a medida que caminábamos estos se erguían con más fuerza. Un sabor amargo subió de mi estómago a mi boca. ¿En serio iba a ponerme celosa?
En cuanto la puerta se abrió dando paso a la sala de control, la sangre bajó hasta mis pies, tan rápido que por un segundo me tambalee y pensé que me caería allí mismo.
Unos ojos color avellana chocaron con los míos. Aquellos ojos... Los conocía bien. En el fondo de ellos relucía esa pizca de odio que siempre brillaba cada vez que me miraba. Mi cabeza iba a doscientos mil por minuto y no sabía si me iba a dar un ictus allí mismo. En serio, tuve que sujetarme a Keilan con el brazo. A la mierda lo que pensaran los demás, o me agarraba o definitivamente iba a perder el conocimiento allí mismo.
Vega me miraba desde el otro lado de las mesas con ordenadores, justo al lado de Graciela que parecía hablar con ella de algo a lo que esta no le estaba prestando atención desde nuestra entrada en la sala. Una sonrisa maliciosa asomó de sus labios y llegó hasta sus ojos cuando me vio ojiplática mirándola.
¿Qué mierda...?
Miré a Keilan que parecía haberse dado cuenta de mi estado y ahora me sujetaba con delicadeza por la espalda baja. Mis ojos interrogantes lo miraron y al ver que este no estaba tan sorprendido como yo, lo supe. Él lo sabía desde el principio... Por eso se llevaban tan bien en el instituto. Jamás lo hubiera imaginado. Lo que más rabia me dio es que no fue capaz de comentarme el pequeño detalle de que Vega, la tía a la que más asco tenía (algo mutuo por supuesto) formaba parte de la orden a la que habían enviado para ayudarnos.
- ¿Me estás tomando el pelo?
Lo miré con las cejas levantadas.
Keilan se limitó a sonreír de medio lado, a punto estuve de partirle los dientes si no fuera porque una voz chirriante me habló desde el otro lado.
- ¡Qué me claven una estaca en el corazón! Si es la perra rabiosa.
Su tono de voz y su risa me hicieron estallar en mil pedazos por dentro. Y una mierda. No se lo permitía nunca, pero ¿Aquí? ¿Delante de toda la orden y de Keilan? El sabor de la sangre en mi boca me indicó que me había mordido el labio más fuerte de lo que me imaginaba. Mis manos en puños a los lados de mi cadera comenzaron a sudar y mi vista estaba volviéndose completamente blanca. Sólo podía verla a ella, allí de pie con esa sonrisa vacilona y sus palabras rebotaban una y otra vez en mi cabeza. La ira se apoderó de mí más rápido de lo que hubiera imaginado. En tres segundos o menos, estaba encima de ella propinándole puñetazos en la cara. No sabía cuándo había pasado ni cómo había llegado hasta allí, pero un hilo de sangre derramándose por su boca me hizo parar. Alguien me estaba sujetando con fuerza por detrás y consiguió separarme de ella. Supuse que era Keilan pero no opuse resistencia.
Vega se incorporó rápidamente con el semblante ensangrentado y roja de rabia y vergüenza.
- Voy a matarte jodida hija de perra.
Comenzó a insultarme y a soltar de todo por la boca, me limité a sonreír mientras Keilan me llevaba a rastras hasta el pasillo y directos a mí habitación.
No pude ver quién más había presenciado la paliza que le acababa de dar a aquella zorra, pero no podía sentirme mal, no me sentía mal, todo lo contrario. Aquellas amenazas e insultos solo hicieron que me creciera aún más en mi interior. Cuando estábamos a punto de atravesar la puerta de la habitación me solté de su agarre.
- Puedo caminar solita.
Lo empujé hacia un lado y entré en la habitación con paso ligero.
Estaba totalmente igual que la habíamos dejado, lo único que había cambiado eran las sábanas, según recordaba la última vez eran de un tono violeta y esta vez eran de un color blanco roto. Me dirigí directa hacia el lavabo en un intento de evitar el sermón de Keilan pero no tuve tiempo, lo adivinó enseguida y me sujetó por detrás de las caderas.
Hice ademán de soltarme, pero me di cuenta enseguida de que su agarre no era fuerte, sino delicado. Me atrevería a decir que demasiado delicado... Su cabeza se apoyó en mi hombro y me enderecé mientras un escalofrío me recorría la espalda.
- Debería sermonearte ahora mismo por lo que acaba de ocurrir...
Susurró en mi oído.
Estaba muy cabreada, sobre todo con él. Se había portado como un capullo la última hora y encima me había escondido algo que para mí realmente habría sido de gran ayuda saber de ante mano, pero ese cabreo se difuminaba con el simple tacto de sus manos en mis caderas, con su aliento en mi oído... Me dieron escalofríos.
- ¿Y por qué no lo haces?
- No debería decirlo... Pero se lo merecía.
Me di la vuelta con los ojos abiertos como platos, su cara a pocos centímetros de la mía, sus ojos del color del cielo me miraban y unos dientes perfectos asomaban de su boca sonriente.
- Exacto... Debería hacerte lo mismo por ocultarme está información...
Quería decirlo enfadada, que se notara que realmente me había molestado que omitiera tal cosa, pero esa mirada tan intensa posada ahora en mis labios me había hecho perder la fuerza por la boca... Y lo supe, oh, Dios, claro que lo supe. Me iba a besar.
Nuestros labios se acercaron y quedaron separados apenas unos milímetros, durante lo que para mí pareció una eternidad, hasta que por fin se rozaron. No sabría decir si fue él o yo quien cedió al beso, pero estaba encantada con eso. El beso fue dulce y pícaro a la vez, entre choques de lengua y tímidos mordiscos. Juraría que lo escuché ronronear un par de veces y ese sonido me había puesto enferma enseguida. Notaba como se calentaba la parte baja de mi estómago y el deseo se arremolinaba entre mis piernas. Lo cogí con fuerza por el cuello de la camiseta y giramos hasta caer en la cama. Con él encima de mí creí que iba a volverme loca. Mi cabeza dejo de pensar, solo podía verlo a él, sentirlo a él. Su calor, su olor... Deslicé mis manos por debajo de su camiseta y sentí la firmeza de sus abdominales debajo de esta. Me deleité en ellos todo lo que pude mientras él se enredaba en mi pelo. Dejé la inseguridad y la vergüenza de lado y mis manos siguieron bajando hasta encontrarme con algo duro y firme. Suspiré por el tacto y el calor que desprendía... El beso cesó de inmediato y me miró fijamente como pidiendo permiso. Asentí. Definitivamente quería esto con él, lo quería todo y desde luego lo quería ahora. Ya. En seguida comenzó a besarme el cuello, bajando por el escote de mi camiseta roja. Intenté no gemir pero la cosa estaba complicada, todos mis sentidos estaban alerta, el olor, el tacto, el gusto... todos y cada uno de ellos centrados en él. Sus manos volvieron a mis caderas y subieron hasta acariciar mis pechos. Algo estalló dentro de mí cuando su erección cargó suavemente contra mi punto más sensible. Me estremecí al sentirlo ahí y le agarré del pelo mientras intensificaba el beso hasta escocerme los labios.
De pronto se separó de mí, y sentí el vacío inmediatamente. Parpadeé varias veces y lo busqué con mis manos. Pero él ya estaba de pie bajándose la camiseta en un intento por esconder el bulto entre sus piernas.
- Viene alguien.
Aún estaba en shock, intentando encontrar el aire que me había robado mientras me sentaba en la cama e intentaba colocarme bien la camiseta cuando llamaron a la puerta.
- Un segundo.
Dijo Keilan mientras me daba la mano y me ayudaba a levantarme.
- Continuaremos... Princesa. - me besó la frente - entra en el baño si quieres. Yo lidiaré con ella.
Asentí sin saber muy bien ni qué decir ni dónde estaba ni quién cojones nos acababa de interrumpir y me metí a prisa en el baño.
Escuché como Keilan abría la puerta de la habitación y me senté a escuchar mientras abría el grifo de la ducha para disimular.
- ¿Dónde está?
La voz furiosa de Graciela se escuchaba aún con el agua corriendo a toda hostia.
- Aquí no. Vamos.
Keilan contestó con tono firme y escuché un portazo. Deduje de inmediato que se habían ido de la habitación. Esperé unos minutos y entreabrí la puerta para asegurarme mientras mi corazón aún bombeaba frenéticamente.
Volví a meterme en el baño. Los labios me escocían y los tenía hinchados, los acaricié con mis dedos mientras las imágenes de su boca en la mía me invadían por completo. El deseo aún palpitaba entre mis piernas y mi corazón seguía latiendo de forma desbocada. Me senté en el suelo de nuevo intentando recuperar el aliento, el vaho del agua caliente no ayudaba en nada. Apagué la ducha y volví a la habitación en busca de aire, tenía el pecho comprimido y estaba demasiado alterada, incluso llegué a pensar que me desmayaría de la falta de aliento. Me tumbé en la cama boca arriba y comencé a relajarme poco a poco.
En un momento había pasado de la ira más absoluta al deseo más desenfrenado que había tenido nunca. Mi corazón era un guerrero, pues estaba soportando demasiado en tan poco tiempo... Los recuerdos de Keilan acariciándome y besándome volvieron a mí cabeza. Había sido... Había sido increíble. Me había quedado con tantas ganas de más que maldecí a Graciela en voz baja. En seguida Vega vino a mi mente. Ahora que podía pensar con un poco más de claridad mee avergonzó recordar lo que había pasado. Si bien era verdad que era una zorra de categoría, no era el momento ni el lugar para darle de hostias. Aún que me hubiera sentado de maravilla verla sangrar. Si solo hubiera mantenido esa puta boca cerrada, nada de esto habría pasado. Esperaba que ella no fuera una de las que tenían que venir con nosotros de apoyo, porqué sino esto iba a ponerse realmente tenso y no ayudaba en nada tener como compañera a alguien en quién no confías. Estaba segura de que me apuñalaría por la espalda en cuanto tuviera la oportunidad.
Keilan tardaba demasiado, y yo no me atrevía a salir de la habitación por miedo a encontrarme con alguno de ellos. La verdad es que la impresión que les habría causado no era la que tenía en mente. Me decidí por meterme en la ducha, una ducha rápida de agua fría calmaría mi calentón y aclararía mi mente.
Busqué en el armario dónde las gemelas habían dejado algo de ropa anteriormente y me alegré de que está siguiera ahí. Encontré un par de tejanos y una básica blanca con la frase "Fuck You" en la parte delantera. No sabía si era la más adecuada, pero era la única que había y no pensaba ponerme un puto vestido ni de coña. Así que me la puse. Di un par de vueltas a la habitación examinándola por todas partes, intentando encontrar algo con lo que distraerme mientras Keilan regresaba. Si es que regresaba. Los minutos se hicieron eternos, y después de lo que parecía una eternidad este entró por la puerta.
Me senté en el borde de la cama esperando una reprimenda. Estaba claro que antes me la había saltado, pero no sabía si esta vez iba a ser igual. De todas formas, lo más probable es que me lo mereciera.
- Vega está bien. Le han tenido que dar un par de puntos en el labio.
No sabía si reír o llorar. Pero algo parecido a la satisfacción de recorrió de arriba abajo, intenté disimularlo y agaché la cabeza.
- Graciela está muy enfadada, pero le he dicho que lo sientes y que no se va a volver a repetir...
Me levanté de un salto.
- Y una mierda. No estuvo bien, vale. Pero ni de coña lo siento, tú lo has dicho. Se lo merecía.
Me moví de un lado al otro de la habitación.
- No pienso disculparme, ella comenzó. No habían pasado ni cinco minutos desde que llegué que ya estaba llamándome perra. Que le jodan. Literalmente.
Keilan levantó las cejas mientras me miraba caminar de un lado al otro nerviosamente.
- ¿Te he dicho que cuando te enfadas estás muy sexy?
Paré en seco y le miré poniendo los ojos en blanco.
- ¿En serio? Hay algo mal en ti eh..
- Sí, creo que puede que tengas razón. Pero eso no lo convierte en mentira.
Keilan volvía a mirarme fijamente y por un momento pensé en retomar la cosa dónde la habíamos dejado, pero ahora mismo estaba muy nerviosa y cabreada como para centrarme en eso. La ducha fría me había hecho bajar la sangre hasta los pies.
- Bueno - continuó - he tenido que decirlo, si no, lo más probable es que no hubieras podido venir con nosotros a Dorom. Vega es la hermana de Graciela, Naz.
- ¿Cómo? - me crucé de brazos delante de él - ¿Algo más que no sepa y deba saber? Me parece increíble que no se te ocurriera decírmelo antes. Tú sabes que no trago a Vega ni ella a mí. Sabes lo que hay. Lo has visto en varias ocasiones en el instituto. Y ¿Ahora me dices que son hermanas? - volví a recorrer la habitación de arriba abajo nerviosamente - esto me parece una puñetera broma.
- Tienes razón, quizás debí decírtelo. - dio unos golpecitos en la cama a su lado invitándome a que me sentara - pero debes admitir que no hemos tenido mucho tiempo últimamente. Han pasado muchas cosas... Y hasta ahora no me parecía relevante.
Me senté a su lado y bufé como una niña pequeña.
- Lo era. Desde luego que lo era. No puedo trabajar mano a mano con alguien que quiere matarme.
- No quiere matarte Naz. Simplemente... Creo que te envidia. Como creo que le pasa a Graciela también.
Lo miré sorprendida. ¿Envidiarme a mí? Graciela había sido una zorra conmigo desde que la conocí hace ya más de tres o cuatro años. Fue verme y convertirme en su diana favorita, sin ton ni son. Siempre pensé que era por racismo, la verdad. Pero... ¿Envidia?
- No tiene sentido Keilan. No tienen porqué envidiarme, Graciela ni me conocía y ya me miraba con asco. No entiendo...
Keilan apoyó su mano en mi rodilla y me apretó brevemente.
- Naz, te lo he dicho más de una vez. Pero te lo vuelvo a repetir. Eres especial. Todos los que estamos aquí y te vemos, lo sabemos. Aún no hemos deducido que es lo que hay en ti, pero cualquiera de nosotros puede percibir tu poder. Vega lo hizo, y Graciela también.
- Mi poder... ¿Y me estás diciendo que es sólo una casualidad que Vega estudiara en el mismo instituto que yo? ¿O qué tú aparecieras también allí? Hay algo que no me estás contando. Y si no puedes ser sincero conmigo del todo, será mejor que te vayas.
Me levanté de la cama y lo miré fijamente a los ojos. No iba a dejar que me ocultara más información importante. No me tragaba ni de coña el cúmulo de todas esas casualidades. O alguien me contaba aquí que es lo que estaba pasando, o cogería mis cosas y me iría a buscar a Ethan yo solita.
Keilan me miraba desde la cama, pero se quedó callado. Entonces cogí mis botas, me las calcé de inmediato y salí por la puerta a toda prisa. Crucé el pasillo a grandes zancadas importándome una mierda quién pudiera verme, no iban a impedir que me fuera cuando me diera la gana. Si no podía confiar en nadie, no tenía sentido que siguiera aquí. La rabia se acumulaba en mi pecho como una losa apretándome los pulmones. Crucé la sala de monitores mientras juraba que alguien me llamaba, pero no me giré a mirar, la atravesé sin parar y llegué a la sala donde descansaba el cuadro de entrada. Se usaban unas palabras para entrar, pero al salir jamás escuché ni una, así que deduje que podía salir tranquilamente y me abalancé contra el cuadro antes de que pudieran alcanzarme.

La profecíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora