CAPITULO 4
A la mañana siguiente o al mediodía, ya no sabía qué hora era, marchamos.
Keilan había ido en busca de algo de comer antes de salir, había dormido poco y mal pero no había soñado. Me habría gustado poder hablar de nuevo con mi... Abuela. Y que me contara más.
El donut de chocolate recubierto de nubes de colorines me alegró un poco la mañana y alivió el terrible rugido de mi estómago.
También había conseguido un coche, ni siquiera me molesté en preguntarle de dónde lo había sacado, no estaba segura de querer saber la respuesta.
Tenía razón, salimos por unas escaleras de madera destartaladas, habíamos estado en lo que parecía un refugio debajo de una choza de madera antigua. Salimos por la cabaña para encontrarnos con un denso y oscuro bosque.
- ¿Dónde estamos? - me agarré a la manga de su chaqueta antes de caer tropezando con una enorme raíz.
- A unos cincuenta kilómetros de GreenIsland, no muy lejos, por eso deberíamos darnos prisa, si Bael es capaz de rastrear o detectar tu olor como lo fui yo, se plantará aquí en menos de lo que nos gustaría.
Tragué saliva y asentí. Iba a ser obediente por una vez en mi vida.
Subimos al Ford fiesta de color granate que aún no sabía de dónde había salido. El color no me parecía del todo... Discreto, pero quizás eso era un factor sorpresa en el que no pensarían quien fuera que nos persiguiera.
Recorrimos en silencio lo que me pareció que fueron por lo menos veinte minutos, mi mente divagaba recordando toda la información que había recibido en apenas 24h. Intenté ordenarla en mi cabeza, pero parecía imposible, los sueños y todo lo que había acontecido se mezclaba en mi mente como una batidora para hacer mayonesa. Todo mezclado, revuelto y pegajoso.
- Voy a tener que comprarme un cuaderno de notas... - miré por la ventana.
- ¿Un cuaderno de notas?
- Sí. Necesito ordenar toda esta información y la que queda por venir... O mi cabeza no va a soportarlo.
Keilan se rió suavemente, me giré para mirarlo.
Seguía con su chándal gris, a la luz del día pude ver que estaba impecable, mientras que toda mi ropa, incluidas mis Mustang parecían haber salido de un estercolero. Tenía que preguntarle cómo lo hacía, y tenía que encontrar un sitio donde ducharme. Realmente apestaba.
- ¿Dónde vamos? - pregunté mientras seguía observando su figura con disimulo.
- Vamos a encontrar a Feyra, pero antes haremos una paradita para ver a unos amigos. Creo que podrán ayudarnos.
El viaje transcurrió sin incidentes. Me alivió bastante y me permitió relajarme un poco.
Tardamos un par de horas en llegar. No sabía realmente dónde estábamos, tampoco es que hubiera salido nunca de GreenIsland y la geografía no era uno de mis puntos fuertes. No me molesté en preguntarle a Keilan.
Habíamos estado escuchando música y soberanamente callados todo el viaje, supongo que los dos teníamos mucho que asimilar y estábamos cansados.
Keilan se metió por un camino a la derecha de la carretera principal por la que íbamos. El camino era estrecho y arenoso, lleno de baches y piedras. Tuve que sujetarme con las dos manos a los reposabrazos de mi asiento para que mi cabeza no acabara estampada en el techo o lo que era peor, en el cristal.
El camino estaba rodeado de árboles y arbustos, y parecía bastante solitario. No se veían casas ni nada parecido alrededor. Distinguí lo que parecían ser dos casitas pequeñas antiguamente, y de lo que ahora solo quedaban cuatro piedras mal puestas. El sitio daba escalofríos. Tan solitario y apartado de todo. Por un momento pensé que me habría dejado llevar a donde fuera que él quisiera y encima lo había hecho sin preguntar, muy yo todo. Poca precaución Naz, después de todo lo que estaba pasando. Al fin y al cabo, no tenía a nadie más y solo me quedaba fiarme de Keilan. A estas alturas si no fuera por él, lo más probable es que estuviera muerta o algo mucho peor.
El coche se paró en lo que parecía ser una de esas casas que habíamos dejado atrás. A penas se mantenían en pie un par de paredes y medio techo. Las piedras de estas estaban esparcidas por el suelo, como si un huracán las hubiera arrancado de cuajo de su lugar. Una pequeña valla de madera la rodeaba, y pude ver que era lo único que se mantenía realmente en pie e intacto, imaginé que debió ser construida mucho después.
Keilan volvió a arrancar el coche y nos metió en la espesura del bosque que quedaba a la derecha de la casa en ruinas.
- Hemos llegado. - Dijo mientras paraba el coche en la espesura del bosque.
Tenía serias dudas de poder salir por la puerta sin arañar completamente esta con los arbustos que quedaban alrededor.
- ¿Hemos llegado? Y se puede saber ¿Dónde hemos llegado? Aquí solo veo una casa destartalada y mucho descampado.
- Tú siempre tan impaciente. - Se quitó el cinturón y de dispuso a salir. - Sígueme y verás.
Hice lo mismo y salí del coche como pude. Juraría que algunas ramas dejaron marcas en la pintura de la puerta, pero no podía hacerlo de otra manera. No iba a salir por la ventana desde luego.
- Ten cuidado de no tropezarte... Si puedes.
Le lancé una mirada ante la que hasta la mismísima Vega hubiera temblado, él no, desde luego. Se limitó a sonreír y comenzó a caminar, lo seguí.
- No sé en qué momento he decidido confiar tanto en ti como para dejar que me lleves a un puñetero bosque apartado de todo el mundo. Estoy perdiendo facultades.
- Estoy seguro de que, si me consideraras una amenaza, ya estaría temblando entre tus puños.
Volvió a reír y yo ya no supe si me molestaba o me gustaba esa risa suya.
- Te gusta tomarme el pelo ¿No?
- Bueno, tú disfrutas insultándome... Y yo estoy empezando a disfrutar de que lo hagas.
Puse los ojos en blanco y procuré fijarme en el camino que seguían mis pies. Miles de raíces atravesaban el suelo, sumándole arbustos y rocas por todas partes. No quería darle la razón a Keilan y acabar cayéndome, haciendo el ridículo una vez más. Estaba claro que lo mío no era el equilibrio.
Salimos del bosque y nos acercamos a la casa, justo en la parte de atrás.
Nos paramos delante de lo que parecía ser un pozo antiguo, le faltaban algunas piedras, pero se mantenía bastante bien. En la parte superior, sujetado con una cuerda colgaba un cubo oxidado y agujereado por todas partes, debió servir antiguamente para recoger agua.
- ¿Qué hacemos aquí? - pregunté mientras me cruzaba de brazos y empezaba a dar golpecitos con el pie en el suelo. Ya me estaba poniendo nerviosa todo este asunto.
Keilan se limitó a mirarme.
Se agachó y recogió tres piedras pequeñas del sueño y las metió en el cubo. Alargó los brazos y tiró de la cuerda mientras esté se sumergía en la profundidad del pozo.
Nos quedamos ahí parados mirando cuando la cuerda comenzó a moverse dando pequeños bandazos. Mis ojos se abrieron como platos.
- No me jodas que hay alguien ahí abajo.
- ¿Keilan? ¿Eres tú?
La voz femenina de una mujer me saco de mi asombro, y me pilló desprevenida. Di un pequeño salto hacia atrás mientras me giraba en busca del origen de aquella voz.
Una chica no mucho mayor que yo estaba plantada a pocos metros de nosotros vestía unos pantalones tejanos ajustados y desteñidos. Unas sandalias marrones que dejaban ver su perfecta pedicura a la francesa y una camiseta demasiado vaporosa para ser negra. Sus ojos oscuros miraban a Keilan sorprendidos, y me pareció que en ellos se reflejaba algo más que simple cariño.
Tenía el rostro pálido como si el sol no la hubiera tocado desde hacía mucho tiempo y realmente contrataba con su pelo rubio prácticamente blanco y largo por la cintura.
Parpadeé un par de veces mientras veía como se abrazaban.
- Graciela - dijo Keilan mientras se apartaba- cuánto tiempo sin verte. Te veo bien.
Ella sonrió de forma pícara y se echó un mechón se pelo detrás de la oreja.
Perfecto, estaban coqueteando y yo ahí plantada mirando con la ropa asquerosa y los pelos enmarañados, no podía sentirme peor.
- Gracias, tú tampoco estás nada mal.
Le guiñó un ojo y su mirada se posó en mí. No supe interpretar realmente lo que pensaba, pero juraría que vi un destello de desconfianza florecer en sus ojos. Keilan se acercó a mí y me apoyó la mano en el hombro.
- Esta es Naz, viene conmigo. - Se giró hacia mí - Naz te presento a Graciela. Es la supervisora jefa aquí.
Tragué saliva y me erguí intentando estar a la altura de los ojos de Graciela, pues me sacaba una cabeza por lo menos.
- Un placer - logré decir aún que realmente no estuviera siendo ningún placer. No me daba buena espina, aún que podría ser por el simple hecho de la cercanía que tenía con Keilan. Dios mío... ¿Estaba celosa? Estúpida.
Ella inclinó la cabeza a modo de saludo y nos miró a ambos. Vaya... Parece que yo no era la única que estaba un pelín celosa por aquí. Aquello me hizo sonreír.
- Bien, vamos. - Graciela nos hizo un gesto con la mano para que la siguiéramos. - Por aquí han cambiado bastante las cosas... Y tenemos novedades. Dos personas nuevas se han unido a nosotros. La chica apunta maneras aún que el chico parece que está algo perdido. - le sonrió a Keilan - deberías entrenarlo tú.
- Veré lo que puedo hacer. ¿De dónde salen estas nuevas incorporaciones?
- Hanna y Mike salieron a buscar provisiones y se toparon con un grupo de demonios no muy lejos de aquí, habían capturado a los chicos. Tuvieron suerte, los salvaron y los trajeron aquí hará cuestión de un par de días...- Sonrió - Mike ha mejorado mucho durante tu ausencia, ya es capaz de ganar a Greg... Cosa que como ya debes imaginar no le sienta del todo bien.
Keilan se rio con ganas y por un momento me pareció que estaba feliz. No sabía de quién hablaban, pero estaba claro que se conocían de hacía tiempo e imaginé que debían de ser sus amigos. Desde que lo conocí siempre lo había visto solo. Por una parte, mi corazón se alegró ante aquel pensamiento, me hacía sentir bien verlo feliz, aún que sonara estúpido en mi cabeza.
- Greg no tiene remedio.
Continuamos caminando hacia la entrada de la casa y atravesamos la puerta medio colgante de la entrada. La estancia estaba completamente en ruinas, habían crecido hierbajos por el suelo y lo que quedaba de las paredes. Un par de sillas rotas estaban en el suelo envueltas por enredaderas que subían y bajaban por el respaldo y las patas. Lo único que se mantenía en pie era una pequeña mesa de madera, carcomida por las termitas, pero ahí estaba, no había caído. Vi lo que parecía ser los restos de una cocina antigua esparcidos por el suelo y tuvimos que sortearlos para seguir caminando.
Graciela se paró delante de un cuadro a medio colgar que quedaba en un trozo de pared que aún estaba en pie. El cuadro era enorme, casi de mi tamaño. La pintura estaba descolorida y le faltaban trozos, apenas logré distinguir el símbolo de lo que parecía ser un sol, o una estrella. En su centro tenía pintada una luna menguante.
La chica dio dos palmadas en el aire mientras recitaba unas palabras en un idioma que no pude distinguir. Seguidamente el cuadro comenzó a verse borroso.
- Es un truco bastante fácil. - Dijo mientras se giraba y me miraba con una sonrisa en la boca. - Vamos.
Y de repente, metió sus manos dentro de él. Hasta que el cuadro la engulló por completo.
Me alegré de que no estuviera aquí ya para ver mi cara. Debí quedarme en algún momento con la boca abierta porque sentí que se me acumulaba la saliva. La cerré automáticamente antes de que Keilan pudiera verme babeando. Parpadeé un par de veces y lo miré.
Estaba ahí plantado, mirándome, creí verlo disfrutar de mi incredulidad.
- ¿Qué? - Le dije.
- Nada, parece que acabas de ver un fantasma. Y por lo que tengo entendido está no sería la primera vez.
Un dolor cruzó mi pecho, mi abuela. ¿Eso era una puta broma?
Lo empujé moviéndolo a penas dos milímetros del sitio y me interpuse delante del cuadro y él. Giré la cabeza y le lancé una mirada desafiante, y entonces toda orgullosa, dejé que aquel cuadro me tragara.
Atravesarlo dejó un cosquilleo en mi piel, como si miles de plumas me hubieran rozado. Sentí un escalofrío y aparecí en una pequeña sala oscura.
Tenía forma redondeada y estaba iluminada por unas antorchas. Las paredes eran de un color gris claro, pero entre el espacio reducido de aquel lugar y la poca iluminación, parecía más bien un pequeño calabozo.
Sentí claustrofobia y falta de aire. Di unas bocanadas intentando recuperar el nivel de oxígeno en mis pulmones y me agaché sujetando mis manos en mis rodillas. Gotas de sudor caían ahora por mi frente y de golpe sentí náuseas.
- Es normal la primera vez.
Levanté la cabeza y ahí estaba Graciela. Tan recta y estirada como antes. Sonreía de medio lado y sus ojos me miraban con interés. Lo que me faltaba, no estaba lo suficientemente bien como para disimular.
- ¿Qué acaba de pasar ahí?
Señalé hacia la pared, pero no había agujero ni cuadro ninguno. Me enderecé frunciendo el ceño cuando de repente vi aparecer la silueta de Keilan literalmente atravesando la pared.
Di unos pasos atrás ante la sorpresa.
Salió de la pared con un grácil salto. Se sacudió los pantalones como si tuviera algo de polvo, y me miró.
- Veo que estás algo mareada... ¿Estas bien? Suele pasar las primeras veces que cruzas un agujero tridimensional. O un portal como es conocido comúnmente. Te acostumbrarás.
- Sí bueno, ya me lo han comentado. Vas a tener que explicarme cómo narices funciona eso, es alucinante.
Me sequé el sudor de la frente mientras sentía como mi estómago volvía a su lugar. Vi como Graciela se quedaba mirando a Keilan entreteniéndose en la forma de su pecho. No podía culparla, no sé cuántas veces había contado ya esos seis cuadraditos... Sentí que me sonrojaba y sacudí la cabeza. Debía apartar aquellos pensamientos, no iba a pelearme por nadie y mucho menos por Keilan, por mí ya podían ser el cuento de felices para siempre.
- ¿Vamos?
Graciela estaba ya en el arco de la entrada a la salita. Keilan me hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera.
- Después de ti - me dijo mientras se apartaba dejándome paso entre Graciela y él.
Levanté la cabeza toda orgullosa y pasé, por delante de él.
Seguimos a Graciela por lo que parecía un pasadizo, estaba iluminado también con antorchas. Pequeñas telas de araña decoraban las paredes y los techos que olían a humedad. El túnel me daba claustrofobia, y me hacía sentir inquieta ante el parecido que tenía con mis sueños. Realmente llegué a preguntarme si no era precisamente con este túnel y esa estancia los mismos que se revelaban en mis sueños. Se me pusieron los pelos de punta y me agarré los brazos con ambas manos. La humedad se estaba colando en mis huesos y comenzaba a tener frío.
Sentí como algo suave y acogedor me caía por los hombros. Olía a... ¿Café? ¿Mentolado?
Me giré sutilmente para ver a Keilan detrás de mí mientras me colocaba la sudadera por encima. Sentí que la sangre se me acumulaba en las mejillas y estuve a punto de soltar una risa histérica. Las manos comenzaron a sudarme y el corazón le bombeaba con fuerza en el pecho. Estos gestos eran los que no acababa de entender y los que no sabía cómo interpretar. No iba a negar que me gustaba que me cuidara en cierta forma, pero no me gustaba pensar que necesitaba que nadie lo hiciera, me había cuidado siempre muy bien yo solita y eso no iba a cambiar. De todas formas, no fui capaz de rechazar el gesto, realmente comenzaba a tener frío. Sé que sonaba estúpido, pero estaba deseando ver la cara de Graciela cuando se diera cuenta de que Keilan me había dejado su sudadera. No es que quisiera hacerle la competencia... Pero iba a ser satisfactorio.
- Hace más frío aquí, y no llevas la ropa adecuada. Veremos si Cora puede solucionarlo. - Sonrió, y me pareció una sonrisa sincera y noble.
- Gracias. - le sonreí amablemente por primera vez.
No supe que más decir, mis mejillas seguían ardiendo y empezaban a enrojecerse mis orejas. Lo último que quería es que Keilan notara el más mínimo interés que yo pudiera tener en él.
Seguimos caminando por el túnel, que tenía varias puertas de madera oscura distribuidas a los lados de este, hasta que llegamos a una puerta de cristal opaco. No podía ver qué había en el otro lado, pero esa puerta daba la impresión de guardar algo bastante importante. Pues era la única de cristal, y se notaba que era actual, no como las que antes había visto.
Graciela saco una llave del interior de los pantalones, y abrió la puerta.
Lo que había al otro lado me dejó completamente perpleja.
La estancia también era redondeada, pero muchísimo más grande que la anterior. En el centro podía ver unas cinco o seis mesas colocadas también en forma circular con sus respectivas sillas. Todas de cuero negro y mullidas. Cada mesa contaba con un ordenador y en el centro había lo que parecía una pantalla de holograma. Estaba flipando.
Una chica y un par de chicos estaban sentados en algunas de esas sillas, se giraron a mirarnos de inmediato.
En las paredes colgaban una gran variedad de armas, algunas que sabía que eran, como un hacha bastante grande de madera con el cabezal metálico y la punta roja, un par de lanzas cruzadas una encima de la otra, alcance a ver un par de espadas de diferentes formas y tamaños y lo que parecía ser una ballesta de madera antigua. La sala estaba iluminada por unas lámparas blancas que colgaban del techo, un techo blanco al igual que las paredes. Parecía un laboratorio o al menos así es como yo me los imaginaba. Blancos y llenos de tecnología.
Mi cara debía de ser un poema.
El saludo de un chico me saco de mi ensimismamiento. Tenía la piel morena como yo y los ojos oscuros y achinados. Unas cejas bien pobladas cubrían la parte superior de sus ojos y una cicatriz cruzaba su rostro desde la sien izquierda hasta la comisura de su boca.
- ¡Keilan! - Se levantó corriendo de la silla y se lanzó hacia él.
Ambos se fundieron en un abrazo lleno de golpecitos en la espalda.
- Greg, ha pasado mucho tiempo. Te veo bien, me alegro mucho.
- Lo mismo digo, no parece que hayan pasado cinco años. Estas igual que siempre, supongo que son ventajas de ser...
Keilan lo cortó enseguida y yo levanté una ceja.
- De entrenar mucho chaval, y cuidarme. Ya me han puesto un poco al día... Mike te pega buenas tundas ¿no?
Graciela río por lo bajo y Greg la miró con cara de pocos amigos.
- ¿Eso es lo que te ha dicho Graciela? Creo que hace mucho que Maik no me gana a nada, ni si quiera al ajedrez.
Ambos se rieron y se volvieron a abrazar.
Las dos chicas que estaban sentadas en las otra mesas se levantaron también a saludar. Según pude escuchar se llamaban Nora y Noa, eran hermanas y parecían bastante más mayores que el resto. Keilan las saludo con abrazos también y hablaron un poco de qué se veían bien y que se habían echado de menos.
- Buenos gente, ella es Naz. Será nuestra invitada por ahora. Nos iremos pronto, es una larga historia que ya tendremos tiempo de contaros, por ahora supongo que nos conformamos con poder darnos una ducha y comer algo.
Les saludé y me presenté personalmente a los tres. Parecían agradables y almenos si no se fiaban de mí, no lo habían demostrado a diferencia de Graciela, que no hacía más que observar de lejos con cara de haberse comido un puto limón.
Greg nos acompaño por un pequeño túnel más corto hasta lo que era una puerta de madera vieja, en ella podía verse escrito el nombre de Keilan tallado con algún objeto punzante a la altura de mis caderas.
- ¿Esta es tu habitación?
- Exacto, decoré la puerta con mi nombre con ocho años. Todas las puertas de este ala se cambiaron menos esta, me gustaba y me gusta a día de hoy.
- Sí, Keilan puede ser muy obstinado cuando quiere. En fin... Avisad si necesitáis algo.
Comenzó a alejarse con un gesto de despedida en su mano y abrí la boca de golpe.
- Perdona y ¿mi habitación?
Greg se rió con ganas.
- Lo siento hermosura, pero solo tenemos está disponible. Tendrás que compartirla con Keilan. Seguro que a fin de cuentas no es tan horrible, le acabas pillando cariño al grandullón.
Guiñó un ojo y se alejó por el pasillo.
Keilan carraspeo detrás de mí.
- Tranquila, iré a ver si puedo hacer algo...
Mientras si quieres puedes entrar y darte una ducha.
Abrió la puerta que no estaba cerrada con llave y me dejó pasar a la habitación.
Entré dubitativa. La estancia era pequeña, solo tenía una cama (eso sí, bastante grande) y un armario pequeño de dos puertas en un rincón con una silla al otro lado. En la pared derecha había una pequeña puerta también de madera que deducí que debía de ser el baño. La habitación olía a menta o hierba buena... Caray, la habitación olía a él.. y se supone que hace por lo menos cinco años que no visitaba aquel lugar.
- No puedo dormir aquí contigo. Bueno no es que no pueda... No quiero dormir aquí contigo.- me crucé de brazos y apoyé el peso en un lado de mis caderas.
- Bueno, supongo que de momento no tienes opción. A menos que quieras compartir habitación con Graciela, podría decírselo, creo que ella tiene dos camas...
- Ni hablar. - lo interrumpí y me arrepentí de inmediato. No debía mostrar la poca gracia que me hacía la chica.
- Lo supuse... Entonces iré a dormir allí mejor. Tú puedes quedarte en esta habitación por el momento.
- Porsupuesto... Ve.
Me giré hacia la cama para ocultar el rostro, no sabía porque pero en ese momento me hervía la sangre. Simplemente imaginarme que Keilan estaría durmiendo en la misma habitación que Graciela me provocaba náuseas. Intenté hacer ver que no me importaba y me dirigí a la puerta del baño, entrando y cerrando detrás de mí sin mirarle.
El cuarto de baño era pequeño pero cumplía su función. Además estaba limpio cosa que me sorprendió gratamente. Se componía de una pequeña ducha y un váter al lado. Apenas quedaba sitio para una pica, así que la habían colocado detrás de la puerta y chocaba con ella, aún que podía abrir lo suficientemente como para pasar.
Me quite la ropa y la tire al suelo, creo que no servía ni para lavarla. Había un pequeño espejo encima de la pica, estaba algo agrietado pero miré mi reflejo. Tenía el pelo todo enmarañado y pegado a la espalda y la frente, los rizos se me habían encrespado y parecía literalmente un león. Me fijé en que ni siquiera había podido lavarme aún la sangre de mi abuela de mis manos, mis brazos, mi cara... Mi abuela. Pensar en ella hacía que mi pecho doliera inevitablemente. Pensar que hacía apenas dos o tres días tenía una vida tranquila con ella y todo iba bien... Y ahora la había perdido para siempre. Las lágrimas se acumularon en mis ojos y me obligué a no llorar de nuevo, aún que el ardor estaba siendo insoportable. Tenía ganas de llorar, chillar y patalear como una niña pequeña, pero no podía permitirme eso.
Mi vista se posó más allá de mi cuello, hacia mis pechos. El colgante brillaba con intensidad en el reflejo del espejo. Me lo saqué con cuidado y acaricié la piedra verde, algo parecido a un calambre me recorrió la mano y lo solté de golpe. Este cayó al suelo. Me quedé mirándolo, cogí una toalla que había colgada detrás de la puerta y lo recogí envolviéndolo en ella. Lo deje encima de la tapa del váter. No había tenido mucho tiempo de hablar con Keilan sobre el collar, pero sabía que era importante. Me prometí preguntarle más tarde y que me contara todo lo que sabía.
El agua caliente de la ducha fue un bálsamo para mi piel dolorida y atormentada. Frote con las manos cada una de las manchas de sangre que decoraban mi cuerpo, froté y froté hasta que mi piel quedó dolorida y me aseguré de que no quedara ni rastro. Había un pequeño champú de color verde que use para lavar mi pelo a conciencia, como no, olía a menta.
Me lo lave un par de veces intentando no acabar con el poco gel que quedaba. No sé cuánto tiempo pase ahí, debajo del agua, cuando la puerta del baño sonó.
Apagué el agua de golpe. Y me quedé en silencio esperando oír quién era el que había al otro lado de la puerta.
- Naz, puedes tirarte ahí el tiempo que quieras... No te preocupes. He venido a dejarte algo de ropa que Nora y Noa me han dejado para ti, espero que te vaya bien. La dejo sobre la cama...
- Gra.. Gracias. - Conseguí decir.
La puerta no tenía cerrojo y me sonroje solo de pensar que Keilan estaba al otro lado y que si quisiera podría abrirla sin problemas. Aún que creía realmente que si quisiera entrar, un cerrojo no iba a interponerse en su camino.
Oí como se alejaban sus pasos y de pronto se detuvieron. Parecía que volvía a escucharlos acercándose a la puerta. Quedamos así en silencio lo que para mí fue una eternidad, mis dientes comenzaron a castañear y mi cuerpo anhelaba más agua caliente.
Keilan carraspeo al otro lado de la puerta.
- Voy a dormir aquí, en el suelo si te parece bien. Greg me ha conseguido un colchón. Espero que no tengas problema, y que no me apuñales mientras duermo.
Juraba haberle oído reír al decir aquello último.
- No te aseguro nada.
Le contesté y seguidamente volví a abrir el grifo de la ducha. Agradecí de nuevo el agua caliente goteando por mi cabeza y mi cuerpo.
No dije nada ante la idea de Keilan, porque en el fondo... Prefería que no durmiera con Graciela, aún que estaba segura de que entre ellos había algo, me alegraba que hubiera optado por dormir en la misma habitación que yo aún que yo me hubiera negado.
Salí de la ducha largo rato después, me sequé a conciencia y colgué la toalla detrás de la puerta. Observé de nuevo mi pelo, estaba ya prácticamente seco y los rizos volvían a subir por mi cabeza como si pudieran auxilio. Encontré una pequeña goma de pelo en mi muñeca y la usé para trenzarlo.
Era consciente de que tenía que salir del cuarto de baño para vestirme, imaginaba que no había nadie al otro lado, pero no estaba segura. Me quedé un rato con la oreja pegada a la puerta esperando oír si Keilan estaba por allí. Sólo silencio. Entonces recordé que había dejado el collar encima de la tapa del váter. Lo recogí con la mano y algo parecido a la electricidad sacudió mi cuerpo, esta vez pude sentirlo incluso en la punta de mis pestañas. Dolió, y todo se volvió negro de nuevo.
Estaba sentada en el pupitre de clase. La estancia estaba completamente vacía y hacía más frío de lo normal. Miré mi cuerpo, Dios, al menos estaba vestida. Cuando me di cuenta de que estaba soñando me sonrojé. Seguramente había caído en el suelo del lavabo espatarrada y sin nada para tapar mi cuerpo desnudo, solo esperaba despertar antes de que nadie pudiera venir a buscarme, especialmente Keilan.
El pasar de lo que parecía una sombra a mí lado me sacó de mis pensamientos. Miré de un lado a otro la estancia en busca de quién quiera que estuviera allí. No vi nada, pero el bello de mi nuca se erizó. Había algo realmente malo ahí.
Me levanté despacio, escudriñando el lugar en busca de cualquier cosa que pudiera servirme de arma. Era un sueño, pero ni de coña iba a estar indefensa, y creyendo que podía hablar con los muertos a través de él. La sensación de mi cuerpo no me gustaba un pelo, me instaba a salir corriendo de ahí, a huir. Instinto de supervivencia le llaman.
Observé que en el poyete de la pizarra había un pequeño borrador, pegué un brinco y lo cogí entre mis manos. No creía que pudiera hacer mucho daño si alguien intentaba atacarme, pero tenía que servir. Como distracción al menos. La puerta del aula a mis espaldas se abrió con un estruendo. Instintivamente tape mi cara y mi cabeza con mis manos mientras la puerta estallaba en mil pedazos que caían sobre mí, cortándome la piel de los brazos descubiertos. Miré por debajo del brazo hacia el gran agujero y lo vi. Otra vez. La misma figura que vi en mi casa cuando mataron a mí abuela y todo esto comenzó a salirse de madre. Su imagen era justo como la recordaba, una silueta esbelta y alta, envuelta en una capa con capucha negro brillante. Su rostro volvía a estar cubierto de sombras y era imposible distinguir en él cualquier rasgo. Lo supe. Bael.
Retrocedí unos pasos a mis espaldas y levanté el borrador apretado en mi mano. La figura dio un par de pasos al frente y pude ver lo que me pareció que eran un par de ojos rojos. Con un iris alargado y negro. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo cuando una boca fina sonrió y dejó entre ver unos dientes afilados como cuchillos.
Algo tiró de mí y me dejé llevar, sabía lo que era. Me estaban despertando.
Entreabrí los ojos como pude, la estancia estaba oscura, aún así no podía abrirlos del todo. Me dolía la cabeza y sentía los párpados pesados. Algo rozó mi brazo y me estremecí.
- Tranquila, despacio.
Una voz suave y dulce me habló desde el otro lado. Me obligué a abrir los ojos y esta vez conseguí ver algo.
A mi derecha había un hombre de apariencia tranquila. Llevaba unas gafas redondas de culo de botella, algo antiguo para esta época, descansaban en una nariz larga y fina. Tenía las cejas pobladas y de un color negro azabache, pero el cabeza no tenía ni un pelo. Volví a cerrar los ojos. Oh por Dios, ¿Por qué cojones no podía abrirlos? ¿Y por qué sentía como si mil cristales chiquititos se clavaran en mi cabeza? Suspiré.
El hombre habló. O al menos creí que era él.
- Te has golpeado la cabeza contra el marco de la puerta, podría haber sido peor, pero hemos tenido que coserte la herida. Llevas seis puntos, por eso te duele la cabeza. - Carraspeó - si te cuesta abrir los ojos, es por la medicación. No te preocupes y no te fuerces, descansa, aquí estarás bien.
¿Aquí dónde? Que puñetas... Estás cosas sólo podían pasarme a mí. No quería ni saber quién me había encontrado en el baño ni en qué condiciones, así que no me moleste en preguntar. Mientras mi cabeza daba vueltas sobre el sueño o no sueño que había tenido, volví a sumirme en la oscuridad. Esta vez, por suerte, no soñé.
Cuando por fin me desperté volvía a estar en la habitación de Keilan. Me di cuenta de que alguien me había tapado con una manta espesa pero algo rasposa. No iba a quejarme, pero me picaban las piernas una barbaridad. Me asomé debajo de la manta para darme cuenta de que no estaba desnuda, llevaba puesto lo que parecía un camisón de color rosa pálido. Parecía algo antiguo por las puntadas en los bordes y lo largo que era.
Por Dios... Tenían que haberme encontrado completamente desnuda y alguien tenía que haberme vestido. Solo esperaba que ese no hubiera sido Keilan, era lo que me faltaba.
Mientras estaba ahí compadeciéndome de mí misma la puerta se abrió después de dos golpecitos.
- ¿Puedo?
Una chica pequeña y delgada entró lentamente en la habitación. Llevaba un moño en lo alto de la cabeza amarrado con lo que parecía ser una flor negra. Su cabello era rubio blanquecino, muy parecido al de Graciela.
Hola - continuó, sonriendo. - Soy Hanna. No nos han presentado. Disculpa.
Se acercó a la cama y saco de la bata blanca que llevaba un pequeño termómetro, la miré con interrogación.
- Soy médico, o bueno, lo que podríamos considerar médico aquí. Estudié enfermería, pero he aprendido bastante. Vengo a tomarte la temperatura... ¿Como te encuentras?
Se sentó en el lado derecho y levantó mi brazo colocando el pequeño cacharrito debajo de mi axila. No puse resistencia.
- Emm... Hola. Perdona el desastre... Me desmayé o no sé muy bien qué pasó.
- No te preocupes, Maik te encontró y te pudimos atender enseguida. Fue una suerte, el corte no era nada grave, pero era profundo. Podrías haber perdido mucha sangre.
Mis ojos casi salieron de sus órbitas, y estuve a punto de tirar el termómetro al suelo del brusco movimiento que hice al incorporarme en la cama. ¿Maik? ¿Quién puñetas era Maik? Y qué hacía... ¿Qué hacía en mi habitación? Bueno, técnicamente no era mi habitación, pero qué cojones...
- Cuidado - Hanna me recolocó el termómetro y me miró un poco sorprendida, incluso me pareció ver miedo en su mirada, incertidumbre... no tenía tiempo para preocuparme por nadie más.
- ¿Quién es Maik?
- Ah bueno... - tartamudeo al hablar y pude entrever como sus mejillas se sonrojaban. Genial. - Maik es uno de los nuestros. Forma parte de la Orden. Estábamos fuera buscando provisiones médicas y al llegar se enteró del regreso de Keilan, así que bueno... Al no encontrarlo supuso que estaría aquí. Parece que al entrar escucho el golpe que venía del baño y entró pensando que podía ser Keilan...
- la chica seguía sonrojándose y bajando la mirada mientras hablaba.
- Dime que ese tal Maik no me vistió por Dios...
- No, no. Nada de eso. Esa fui yo. - Me miro aún sonrojada, pero sonriendo. - Maik solo te encontró y enseguida dio el aviso, fuimos yo y Graciela las que te atendimos y te vestimos...
Ah, estupendo. Graciela. Ahora mismo prefería que hubiera sido ese tal Maik quien me hubiera vestido... La chica seguía mirándome y me di cuenta de que no le había agradecido.
- Gracias Hanna. Una suerte que estuvieras aquí ya. - Le sonreí amablemente.
No tenía tiempo para preocuparme por nadie más, pero echaba mucho de menos a mis amigos. Hacía ya unos tres o cuatro días, no podía siquiera llevar la cuenta, que no sabía nada ellos. No sabía si se habían enterado de lo que había pasado, si sabrían la verdad o qué les habrían contado... Debían de estar realme preocupados por mí y yo ni si quiera les había podido llamar para decirles que estaba bien. Tenía que hacerlo cuanto antes. Me daba miedo ponerlos en peligro... Qué tuvieran información los hacía más vulnerables, pero los echaba tanto de menos...
El pitido del termómetro me devolvió de nuevo a la habitación y a Hanna.
- Treinta y seis con dos, estás perfecta Nazet. ¿Se pronuncia así, cierto?
- Si. Creo que eres de las únicas personas que conozco que lo ha pronunciado a la perfección la primera vez.
La chica sonrió amablemente y sus mejillas volvieron a coger color.
- ¿Dónde está Keilan?
No había aparecido en toda la mañana que yo supiera, y no lo veía desde que me dejo aquella ropa encima de la cama. No tenía por qué estar pendiente de mí o preocuparse... Pero realmente me hubiera gustado que lo hiciera. Me estaba convirtiendo en un pedazo de imbécil. Me enfadé conmigo misma y me arrepentí al momento de haberle preguntado.
Una voz dura y masculina sonó al otro lado de la puerta y Hanna se levantó de la cama.
- Estoy aquí. ¿Cómo te encuentras?
Keilan entro con paso decidido a la habitación y le sonrió a Hanna.
- Gracias por todo Hanna, eres increíble, como siempre.
Hanna agachó la cabeza en forma de saludo y salió de la habitación cerrando la puerta detrás suya.
- No tenías que venir - O sí, pensé, o no. Yo qué sé.
Me incorporé en la cama tapándome hasta el ombligo, aquel camisón dejaba al descubierto más carne de mis pechos de la que me gustaría. Pero no tenía nada más, y habiendo tanta competencia incluso me gustó que pudiera ver algo más de mí que no fueran unos pelos revueltos y enmarañados o una vestimenta llena de sangre reseca.
- Lo sé, pero aquí estoy. - Se acercó a la cama y se sentó justo en el lugar donde hacía un segundo había estado sentada Hanna.
- Así es... Aquí estás. - Mis manos comenzaron a sudar y sentí como el corazón volvía a acelerarse en mi pecho por la cercanía de su cara a la mía.
- Eso he dicho... - se acercó un poco más a mí cara, nuestros labios estaban a punto de rozarse. Noté como los dedos de mis pies se enroscaban debajo de la basta manta. El corazón latía tan fuerte que temía que saliera disparado. ¿Iba a besarme? Oh dios... Iba a hacerlo. Y yo... y yo iba a dejarle.
Justo cuando nuestros labios estaban a punto de encontrarse la puerta se abrió con un enorme portazo. Me sacudí de golpe y él hizo lo mismo, apartándose de mí tan rápido que hasta me dolió. Nos quedamos mirando la entrada y entonces se me heló la sangre. Mi corazón pareció detenerse después de haber estado latiendo de forma totalmente desbocada. Era imposible. Lo que mis ojos estaban bien era totalmente imposible.
Ahí, parada en la puerta con una enorme sonrisa y lágrimas recorriendo su rostro, estaba Emma.
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La profecía
Dla nastolatkówCuando Naz conoce a Keilan toda su vida cambia por completo. Después de un trágico suceso que marcará un antes y un después en su vida para siempre, Naz descubre por primera vez quién es y a qué se enfrenta. Con una misión que cumplir y un libro que...