KEILAN
Esta mujer iba a acabar conmigo. Sus idas y venidas me tenían loco de la cabeza. Estaba sumamente cabreada y acababa de dar un portazo a la puerta que no sabía cómo esta no se había caído en pedazos. Tardé unos segundos en reaccionar, siempre me dejaba a cuadros, y aún que me irritaba constantemente no sabía por qué me encantaba a la par.
Salí detrás de ella esperando no volver a encontrarme con un agujero en cualquier parte del refugio, no estaba el asunto como para que todo cayera y nos quedáramos sepultados entre las ruinas de piedra. No alcancé a verla en el pasillo. Cuando quería si podía ser rápida y no tropezar con cada piedrecita del camino. Sonreí para mis adentros, un pequeño defecto que la hacía aún más encantadora para mí.
Graciela me atropelló por el camino de nuevo. Ya habíamos hablado del tema antes, y había excusado a Naz todo lo que pude, pero parecía que tenía ganas de seguir con la fiesta. Suspiré. Era un pelmazo cuando se lo proponía.
- Espera, ¿Qué pasa? ¿No va a pedir disculpas por lo menos?
Graciela se interpuso en mi camino y cruzó los brazos.
- No tengo tiempo para esto ahora. Ya te he dicho que no iba a pedir disculpas, además no soy su padre eso lo sabes ¿No? ¿Porque no hablas tú con ella directamente?
Me miró arqueando una ceja.
- Bueno, parece que sois muy amiguitos. Seguro que a ti te hace caso rápidamente, la tienes comiendo de tu mano...
Me puse tenso al instante. No me gustaba el tono que empleaba cuando hablaba de ella, pero mucho menos que insinuara nada de eso.
- No seas envidiosa.
Le sonreí ampliamente mientras veía como su cara se sonrojaba por completo. Sabía que había tocado una fibra dolorosa, ella llevaba detrás de mí desde que éramos críos, y estaba más que claro que sentía envidia por la relación que habíamos forjado estos últimos días.
- Yo no envidio a nadie - recobró la compostura rápidamente - Y menos a esa.
Mi mirada se intensificó y supe que había captado el mensaje cuando retrocedió un par de pasos. Sabía que no me temía porque yo no sería capaz jamás de hacerle daño, pero estaba jugando con fuego y mi cara era una clara advertencia de que estaba cruzando la línea. Me limité a volverle a sonreír.
- Sal de mi camino, no tengo tiempo para tonterías ahora.
- ¿Así vas a tratarme ahora? ¿Como si no fuera nadie? Desde que ella llegó has cambiado, no solo conmigo Key, con todos. Y no...
Un grito la hizo callar de golpe. Mis instintos se pusieron alerta de inmediato y salí corriendo hacia donde lo había escuchado. Parecía venir de más allá de la sala de control. No reconocí la voz, pero sabía que Naz iba a tener algo que ver con todo esto. Por un momento pensé realmente que había vuelto a enzarzarse con Vega. Corrí lo que pude apartando a Graciela de mi camino, y abrí la puerta de la sala de control. Jimmy y Damián, los nuevos encargados de la seguridad que habían venido desde más allá de la capital estaban asomados a la puerta que daba a la sala del portal con las manos en la cabeza.
Lo vi venir antes de saberlo.
- ¿Qué ha pasado?
- Tío, se las ha tragado a las dos.
Damian era un chico menudo y con gafas. Tenía el rostro redondo y el cuerpo lleno y casi siempre sudaba en exceso. Se colocaba las gafas en la nariz una y otra vez mientras se tocaba la cabeza y negaba.
- ¿Cómo que se las ha tragado? ¿A quién?
Graciela había llegado hasta allí detrás de mí y había sido más rápida al preguntar.
- Primero pasó la chica morena, la de la trenza, parecía echar humo por la cabeza del cabreo que tenía encima, enseguida vimos a la otra, la rubia pálida - me miró de reojo - la seguía. En cuanto escuchamos el grito nos asomamos y ya no estaban ninguna de las dos.
Jimmy añadió.
- Pensábamos que se estaban dando de ostias de nuevo.
Jimmy al contrario que Damián era esbelto, alto y delgado como un palo. También llevaba gafas y un ligero bigote despoblado. Era de piel morena y pelo largo que siempre recogía en una coleta. El chico río nerviosamente cuando me miró a la cara.
Estaba conmocionado ahora mismo. No sabía qué pensar o qué hacer. Era imposible cruzar el portal sin un código... Unas palabras que abren el portal al qué quieres llegar. Que yo supiera, Naz no tenía ni idea de ninguno y Vega desde luego tampoco. No era algo que sabía todo el mundo aquí. Los únicos éramos Graciela mi padre y yo. Así que no entendía como habían podido cruzarlo sin más.
Graciela me miró sorprendida, supongo que estaba pensando en lo mismo que yo.
- Gracias chicos, volved al trabajo. Y bloquead esta puerta. Necesitamos una contraseña, o un bloqueo que solo se pueda abrir con huella dactilar o algo así... No podemos dejar que vuelva a pasar.
Ambos asintieron y volvieron a sus puestos de trabajo.
- Vamos.
La seguí por el camino hacia el comedor. En este momento los refuerzos que habían llegado para combatir estaban en la sala de entrenos, y suponía que no habría nadie que nos escuchara allí ahora.
En cuanto entramos Graciela soltó su lengua, que parecía haber estado mordiendo un buen rato.
- ¿Qué vamos a hacer? Como... ¿Cómo puede ser que hayan conseguido cruzar? Y ¿Dónde? Vega no sabía ningún código... ¿Has sido tú? ¿Le has revelado el código a Nazet?
Esto último lo dijo chillando y mis cejas se levantaron hasta tocar la raíz de mi cabello. Aquella pregunta realmente me ofendía, si bien era cierto que compraría muchas cosas con Naz, había muchas otras que le había ocultado o había decidido omitir. Precisamente por eso se había marchado hace una furia de la habitación hace escasos minutos.
- No voy a contestar a esa pregunta, porque desde luego, sabes la respuesta. Lo que quiero es saber cómo las vamos a encontrar. Tengo que llamar a mi padre, ahora.
Tenía el móvil en la habitación cargando, así que dejé allí a Graciela y salí zumbando a la habitación a por él. Mi padre era el único que podía darnos una respuesta ahora, y tampoco se me ocurría nadie más a quien poder preguntar. Encontré el móvil justo donde lo había dejado, aún no estaba cargado del todo, pero serviría para hacer una llamada. Tenía que salir al exterior si pretendía tener algo de cobertura así que eso hice.
Me senté cerca del pozo, en una roca enorme que usaba de mesa cuando era pequeño, solía jugar fuera y simulaba que era una mesa de la escuela a la que prácticamente no pude ir nunca. Suspiré. Aquellos recuerdos habían quedado tan y tan lejos...
Marqué el número rápidamente y me lo puse en el oído. Dio tono varias veces, pero al final, acabó saltando el contestador. Insistí.
No obtuve respuesta, y eso ya me estaba poniendo nervioso. No podía esperar ni un minuto más, tenía que encontrar a Naz. Temía que pudiera haber ido a parar directamente a la boca del lobo, a algún escondrijo de demonios o lo que era peor... Frente a él.
No volví para recoger nada. Las llaves del coche estaban siempre guardadas debajo del asiento del conductor. Por allí jamás pasaba nadie, y además, el coche estaba bastante bien oculto entre los matorrales y árboles.
Me subí sin pensármelo dos veces y salí lo más rápido que pude de allí. Que mi padre no contestara al teléfono era sumamente extraño, ya que vivía pegado a él casi las veinticuatro horas del día. Mi madre estaba siempre fuera, en misiones de abastecimiento, y solían llamarse mutuamente varias veces al día. Algo olía mal, y no quería ni imaginarme que algo le hubiera pasado. Mi instinto me decía que tenía que ir hacia allí, y encontrarlo directamente, así que eso eso exactamente lo que iba a hacer.
Llegué mucho más rápido de lo esperado, a decir verdad, una de las pocas cosas buenas que había heredado de mi padre biológico eran unos reflejos mucho más agudizados que los de cualquier otro de mi especie y los aproveché al máximo para llegar cuanto antes. Algo dentro de mí estaba inquieto y nervioso. Sabía que no tenía que ser tan paranoico, pero algo me decía que tenía que llegar cuanto antes.
La casa por fuera estaba aparentemente normal, pero antes de cruzar el umbral de la puerta sentí un extraño pinchazo en el pecho. Debería haber picado a la puerta amablemente, pero eso no iba conmigo ahora mismo, así que la abrí de sopetón y sin cuidado alguno.
Pequeñas gotas rojizas me saludaron desde el otro lado de la puerta, y antes de mirar, lo supe.
Alcé la vista, la casa estaba tal y como la habíamos dejado, pero unos pies sobresalían de la esquina del sofá. Reconocí aquellos zapatos negros acabados en punta al momento. Las pequeñas gotas dejaban un reguero desde allí hasta la puerta de entrada.
Me abalancé de inmediato hacia él, mi padre yacía en el sofá como si estuviera dormido, y podría haber pensado que así era de no ser por el charco de sangre que inundaba su camiseta y salía de su nariz. Estaba reseca, así que esto debió pasar hace ya algunas horas por lo menos. Lo sacudí instintivamente esperando que despertara, que no fuera más que una herida grave pero que tenía solución. Pero al rozar su cara con mis dedos sentí el frío. Un frío helado y antinatural.
La rabia estaba a punto de hacerme estallar en mil pedazos, corrí hacia la habitación contigua donde se suponía que debía estar Emma y abrí la puerta de una patada. Quien quiera que le hubiese hecho eso a mí padre podría estar aún dentro de la casa, y no iba a pillarme con la guardia baja. Pero lo que vi me sorprendió por completo. La estancia estaba completamente vacía, la cama donde antes descansaba Emma estaba revuelta y vacía también. Ni rastro de ella o de Dyandra. Me acerqué a la mesa de trabajo y pude observar que faltaban varios brebajes y cacharros que antes estaban allí. Al momento pensé en el collar de Naz. Mierda.
Seguramente quién fuera que los hubiera encontrado se había hecho con él y con ellas dos. Mi padre debió intentar defenderlas, pero no lo logró. Revisé la casa en busca del o los culpables, pero estaba completamente vacía. No había nadie.
Llamé por teléfono a Graciela.
- Manda a alguien. Emma y Dyandra han desaparecido... Y mi padre... Mi padre...
- Lo sé, acabo de ver exactamente lo que tú has visto. Lo siento Key, por lo de tu padre... Y por lo de antes.
- No importa. Envía a alguien rápido por favor.
- Yo misma voy en camino, espérame ahí. Ni se te ocurra moverte ni hacer ninguna tontería.
Le colgué sin contestar. Mi padre seguía ahí, ensangrentado y pálido en el sofá. Ni si quiera sabía cómo reaccionar, me dolía el pecho y estaba sumamente cabreado. Pero las lágrimas no llegaban a mis ojos, aún que sabía que mi corazón lo estaba llorando.
Me dirigí hacia el baño en busca de unas toallas mojadas y lo lavé. Le lavé la cara, las manos y le quité la camiseta con sumo cuidado. Su cuerpo estaba rígido y temía romperlo. Siempre pensé que sería diferente, que cuándo él faltara, podría despedirme... Me arrepentí enseguida de haberle dicho aquello cuando advirtió a Naz de lo del colgante. No había sido justo con él. Sin ser mi verdadero padre, había sido el único al que había conocido como tal, me había criado cuando nadie más lo hizo, cuando estaba solo, había ejercido de padre y amigo desde el primer momento en que nos conocimos, cuando yo solo era un crío de ocho años, huérfano y sin rumbo en la vida.
Y había potenciado cada una de mis cualidades. Había creído en mí. Y ahora ni siquiera podría decirle cuán importante había sido para mí todo lo que me dio. Él había sido el único punto de luz en la oscuridad, él me había convencido de que en realidad yo no era un monstruo.
Sentí como la venganza cobraba sabor en mi boca, agria y picante. Miré a mi alrededor y vi la manta encima del sillón, se la puse por encima con sumo cuidado.
NAZET
- Tienes que ayudarme. Contáctame con él.
Feyra nos había enseñado en directo lo que estaba ocurriendo en ese mismo momento en la casa de Dyandra. Tenía el corazón en un puño por la muerte de Brayan, pero sinceramente, lo peor fue poder sentir el dolor de Keilan en mi propia piel.
Nos reunimos en círculo cogidas de la mano, y sí, por muy peliculero que parezca, Feyra nos mostró lo que estaba pasando en una enorme bola de cristal que dispuso en el medio del círculo que habíamos formado.
- No es seguro que vaya a funcionar Nazet, hace años que no...
- Me da igual, inténtalo. Tengo que ir con él.
No quería llorar, me negaba, pero las lágrimas estaban amenazando con salir sin mi permiso. Mierda. Me cago en todo. Dios, quería chillar e insultar a todo el mundo, odiaba a la vieja de los cojones de Dyandra, sabía que no era trigo limpio dijeran lo que dijeran. Puede que en un tiempo se hiciera cargo de Keilan y no lo hiciera del todo mal, pero ahora nos había tomado el pelo, me había tomado el pelo a mí y estaba poniendo en riesgo la vida de Emma. Había matado a Brayan, y le había amputado la puta pierna. La iba a matar. Oh sí, iba a hacerlo, y desde luego no iba a sentir ningún tipo de remordimiento.
Feyra cortó la conexión justo cuando alcanzaba a ver a Keilan dirigirse hacia la manta gris que había encima del pequeño sillón. Mi cuerpo se encogió instintivamente, estaba sufriendo, y por Dios, me dolía. Dolía horrores verlo sufrir así.
Se levantó del suelo y colocó la bola encima de la mesita de café que había en el centro entre los sofás y la chimenea.
- Voy a intentarlo, pero no prometo nada Naz.
Asentí sin mirarla, no podía apartar la mirada de aquella bola.
- Si lo consigo, tendrás solo unos minutos. No dura demasiado.
- ¿Cómo me verá?
- No lo sé, un reflejo, un espejo, un cristal... Algo así debería ser.
- De acuerdo, estoy lista.
Vega intervino mientras se sentaba en el reposabrazos de mi izquierda.
- Deberías pensar en dónde decirle que estamos, o al menos cómo llegar aquí. Ya que el cuadro no va a funcionar.
La miré sorprendida, tenía razón, no había ni pensado en ello. ¿Qué iba a decirle? ¿Lo siento mucho? Estúpida.
- Estamos debajo de la Cordillera de los Arcángeles, en el continente.
Mis ojos se abrieron como platos y las manos me comenzaron a sudar una vez más.
- ¿En el continente? ¿Y cómo cojones va a llegar hasta aquí?
- No es sencillo, pero conozco un lugar con un portal hasta Mer. Tendrá que ser capaz de llegar allí.
- Es imposible. - Vega gesticuló tanto al hablar que tuve que apartarme para no recibir un manotazo. - Nadie puede pasar el estrecho sin un permiso especial desde la capital. Axial tiene todas las fronteras cerradas a la isla desde la guerra de las islas olvidadas. Eso lo sabemos todos.
No quise parecer estúpida, porque yo no lo sabía. Me sonaba vagamente, pero estaba claro que la clase de historia no era de mis favoritas. Vega me observó y enseguida se dio cuenta. Me hubiera gustado poder disimular un poco, pero vaya, estaba claro que no me estaba enterando de nada.
- Joder, ¿es que no te enteras de nada?
- Cuidado.
Feyra ni tan sólo la miró, se levantó en dirección a una puerta colocada justo al lado de la nevera de la cocina. Y desapareció.
No hizo falta decir mucho más, el tono de voz dejaba entrever una amenaza y parece que Vega lo captó al momento, bufó y me explicó.
- Hace años, los ciudadanos de la isla se rebelaron contra el continente. Reclamaban los mismos derechos que tenían ellos, el mismo salario, las mismas oportunidades... Bueno, ya te puedes imaginar. Se enfrentaron y la isla salió perdedora. Así que nada, el continente cerró las puertas a cualquiera de aquí, puso guardias reales en el estrecho y en cualquier punto que pudiera ser de acceso hasta allí. - se volvió a sentar y cruzó las piernas y los brazos. - vamos, que no se puede entrar al menos que tengas permiso desde Axial. Cosa... imposible, desde luego.
Parpadeé varias veces procesando la información que acababa de recibir.
- Algo me sonaba, pero desde luego no sabía las cosas así... Gracias, supongo.
Me encogí de hombros.
- Bah, tenemos que pensar en otra cosa, sobre todo en cómo salir de aquí y llegar nosotras a la isla sin ser detectadas. Evidentemente sí cruzamos el estrecho, sabrán que hemos entrado de forma ilegal. En resumen, problemas. Todo problemas.
Escuchamos la voz de Feyra antes de saber que había salido de la habitación.
- Problemas. Es cierto, pero olvidáis que yo soy de la isla, y vivo... Aquí. Tengo mis propios métodos.
Las dos nos giramos al oírla, tenía algo envuelto en lo que parecían paños que una vez fueron blancos. Estaban tan llenos de polvo, que al sacudir los formaban una nube grisácea tan grande que apenas se le veía la cara. Tosió con esmero y nosotras nos tapamos la nariz y la boca instintivamente.
- Pensé que no sería para tanto.
Volvió a toser y aparto el polvo con la mano, acercándose a mí directamente.
- Esto que tengo aquí Naz, es algo que realmente no debería... Confiar a nadie. Pero ahora, te pertenece. Eres la heredera, la bruja blanca aún que aún pueda sonarte todo a fantasía. Así que... Esto es tuyo.
Descubrió el interior de los trapos, y me tendió un libro. Tenía la cubierta negra y aterciopelada, alargué la mano para cogerlo y un pequeño brillo verde centelleó de su centro. Instintivamente aparté mi mano. Este libro... Yo lo había visto, lo había soñado de alguna forma, y recordé enseguida el dolor que me causó tocarlo.
- No puedo cogerlo. - me eché un poquito para atrás en el sofá mientras Feyra me miraba sorprendida - Me hace daño. Este libro ya lo he visto antes... En un sueño o una visión o lo que sea. Cuando... Cuando lo toqué, sentí un dolor insoportable. No puedo cogerlo.
La mujer se quedó mirando el libro por un momento y me volvió a mirar a mí.
- Lo que dices no tiene sentido... Si eso fuera cierto, no serías la bruja blanca Nazet... Y estoy completamente segura de...
- ¡Lo dije! ¿Lo ves? - Vega se levantó y señaló con el dedo a Feyra, instintivamente me hundí en el asiento pensando si esta vez iba a convertirla en rana o algo parecido. - me cerraste la boca de aquella forma horrible cuándo yo sólo quería asegurarme de que lo que estabas diciendo era verdad. Te lo tomaste como una ofensa... Y mira.
La mirada de Feyra asustaría al mismísimo Satanás ahora mismo, pero está vez Vega no se achicó. Mantuvo una postura firme y tajante, incluso sabiendo que podría salir mal parada de aquella situación. Por un momento pensé que esa era la Vega que yo había conocido en el instituto, y no aquel corderito que estaba siendo en estas últimas horas. No podía culparla tampoco, seguramente yo me hubiera callado delante de la mujer si esta me hubiera cosido la boca literalmente hace apenas unas horas.
- Eres una insolente niña. No sabes quién soy, ni todo lo que he vivido. Si digo que ella tiene en su interior la llama blanca, es que la tiene. No lo diría sin asegurarme antes.
Su mirada era penetrante e intimidatoria.
Decidí intervenir antes de que llegara la sangre al río, pues parecía que ninguna de las dos iba a ceder y no tenía tiempo para esto. Quería ponerme en contacto con Keilan ya, eran demasiados amigos en peligro y estábamos perdiendo un tiempo muy valioso.
- ¡Está bien!
Me levanté interponiéndome entre las dos con ambas manos estiradas.
- Voy a coger el puñetero libro, y vamos a ver qué pasa. No tiene sentido que discutamos entre nosotras, queremos lo mismo ¿No?
Sólo pude ver la cara de Feyra en aquel momento, pero asintió. Cogí el libro aún rodeado de aquellos trapos, no iba a mentir, el dolor que sentí en el sueño aquella vez casi hace que mi cabeza estalle, no me molaba nada volver a pasar por eso, pero tenía que asegurarme.
Ambas me miraban con intriga e impaciencia, pero me tomé mi tiempo, hasta que dejé caer los harapos que lo envolvían al suelo. Instintivamente cerré los ojos esperando que aquel dolor me recorriera por completo. Los cerré tan fuerte que mi visión se volvió demasiado negra. Pasaron unos segundos... ¿Minutos? Pero el dolor no llegó.
- No vuelvas a dudar de mí, niña.
Oí la voz de mi tía y a pesar de haber abierto ya los ojos, no podía verla. Mi visión era negra aún de tanto haber apretado al cerrarlos, poco a poco iba vislumbrando puntitos de luz, pero me costó un rato volver a recuperar la vista.
El libro descansaba aún en mis manos, podía sentir la suavidad de su frondoso pelaje entre mis dedos. No me había dolido, nada. Absolutamente nada. Enseguida recordé las palabras de la mujer... La bruja blanca. ¿En serio? Por un momento había pensado que podríamos dejar eso de lado, y que podía ser una equivocación, aún que no me había atrevido a expresarlo.
Vega me miraba perpleja y Feyra no dejaba de sonreír.
- Juro que en el sueño me dolía, y mucho.
- Era sólo un sueño Nazet, y si no, de todas formas, la cuestión es que este libro es tuyo, te pertenece. Tienes que quedarte conmigo para que pueda enseñarte a usarlo...
- ¡No!
Mi voz sonó unos decibelios más fuertes de lo que pretendía y me miró sorprendida. Pero ya estaba bien de perder el tiempo. No pretendía salvar el mundo aún que todos pensaran que ese era mi cometido. Sólo quería salvar a los míos, y para eso, debía de reunirme con Keilan más pronto que tarde. Algo en mi interior me decía que, si no lo hacía ya, si Keilan iba sólo a por su venganza, esto acabaría aún peor. Así que no, me negaba. Primero Keilan, después Emma y todos los demás. Así iba a ser y no iba a cambiar de opinión.
- Si me has conocido tan solo un poco en este tiempo que hemos pasado juntas, sabrás que lo único que voy a hacer ahora, es salvar a mis amigos, empezando por reunirme con Keilan.
Miré a Vega que asintió con la cabeza repetidamente, por una vez íbamos a estar de acuerdo en algo.
- Lo entiendo... Pero con este libro, podrías hacerlo. Sólo te llevaría algo más de tiempo...
- Tiempo es lo único que ahora no tengo Feyra.
Se estremeció un poco al oír su nombre de mi boca.
La mujer pareció resignarse mientras se encogía de hombros.
- Tú decides... Aún no sabes nada de tus poderes, ni cómo usarlos... ¿Como pretendes acabar con Bael niña?
- ¿Qué tiene que ver Bael aquí?
- Te recuerdo que puedo ver... Cosas. Él tiene a tus amigos secuestrados. Lo vi, y lo sé. - me cortó antes de que pudiera intervenir. - no, no vi si vivían o no. Pero sí leí sus intenciones. Te quiere a ti, la piedra y el libro. Y su idea no es para nada buena. No debes ir a por él, y menos así, desprotegida.
Tardé un poco en contestar y salir de mi estado petrificado.
- No tengo otra opción. Contáctame con Keilan, y sigue guardando el libro. Sin él, no podrá llevar a cabo lo que sea que tiene pensado ¿No?
- No, pero créeme... Si te encuentra, acabarás diciéndole lo que él quiera. Puede ser muy... Persuasivo cuando quiere.
- No me tendrá. Y ahora, por favor, Keilan.
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La profecía
Teen FictionCuando Naz conoce a Keilan toda su vida cambia por completo. Después de un trágico suceso que marcará un antes y un después en su vida para siempre, Naz descubre por primera vez quién es y a qué se enfrenta. Con una misión que cumplir y un libro que...