El resto de la semana transcurrió con normalidad, señor musculitos no hizo ademán de querer continuar nuestra conversación, pasaba las horas solo y en silencio, a excepción de cuando Vega lo abordaba por los pasillos o en los almuerzos, si eso le molestaba, no lo parecía. Ethan como suponía no vino hasta el miércoles, y de regalo trajo un ojo más grande y morado que otro, por mucho que lo disimulara con aquel maquillaje de sombras oscuras que solía ponerse, a mí no me engañaba. No quise hablar con él del tema, pues ya habíamos tenido un par de conversaciones sobre el tema en algún que otro momento, y nunca acababa bien. Entendía su posición y que aguantara por su hermano pequeño, pero me hervía la sangre cada vez que lo pensaba. Emma estuvo mayormente cabizbaja, a mí este tema me ponía de mal humor, pero ella era mucho más sensible que yo y realmente le afectaba bastante emocionalmente ver a Ethan así... No es que a mí me importará menos, claro está, pero a ella se le notaba más. Estaba mucho menos habladora y ni había aparecido por el café de Mourice poniéndome excusas bastantes difíciles de creer, como qué no tenía ningún par de zapatos en condiciones y tenía que ir a comprar, o que madame Lassel la había puesto a hacer ejercicio todas las tardes. Esto último podría ser totalmente cierto, pero sabía que todo estaba relacionado con el asunto de Ethan, tampoco podía culparla. Éramos amigos de toda la vida, y lo que a uno le afectaba o le dolía, a los demás nos dolía el doble.
Emma me llamó sobre las diez de la mañana, quedamos a las once en la esquina de la calle mayor para ir a la biblioteca. Después de esta semana pensaba que ya no iríamos, pero resulta que no se había olvidado, y bueno pues imagino que ya tenía su par de zapatos nuevos. El día anterior había logrado hablar un rato con Ethan y dijo que también se apuntaba. Mi abuela había salido temprano como cada sábado, solía reunirse con un par de amigas suyas en casa de una de ellas a jugar al bingo y tomar infusiones que van innovando y mezclando cada dos por tres de formas diferentes. Tenía una libreta llena de recetas de ellas, unas con sabores ácidos, dulces y mis preferidos, los que incluían cualquier tipo de hierba mentolada y especies. Solía llamarlas el club del té clandestino. Eso la hacía sonreír.
Me di una ducha rápida y esta vez dejé mi pelo suelto en una coleta, se me encrespó todo enseguida y tuve que apañarme un moño rápidamente. Solía llevar trenza, pero hoy me había dado pereza hacérmela. Estas noches habían sido tranquilas en cuanto a la pesadilla recurrente se trataba. Aún que no sé qué prefería, pues Keilan había aparecido en mis sueños un par de veces en lo que iba de semana, y eso me tenía los pelos de punta.
Me vestí con un par de tejanos que tenía colgando en el respaldo de la silla de mi habitación y una camiseta blanca que decía "Fuck you", todo muy yo, desde luego.
Bajé corriendo las escaleras y antes de salir me calcé mis Mustang negras y me acomodé la chaqueta tejana por encima de los hombros, era primavera, pero aquí en (por determinar) no solía hacer calor prácticamente nunca.
Salí por la puerta de roble oscuro de la entrada, y cogí la bicicleta. Tenía en mente comprar una moto en cuanto mi abuela me dejara sacarme el carné, que sería más tarde que pronto. Saqué una manzana de mi riñonera y me dispuse a comérmela mientras me dirigía a la calle mayor donde había quedado con Emma. A mitad de trayecto me di cuenta de que la calle estaba especialmente silenciosa y solitaria hoy, normalmente las mañanas de sábado podías ver un pequeño tumulto de gente cerca de las casas blancas más viejas del pueblo donde ponían el mercadillo, y hoy parecía que todos se habían puesto de acuerdo en no acudir. Me pareció especialmente raro y un escalofrío me recorrió la espalda hasta poner de punta los bellos de mi nuca. A mí izquierda me pareció ver lo que era un gato rebuscando en la basura de la familia Collins, una casa antigua y fácil de distinguir ya que era la única pintada de un rosa pálido. El gato pareció percibirme y levantó la cara. Sus ojos se clavaron en los míos, dos ojos rojos y con una mancha alargada y negra en el medio. Miré con más atención pensando que mi imaginación me jugaba una mala pasada, pero no, ese gato tenía los ojos rojos...
De repente perdí el control de la bicicleta y giré bruscamente hacía la izquierda dándome de bruces con la farola de la esquina. Caí al suelo golpeándome la frente y una de mis piernas quedó enredada en la rueda de la bicicleta. Sentí un pinchazo de dolor intento en la rodilla izquierda y mi vista empezó a oscurecerse. Algo caliente y húmedo resbalaba de mi frente, sangre. Estaba sangrando. Me la quité con la mano como pude e intenté incorporarme, pero la pierna no obedecía mis órdenes.
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La profecía
Teen FictionCuando Naz conoce a Keilan toda su vida cambia por completo. Después de un trágico suceso que marcará un antes y un después en su vida para siempre, Naz descubre por primera vez quién es y a qué se enfrenta. Con una misión que cumplir y un libro que...