Capítulo 14

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KEILAN
Esperé un tiempo prudente para salir de mi celda, esperaba que nadie me encontrara aquí o todo nuestro plan se iría al traste en un abrir y cerrar de ojos. Me dirigí rápidamente a la celda de Vega, abrí la verja y me metí dentro de un salto antes de que nadie pudiera verme.
Vega ahogó un pequeño chillido y se levantó a trompicones, seguía sentada en la misma forma que la había dejado antes sollozando.
- ¿Cómo...?
No le di demasiado tiempo para hablar, y la abracé fuerte. Ella me devolvió el abrazo y siguió sollozando en mi hombro. Sabía que teníamos poco tiempo, pero quería permitirle desahogarse unos minutos, estaba seguro de que lo necesitaba.
Cuando nos separamos de nuestro abrazo la pude observar mejor. No quedaba ni rastro de la antigua Vega que había conocido tiempo atrás, había cambiado. No era físicamente, no, pero algo en sus ojos se veía totalmente diferente. Está situación nos estaba cambiando a todos.
- ¿Cómo has entrado? - se asomó por la verja que había vuelto a cerrar.
La agarré suavemente de los hombros.
- Es largo de explicar, pero ha sido Ethan. Parece que no está del lado de Samael como había imaginado.
Ella tragó saliva.
- Ni si quiera sabía que había estado de su parte en algún momento.
- Es largo de explicar... ¿Y Naz?
Ella negó con la cabeza.
- No tengo ni la menor idea. Me dejaron K.O nada más entrar por el portal... Cuando desperté ya me estaban arrastrando hacia aquí. No pude hacer nada... Mi hermana... - comenzó a llorar de nuevo - Soy una completa inútil tendría que haber hecho caso a Feyra...
La corté de inmediato.
- No eres ninguna inútil, yo estoy aquí también, así que no... Las cosas se han dado así, pero vamos a salir de esta. Tu hermana está bien.
Abrió los ojos como platos y me zarandeó suavemente.
- ¿Está aquí? ¿Dónde? Key tenemos que ir a por ella ¿Dónde está? ¿Le han hecho algo?
- Vega, Vega, calma. Cálmate. Sé que es difícil pero no tenemos tiempo, y no puedo contarte todo ahora. Está bien, es lo que necesitas saber, y esta noche iremos a por ella ¿Entendido?
Le sequé las lágrimas con la manga de mi camiseta, y algo duro me recordó que ahí tenía mi tirachinas.
- Coge las llaves y desátame está mierda de cadenas. Me están jodiendo las muñecas.
Ella asintió aún en shock por la situación, pero hizo caso. Una vez me las quitó hice lo mismo con las suyas. Saqué mi tirachinas y no pude evitar sonreír ligeramente, era un punto a favor tenerlo.
- ¿Qué es?
- Bueno, un tirachinas.
- Ya bien ¿Vas a matar a Samael a pedradas?
No pude evitar reír, y de esa forma descargar algo de nervios que tenía acumulados.
- Es mágico, como puedes imaginar. Y no lanza piedras normales. En mi bota guardo una bolsita que me dio mi padre antes... Antes de morir. No es que tenga muchas, pero de algo servirán si las cosas se tuercen.
La miré fijamente.
- Bien, escúchame. Iremos a por Grazie en cuanto nos den la señal, no sé qué señal será, pero la tendremos, entonces iremos a por ella. Habrá que encontrarla, y no será fácil, pero lo lograremos. Una vez estemos juntos, deberíamos buscar a los demás.
- Suena demasiado complicado y arriesgado para nosotros solos Keilan, hasta para ti.
- Sí, le dije a Ethan que era un plan malísimo, pero es el que tenemos, y lo haremos bien, no te preocupes.
Ella asintió, aunque no muy convencida. Lo entendía, realmente era un plan de mierda. Correr a ciegas, en un lugar infestado de demonios, sin saber dónde ir o que trampas nos encontraríamos por el camino... Pero era lo único que teníamos. Sólo esperaba que Naz se uniera a nosotros pronto con el resto, y juntos pudiéramos darle final al bastardo de mi padre. Apreté los puños instintivamente.
Vega me dio una palmadita en el hombro.
- Lo haremos, ya lo verás.
- Desde luego.
Al rato ambos descansábamos en nuestras respectivas celdas, había estado mirando la casaca que llevaba, y había contado tres piedras. Realmente pensé que tendría más, pero con estas tendría que servir. Ahora al menos sabía que mis poderes funcionaban con aquellos demonios menores, así que eso era un muy buen punto a mí favor. Esperaríamos esta noche la señal de Ethan, y luego llevaríamos a cabo este desastroso plan que teníamos. Sólo esperaba que ninguno de nosotros resultara dañado en el camino.

NAZET
En una fracción de segundo decidí que lo mejor era seguirle el rollo. Tenía un plan en mente, y esto podía torcerlo desastrosamente. Sonreí ampliamente ante su mirada curiosa.
- Creo que tenemos mucho de lo que hablar. - añadió sin dejar de sonreír.
Asentí todo lo fino y suavemente que sabía.
- Por supuesto, pero primero, deberías poder demostrarme que eres mi futuro marido.
Pensé que debido a esa petulancia y soberbia que desbordaba por cada poro de su piel, estaría satisfecho si no era una presa fácil. El juego este macabro les iba a todos estos imbéciles y retrógrados. A juzgar por la expresión divertida de su cara, acerté de pleno.
Vega me miraba con la boca abierta, cuando estaba a punto de articular palabra, uno de sus custodios la noqueó con un golpe en la nuca. Intenté disimular mi gesto lo mejor que pude.
- Y por favor, diles a estos inútiles que no se noquea la cena. - sonreí ampliamente mientras lo miraba a los ojos. No sabía si iba a colar o no, pero esperaba que sí.
Samael se rio con ganas mientras se pasaba una mano por el pelo. Realmente me recordaba sobremanera a alguien, hasta el punto en el que mi corazón dio un vuelco sin saber bien porqué.
- Ya habéis oído a la señorita, marchaos. Y dejarla a buen recaudo para cuando mi esposa tenga... Hambre.
Me miró y sus ojos relucieron por un segundo ante aquella última palabra. Estaba claro que aquí el que más hambre tenía era él, y era de mí. Tenía entendido que estás bestias se alimentaban de sangre mágica de una forma que aún no alcanzaba a saber, pero la usaban para fortalecerse. Así que estaba claro que la mía le llamaba bastante la atención.
- Y ¿Bien? Mi prueba. - insistí.
Samael se paseó en círculos a mi alrededor mientras me observaba de arriba abajo, me sentía como un cervatillo siendo rastreado por su cazador, pero no iba a amedrentarme. Mi cabeza hiló enseguida quién podría ser... La llama negra. Pero esperaba que como decía la leyenda, en cuanto lo viera me enamorara loca y perdidamente de él, cosa que no fue tal. Quizás esa leyenda se equivocaba, y mi amor por Keilan iba mucho más allá.
Samael paró en seco delante de mí.
- Es extraño, no es como tantas veces habían contado, pero imagino que funcionará.
Alzó una mano y en su palma se formó un remolino de humo negro como el carbón que ascendió hasta el techo para volver a bajar hacia su palma y desaparecer.
- La llama negra, querida.
Mierda. Yo tenía razón, era él. Mi alter ego. Estaba realmente jodida ahora mismo, al menos aquello no parecía surtir efecto en mí, pero no iba a dejar que él lo supiera. Iba a disimular todo lo que pudiera y a seguirle el juego hasta que pudiera liberar a mis amigos. No sabía a ciencia cierta si estaban aquí... Pero ¿Dónde si no?
Sonreí mientras lo rodeaba a él, el gesto parece que le pilló por sorpresa, pero no le desagradó.
- Lo sabía, esto que siento... - golpeé mi pecho - eres la llama negra.
No me quitaba ojo de encima y juraría que su expresión cada vez era más animal. Debería echar el freno si no quería llevarme un bocado antes de lo previsto.
- Bien, futuro esposo. ¿Qué tal si me enseñas esto?
- Por supuesto.
Alzó el brazo para que enredara el mío con el suyo, y así lo hice. Ambos caminamos hasta llegar a un portón de madera oscura que se abrió sólo ante su presencia. Tragué saliva instantáneamente, el miedo se coló por debajo de mi piel. No sabía qué podía encontrarme ahí, ni si estaba haciendo lo que debía hacer... Pero no había tenido opción. Tenía que ganarme su confianza, y tenía que hacerlo bien. El temor por ver a alguno de mis amigos allí creció en mi estómago, pero intenté mantener la compostura. Viera lo que viera, él no podía darse cuenta de que me afectaba lo más mínimo si quería que confiara en mí.
Ante mí apareció un enorme y hermoso salón, repleto de enquistados dorados, lámparas de araña colgantes y un suelo reluciente. Nada tenía que ver con la estancia y pasillos que habíamos dejado atrás. Caminé junto a él por una gran alfombra roja y dorada que llevaba al otro extremo del salón, justo a dos sillones enormes del mismo color, bañados de oro por todas partes.
Relucían tanto que dañaban la vista. Dos enormes criaturas negras custodiaban los tronos. A ambos lados del salón se extendían dos enormes y largas mesas de madera oscura, cubiertas con un mantel rojo y llenas de vajilla dorada reluciente. El lugar estaba lejos de ser tan sombrío como el anterior, todo lo contrario, parecía el salón de un gran palacio medieval, jamás imaginé que este ser pudiera vivir así. No sé por qué en mi mente estas criaturas vivían cómo ratas en cloacas, pero estaba claro que me equivocaba. Además... Él no era como los demás. Estaba claro que no. Era importante. Por un momento intenté recordar el nombre que había mencionado una vez Keilan... Pero no lo logré. Mis pensamientos iban a toda máquina mientras cruzábamos el salón, y un flashback apareció de repente en mi cabeza cuando lo miré y me sonrió de nuevo. Esa sonrisa... Esos dientes. Esto era peor de lo que pensaba. Era él. El hombre o la cosa que nos había atacado en mi casa... Era el asesino de mi madre. Todo mi cuerpo lucho contra la voluntad de soltar mis poderes ahí mismo y deshacerlo como un helado en pleno agosto al sol. Tuve que mantener la calma de una manera sobrehumana, pues notaba como la energía fluía por mis venas desesperada por salir. Debió notar algo, porque en cuanto llegamos delante de aquellos tronos me hizo un gesto para que me sentara mientras levantaba una ceja en un gesto que una vez más, volvió a serme terroríficamente familiar.
- ¿Tensa? Puedo oler la llama blanca en tus venas desde aquí, mujer.
Intenté tranquilizarme mientras apartaba la imagen de mi madre muerta en el suelo. No podía pretender que no sintiera mi energía, pero debía mantenerla a raya si quería sobrevivir, o que alguno de mis amigos lo hiciera también. Sonreí de medio lado.
- Desde luego, este lugar es... Magnifico. No sé por qué huía de ti, cuando mi destino claramente era sentarme en este hermoso trono. Pero dime... - intenté cambiar de tema rápidamente - ¿Puedo saber el nombre de mi futuro esposo?
Se sentó en el trono mientras hacía un gesto a los dos monstruos que custodiaban la puerta que acabamos de dejar atrás.
- Samael, Nazet. Me sorprende que no lo sepas ya. ¿Tan poco te han contado? A caso... ¿No me reconoces?
Me estremecí ante aquel nombre, solo el sonido de aquellas sílabas juntas en su boca hacía que mi piel se pusiera de gallina.
- Está claro que tú, sabes más de mí que yo. Así que deberías... Ponerme al día. - sonreí amablemente sin dejar de tener una expresión desafiante y divertida. Estaba claro que le gustaba que le hablara así. En mi mente no podía dejar de imaginarme cómo iba a separarle esa cabeza del cuerpo con mis propias manos, en mis dedos chisporroteo la luz blanca de la llama, detalle que no pasó desapercibido a sus ojos. Si no hubiera sido por lo que estaba viento frente a mí en aquel mismo momento, mi plan definitivamente se habría ido al traste.
Ethan caminaba con paso firme en nuestra dirección, vestía una túnica negra y bastante elegante a mí parecer, no había rastros de maltrato en su rostro ni tampoco me pareció que fuera obligado a venir. Ahogué una pequeña exclamación y resistí el impulso de saltar a sus brazos. Tendría que confirmarme con saber que estaba aquí, y que estaba bien. Samael me miraba divertido de reojo, estaba claro que no acababa de tragarse mi actitud del todo e imaginaba que estaba esperando a que saltara. Pero nada de eso iba a pasar. Me prometí mantener la cabeza fría y el corazón cerrado, si quería que esto saliera bien, debía hacerlo.
Se plantó ante nosotros e hincó una rodilla en el suelo en forma de reverencia mientras agachaba la cabeza y su mata de pelo negra le cubría la cara.
- Su alteza.
Ni una mirada, no me echó ni una mirada, por mucho que me mantuviera fría mi corazón latía de forma incontrolable. Era él, mi amigo del Alma, el que tantas veces había secado mis lágrimas, el que siempre estuvo ahí para mí... Y ahora ¿Qué? No entendía nada. A caso... No podía ni imaginarme algo así... ¿Estaba con... él? Parpadeé varias veces controlando las ganas de llorar. Estaba siendo demasiado para mí, sabía que iba a ser duro... Feyra me lo advirtió... Pero de saberlo a vivirlo, era demasiado doloroso.
- Querida, imagino que ya conoces a nuestro lacayo Ethan. ¿No es así?
La sonrisa burlona de él me confirmó que estaba intentado sacarme de mis casillas y verificar si mis intenciones eran realmente las que yo le planteaba. Era astuto, pero claramente yo iba a serlo más.
- Por supuesto. Levántate. - le ordené a Ethan. No sabía si se me daba ese privilegio, de ordenar y mandar, pero no me contradijo así que aproveché la ventaja.
Ethan pareció dudar por un segundo, pero obedeció sin rechistar. Nuestras miradas se cruzaron y entonces, algo en mí se rompió en mil pedazos. Aquellos ojos... No eran los de mi amigo, ni por asomo. Se habían ensombrecido, eran más negros de lo normal, más... Vacíos. No estaba entendiendo nada y mi cabeza se esforzaba por frenar mientras pensaba a mil por hora. Demasiados pensamientos, dudas, y sentimientos entrelazados. Por un momento creí que iba a fracasar, pues el deseo de alcanzarlo era demasiado grande en mi interior.
Sabía que ambos esperaban que hablara, así que hice de tripas corazón y continúe con mi falsa aún que el pecho me estuviera apretando tanto que amenazara con quedarme sin aire de un momento a otro.
- ¿A caso he dicho que podías mirarme?
Ethan apartó la mirada de inmediato y yo di un pequeño respingo en el asiento al notar la mano de Samael descaradamente encima de mi rodilla mientras reía.
- Caray, eres peor que yo. - contestó mientras seguía riendo.
Aquellas palabras hicieron meya muy dentro de mí... ¿Y sí tenía razón? No sabía cómo era capaz de hacer lo que estaba haciendo ahora mismo... Ni lo que iba a hacer a continuación.
Aparté su mano sutilmente de mi pierna.
- ¿Me subestimadas? Creo que aún te queda mucho por conocer de mí, parece que estamos empatados... Ni yo te conozco a ti lo suficiente, ni tú a mí. Pero no debe preocuparnos, tenemos toda la eternidad ¿No es así?
Samael me miraba fijamente a los ojos, desde luego estaba analizando mis palabras y mis gestos descaradamente. Con toda la endereza de la que fuí capaz proseguí.
- Llévatelo de mi vista, es un traidor.
Ethan no me miró de nuevo, pero ahí agachado aún en una genuflexión delante de nosotros, me pareció que se estremecía.
- ¿Un traidor? En este caso, mi amor, ha servido como buen vasallo desde que llegó. Además... Creo que fui bastante claro y eficiente a la hora de hacerle entrar en razón. Pero... Si es así como lo consideras, podríamos mandarlo a la fosa, sin problemas ninguno.
¿La fosa? Qué coño... Espera, esto no era lo que buscaba. Tenía que reconducir la conversación sin que notara que me importara lo que le pasara.
- Confío en tu criterio, desde luego. Servirá para limpiar mis zapatos... ¿No crees? - le sonreí coquetamente, con la intención de despistarlo. Y al parecer, funcionó de nuevo.
- Desde luego. - hizo un gesto con la mano y Ethan salió despedido por los aires a un par o tres de metros. Mi corazón bombeaba con fuerza. Esperaba que no le hubiera hecho demasiado daño, ya me disculparía después, pero prefería esto, que la muerte. Rebotó contra el suelo, pero en seguida se levantó y volvió a arrodillarse.
- ¿Ves? Creo que lo tengo bastante... ¿Como diría? ¿Entrenado? Estos mortales son realmente... Fáciles.
La arrogancia de su voz me puso los pelos de punta. Realmente estaba delante de un ser despreciable y malvado hasta los huesos, tendría que andarme con cuidado.
Asentí mientras sonreía, tenía que evitar que se centrara más en Ethan, así que sutilmente acerqué mi mano a su brazo y lo toqué. El contacto fué... ¿Raro? Sentí un hormigueo en la mano y claramente él también debió sentirlo porque miró su brazo fijamente y después a mí.
- Mándalo a limpiar algo, tú y yo, deberíamos estar a solas un rato ¿No crees?
Mala idea, mala idea. Pero ya estaba dicho, no podía dar marcha atrás. Y por el levantamiento de sus cejas, estaba claro que ahora toda su atención estaba centrada única y exclusivamente en mí. Con un gesto de la mano Ethan se levantó y desapareció por el portón de madera por qué había entrado minutos antes.
Saqué mi mano de su brazo y me levanté del trono, sabía que me seguía con la mirada así que caminé unos pasos hacia delante mientras observaba la estancia pareciendo... ¿Emocionada?
- Esto es... Increíble. ¿Es oro?
Samael se acomodó en el trono donde se sentaba.
- La duda ofende. Por supuesto que es oro. ¿Te gusta?
- Desde luego.
Caminé un poquito más acercándome a una de las largas mesas que había a mi derecha, perfectamente colocadas como para un gran banquete.
- ¿Y está mesa?
Se levantó y caminó lentamente hasta llegar a mí. El sonido de sus pasos acercándose por detrás me puso los vellos de punta, realmente me hacía sentir una presa. Sus movimientos eran sutiles, fluidos... Realmente parecía una sombra. Su voz resonó demasiado cerca de mi nuca.
- Una mesa.
No me atreví a moverme demasiado.
- Con sentido del humor... Eso es gratamente interesante.
Río suavemente.
- Estamos de celebración querida. Por fin estamos dónde debemos estar. Hace un siglo que esperan esto... Que esperábamos esto. Así que no vamos a escatimar ahora. Un banquete, por todo lo alto, es lo que merecemos.
- ¿Un banquete? ¿Con invitados y todo eso?
- Ah... Tú también tienes sentido del humor. Por supuesto qué con invitados. Los señores del inframundo estarán aquí hoy, para rendirnos el respeto que merecemos. Querida... - pasó su brazo por encima de mis hombros - somos el futuro, la profecía... Somos el futuro.
Apoyó su mano en mi hombro de nuevo y sutilmente me guío a través de la estancia mientras me explicaba un poco de aquí y de allá. Me limité a asentir mientras observaba el lugar, en busca de algún tipo de salida o punto débil. Por ahora no había nada relevante en aquel lugar, mi mirada se posó en lo que parecían ser unos clavos enormes en la pared de detrás del trono, me fijé un poco mejor y algo goteaba de ellos. No me había percatado antes, pero parecía... ¿Sangre? Un escalofrío recorrió mi cuerpo, aparté la mirada de inmediato, no quería ni preguntar ni saber para qué narices habían sido usados. Cuando llegamos al portón de madera de la entrada a la sala, Samael paró y me miró fijamente.
- ¿Nazet?
- ¿Sí?
- Decía que Frederik te acompañará a tus aposentos, allí encontrarás todo lo necesario para la cena de esta noche. Cualquier cosa, díselo a él, y te será concedida.
- Ah, vaya... Gracias. - sonreí todo lo amable que pude.
- Bien.
Hizo un gesto con la mano y apareció una de esas criaturas negras y viscosas de ojos rojos, los había visto varias veces ya, pero no me acostumbraba a ellos. Además, el hedor que desprendían hacía que mi estómago se revolviera.
Sin mediar palabra con la criatura lo seguí dejando atrás a Samael. Las pisadas del demonio ¿Frederik? (Increíble que pudiera tener un nombre tan "humano") dejaban huellas viscosas en el suelo, intenté sortearlas mientras lo seguía por los pasillos mohosos de aquel lugar, nada tenían que ver con la sala que había dejado atrás hacia pocos minutos. Mi mente comenzó a analizar cada pasillo y rincón que mis ojos veían, intentaba hacerme un mapa mental y buscar debilidades como antes, pero esto iba a ser muy complicado, pues habíamos caminado a penas cinco minutos y ya había perdido la cuenta de cuántas veces habíamos girado a un lado y otro. Realmente era un puñetero laberinto. Maldecí para mis adentros descartando la idea del mapa mental, era imposible. Así que me dedique a buscar cosas... Inusuales. Como alguna puerta diferente al resto, pero hasta el momento sin tener éxito.
Me paré en seco, sin poder evitarlo. Detrás de una de las figuras de piedra oscura que decoraban los pasillos aquí y allá, vi medio escondido a Ethan. Nuestros ojos se cruzaron y ahí sí pude ver que eran los de siempre. Algo se anudó en mi garganta, era el de siempre, y estaba claro que no podía creer que él estuviera de parte de alguno de aquellos monstruos.
Frederick se paró para observar mi parón repentino.
- Disculpa, admiraba el lugar. - sonreí - continuemos.
El demonio volvió su cabeza al frente y siguió caminando.
A pocos metros a la izquierda una puerta de un color algo más oscuro que las demás apareció a nuestra derecha, el pomo era dorado. El demonio lo abrió sin tocarlo, cosa que me dejó sorprendida ya que no sabía bien hasta donde podían llegar los poderes de una de aquellas criaturas, así que hice nota mental de aquello por si me servía en el futuro.
La puerta dejó ver una sala de un color rojizo, parecido al del salón del trono. El suelo estaba completamente tapizado de alfombra, de un color gris oscuro, parecía una sala de estar. Las paredes estaban repletas de estanterías con libros de colores oscuros acordes con el ambiente del lugar, un par de sillones dispuestos estratégicamente cerca de una lámpara de luz amarillenta. Al fondo de la habitación, otra puerta, esta vez, dorada por completo.
El demonio la señaló y con un gesto de cabeza, volvió a salir de la sala sin mediar palabra. Claro está que no sabía si quiera si podían hablar sin tener boca, pero oye... Cosas más raras habían visto mis ojos últimamente.
Me quedé un largo rato observando la puerta que había señalado, era completamente dorada, y al golpearla sonaba realmente dura, nada de hueco. Parecía ser oro macizo. Desde luego... La ostentación de aquel monstruo no tenía límites. Me fijé que de la pared colgaba un enorme cuadro de su retrato. Por supuesto, egocéntrico, no podía ser de otra manera. Lo observé con cuidado de tocar nada a mi paso, no estaba segura de sí era vigilada en aquel lugar o no, pero debía ser precavida. Había algo en su mirada, en su gesto al sonreír que me escocia en los ojos. Por un momento me permití pensar en Keilan, lo echaba profundamente de menos y mi corazón se encogió al recordarlo. Sabía que debía estar por algún lugar de este maldito laberinto, y tenerlo tan cerca, pero a la vez tan lejos me dio ganas de llorar. Lo mismo pasaba al recordar a todos los demás. Emma... Mi pobre Emma, que había perdido una pierna. Esperaba que sólo fuera eso, y que estuviera todo lo bien que se puede estar después de perder una extremidad. No quise darle más vueltas a la cabeza para no echarme a llorar como un bebé, lo solucionaría, como fuera, pero lo haría. Me enderecé y me sequé con la manga sutilmente las lágrimas que no había podido evitar que se desparramaran por mi rostro.
Me dirigí hacia una de las estanterías que tenía más cercana, y pasé el dedo por aquellos libros. Siempre me había encantado leer, era lo único que me hacía desconectar de todos los problemas y de los malos días, y hacía tanto que no lo hacía... Al pasar el dedo por uno de aquellos libros una corriente eléctrica me recorrió de arriba abajo haciéndome saltar hacia atrás. Me froté el brazo dolorido mientras chasqueaba la lengua. Maldita sea. Últimamente los libros sólo me daban problemas, pero... Aquella chispa, esa electricidad que me había recorrido se había quedado en mi cuerpo. Haciendo que mis poderes recorrieran mis venas descontroladamente pidiendo a gritos salir. Me aparté todo lo que pude de aquella estantería intentando mantener mis poderes bajo control aún que esta vez me estaba costando bastante. La única vez que había sentido algo así había sido... Era imposible. Con el grimorio. Sabía que faltaban dos volúmenes más, pero... ¿Lo tendría él aquí sin vigilancia? Estuve tentada de volver a mirar, pero en seguida me detuve. Probablemente me observara desde algún lugar, y esto era una trampa. No era el momento de hacerlo, pero estaba claro que lo haría en cuanto pudiera. Ahora mismo debía ganarme su confianza y estaba resultando algo complicado. Me froté de nuevo los brazos mientras me dirigía a la puerta dorada.
Enrosqué el pomo con cuidado y la abrí con fuerza, pesaba una barbaridad. Y lo que vi allí me dejó sin palabras.
La estancia era enorme, mantenía los mismos colores que la sala anterior, pero con la diferencia de que aquí había mucho oro, vamos, básicamente todo estaba hecho de oro.
En el centro se disponía una enorme cama en forma redonda, con todos sus hierros de oro y una colcha aterciopelada de un color carmesí que tentaba a tocarla. Pero no fue eso, ni el escritorio ni la silla de oro a mí izquierda lo que me dejó sin habla... Sino el mural que tenía en frente de mis narices.
Un enorme mural que cubría toda la pared por completo. El dibujo me era familiar, la pintura era la misma que la de la última cena de Leonardo Da Vinci, pero... En el centro, no era Dios quién estaba, sino él. A su alrededor caras de hombres y mujeres que sonreían maléficamente mientras le servían pan y vino por doquier. Muy de su estilo, y no me habría sorprendido de no ser por la figura que estaba justo a su derecha. Era... Yo.










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