Capítulo 34.

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POCHÉ

—¿Señorita Garzón? —dijo una voz suave—. ¿Señorita? ¿Puede oírme? Gemí y abrí un poco los ojos, aunque los cerré de nuevo ante la luz brillante que incidía en mis pupilas.
—¿Sabe dónde está?

Mantuve los ojos cerrados. No podía hablar.

—¿Podría alguien ponerle una vía nueva?
—Dejen el monitor fuera, por favor.
—¿Llevaba un móvil cuando la trajeron? ¿Alguna otra cosa además de su
identificación?

A mi alrededor había ruidos chirriantes y sonidos eléctricos que se hacían más
molestos cada segundo que pasaba.
Sentí un dolor agudo y punzante en el brazo derecho, y me obligué a abrir los ojos. Una enfermera estaba clavándome una aguja.
Volví a oír la suave voz que me había hablado antes.
—Está en el St. Francis, en la unidad de cuidados intensivos. ¿Vale, cariño? Me hizo más preguntas sobre cómo me sentía, cosas como si veía en color, pero yo solo podía preguntar qué había ocurrido.
—¿Puede sentir eso? —fue lo último que me preguntó antes de que a mi alrededor todo se volviera negro.
—¿Señorita Garzón? —La suave voz familiar me despertó.

Asentí y abrí los ojos. Esta vez era capaz de mantenerlos abiertos y ver a la mujer que se dirigía a mí, una joven morena con una diadema de color rojo brillante y una etiqueta con su nombre —doctora Phillips— en la que el nombre estaba envuelto en dos corazones.
—¿Siente algo en este momento? —Me tocó la frente.

Traté de mover la cabeza, pero algo me estaba inmovilizando el cuello.
—No... —murmuré.

—Muy bien. Voy a mantener la morfina durante un par de días, y luego le prescribiré algún medicamento para el dolor que pueda tomar en casa. Ha sido muy afortunada; solo tiene una conmoción cerebral y esguinces graves repartidos por todo el cuerpo.

—¿Cómo? —grazné.

Arqueó una ceja al tiempo que sacaba un portapapeles de debajo del brazo. —Que se ha torcido los dos tobillos, se ha dislocado el hombro izquierdo y tiene una contusión en el interior del brazo. Asimismo, tiene un esguince severo en el cuello y conmoción cerebral. No es demasiado para haberse caído por las escaleras. Como le he dicho, es muy afortunada.

Parpadeé. Estaba demasiado aturdida para decirle algo inteligente en este momento.

Rodeó la cama hasta un lugar donde no podía girar el cuello para verla, y luego volvió a entrar en mi campo de visión y me entregó el móvil.
—Tuve que ponerlo en silencio porque no dejaba de sonar. ¿Quiere que avise a alguien? ¿A su prometida, quizá? —Me miró con intención el anillo de compromiso.

Me tomé mi tiempo para tocar la pantalla y escribir el nombre de mis hijas antes de devolverle el aparato.

—Bueno, lo haré ahora mismo... —Sonrió y marcó el número—. ¿Podría hablar con Andrea, por favor? No, soy... No, yo... Mmmm, tu madre está en el hospital. Mmm, no, ahora no puede hablar, pero quiere que sepas que está bien... Cálmate, tranquila.... Bueno, sí... Quería que te llamara a ti o a tu hermana para que supieran... Está en el St. Francis, habitación cincuenta, ala este. Muy bien, cariño. Adiós.

Me ahuecó la almohada y me devolvió el teléfono.
—¿Aviso a alguien más?

Le tecleé el nombre de mi madre, por lo que ella la llamó y le dejó un mensaje de voz. Después, le pedí por escrito que le dejara a Rita un mensaje para que me relevara esta semana. A continuación, le indiqué que se pusiera en contacto con Greg —que al parecer llevaba toda la noche en la sala de espera—, y esbocé una sonrisa, para que supiera que eso era todo.

—¿No quiere que llame a su prometida? —preguntó, aclarándose la garganta.

Miré la pantalla del móvil y me desplacé por las llamadas perdidas: Greg, Greg, Greg, Richard, Greg, Greg, Greg, Richard... Había un par de llamadas de la tienda, pero nada de Daniela.

Escribí «NO» en la pantalla y se lo enseñé.
—Vale... Entonces, volveré a verla en breve, señorita Garzón. Si desea cualquier otra cosa, limítese a presionar el botón azul del mando a distancia y una de las enfermeras acudirá enseguida.
Sonrió de nuevo y salió de la habitación.

Había oído la lista de mis heridas, pero me parecía algo irreal, sobre todo porque no podía sentir nada. Tenía el cuerpo tan insensible que apenas podía sentirme la lengua cuando me humedecía los labios.
Confusa, levanté la mano ante mi cara y me quedé mirando el minimando a distancia gris que tenía agarrado. Solo disponía de cuatro botones: «Avisar a la enfermera», «Televisión», «Volumen» y «Luz».
Presioné el botón «Televisión» y mantuve presionado el botón «Luz» hasta que esta desapareció de la habitación. La pantalla se iluminó con el canal de HGTv, donde estaban emitiendo uno de mis programas favoritos de reformas.
Me quedé en la cama durante horas, observando cómo remodelaban un patio tras otro, hasta que ya no pude mantener los ojos abiertos.

—¿Crees que quiere gelatina?
—No creo..., jamás la toma.
—¿Y el pollo?
—Podríamos pedirle a la enfermera que le traiga más.

Abrí los ojos a tiempo de ver cómo Andrea y Lucia se tomaban la gelatina verde a cucharadas. Traté de sentarme, pero Lucia contuvo el aliento mientras negaba con la cabeza.
—Quieta. Acabarás haciéndote daño. Se supone que no te debes mover.

Asentí con un suspiro y me aclaré la garganta.
—¿Cuándo han llegado?

—Anoche. Daniela se encargó de nuestro traslado después de que habláramos con la enfermera.

—Nos ha instalado en el Marriot que hay enfrente.

«¿Ella sabe que estoy aquí y no está a mi lado?».

—¡Oh..., Dios mío! —Me dolía la garganta—. Bueno, es genial.

Se miraron, y como si se hubieran leído la mente, Andrea me sirvió un vaso de agua y Lucia me colocó la almohada para que pudiera sentarme y beber.
—La abuela está de camino —comentó Andrea—. Hablamos antes con ella, pero no te despertamos... ¿Te duele?

—No...

—Nos han dicho que tienes que quedarte aquí unos días más, y que tendrás que llevar cabestrillo durante un par de semanas.
—Dicen que te pondrás bien en el tiempo que te lleva recorrer el pasillo...

«Como si pudiera andar por el pasillo...».

—A mí también me lo han dicho.
—¿Sí? —Lucia sonrió—. Bueno, cuando te sientas mejor, quizá puedas aclararle las cosas a Daniela, parece pensar que le mienten, y quiere que te hagan todas las pruebas del mundo.

Me entraron ganas de reírme, pero me habría costado demasiado. En ese momento, nada referente a Daniela Calle me parecía divertido.























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4/5

MI JEFA OTRA VEZ | PT2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora