Capítulo 40.

5.1K 205 9
                                    

Me despertaron unos fuertes golpes en la puerta.

—¡Ya voy! ¡Ya voy! —Me puse una bata encima del pijama y abrí la puerta. Eran Mari y Paula.

—Estás llegando tarde a maquillarte. —Sandra negó con la cabeza—. Bianca y Kim han estado llamándote dos horas. ¿Te has quedado despierta hasta tarde?

Negué con la cabeza.

—¿Te han entrado las dudas? —Mari arqueó una ceja.

—¿Qué? ¡Claro que no!

—Bien. —Me arrastró hasta una silla y me hizo sentarme—. Dado que se ha hecho tarde, les diré a las chicas que lo haremos todo aquí. Paula, ¿puedes llamar al servicio de habitaciones y decir que traigan el desayuno de Poché? No queremos que se desmaye durante el gran día.
Paula asintió y desapareció en el dormitorio.

Las horas siguientes fueron un borrón vertiginoso: Bianca y Kim se ocuparon de peinarme y maquillarme a la perfección, aplicando suaves capas de sombra de ojos y recogiéndome el pelo en un moño desenfadado que dejaba sueltos algunos rizos sobre los hombros.

Juli se acercó con la liga que me había diseñado para mí personalmente, mientras mi madre y mis hijas admiraban el vestido, que pensaban que era perfecto, cuando llegó un enorme ramo de flores blancas a mi habitación.

Iba a coger la tarjeta plateada que había entre los tallos, pero Paula me la arrebató.
—Veamos lo que la señorita millonaria tiene que decirle a su novia el día de su boda. —Abrió el papel y se aclaró la garganta, como si fuera a leerlo en voz alta, pero luego se echó a llorar.

—Aggg... —Mari resopló—. Dame eso...

«Para mi futura esposa:

Hoy es el primer día del resto de nuestras vidas. Con excepción del día que te conocí (el día que entraste en mi vida), ningún otro volverá a significar tanto para mí como hoy. Eres la razón de mi felicidad, y tienes las llaves de mi alma.

Te amo, María José. Date prisa y ven ya».

Todas las presentes soltaron un suspiro colectivo y se secaron las lágrimas, incluso Mari. Mientras se pasaban los pañuelos de papel, me escabullí para responder a la persona que llamaba a la puerta.

Era la madre de Daniela.

—Hola... —Miré la copa de vino tinto que llevaba en la mano, con la esperanza de que no fuera a hacer lo que yo pensaba que pretendía.
Me vio mirando el vaso y lo echó hacia atrás con rapidez.

—Lo siento... Es zumo, no vino. Yo nunca tomo... —Hizo una pausa—. ¿Tienes algo prestado, María José?

Abrí mucho los ojos y empecé a sentir pánico.
—No..., no creo. ¡Oh, Dios mío! Eso me puede dar muy mala suerte. No me puedo creer que no lo haya pensado. —Me llevé la mano al pecho.

—Ten. —Se quitó un pasador de marfil con una perla del pelo—. Mi madre lo llevó en su boda y yo en la mía. He pensado en prestártelo, porque..., bueno, ya sabes... —Su mirada era sincera, pero parecía como si estuviera pensando que yo lo rechazaría.

—Gracias, señora Fernanda. —Le tendí la mano para coger el pasador, pero ella alejó la suya lentamente.

—Permíteme... —dijo, indicándome que agachara la cabeza—. Haces muy feliz a mi hija, María José... Después de todo lo que ha pasado, merece serlo, y me alegro de que sea contigo.

Sentí que me ponía el pasador en el pelo, y cuando estuve segura de que había terminado, me erguí de nuevo. La miré durante un buen rato, plenamente consciente de que todas mis amigas estaban mirándonos, a la espera de saltar sobre ella si intentaba hacer alguna locura.

MI JEFA OTRA VEZ | PT2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora