Capitulo 1

3.6K 275 3
                                    

Era una mañana fría, con vientos tormentosos y nubes oscuras, la neblina en el aire invitaba a todos a esconderse bajo sus techos y la suave lluvia los invitaba a quedarse allí; de todos modos hacía mucho frío para estar por fuera.

No es que fuera anormal en esas épocas, pero no todos podían guardar calor incluso ante estos climas; la naturaleza era hermosa, pero nadie podía negar la crueldad de las heladas, aunque no era tan fuerte está vez, solo una mañana de diciembre.

Las calles estaban vacías, igual era muy temprano, y el sonido era escaso por las mismas razones.

Las luces de las lámparas comenzaban a irse, aunque debieron hacerlo hace tiempo, y aún así, con la falta de luz, un gran edificio viejo y antiguo podía aún ser visible, tanto por su altura como por su estructura.

En una de las muchas ventanas de ese gran viejo edificio, en el tercer o cuarto piso, había una forma que se veía a través de la luz, una silueta en forma de un jóven, uno que hacía algo además de ver por la ventana.

La silueta movía sus brazos, borrosos por el parpadeo de la luz, pues era tan pequeña que la fuente no debía ser más grande que una vela; se removía en su asiento y volvía hacer cosas, mostrándose activo desde muy temprano, pero no dando el sentir de nada más que soledad en ese gran escenario que era todo el edificio.

Por dentro de la estructura, a través de esas paredes descascaradas, se veía a ese mismo joven, cómodo y concentrado con la actividad que llevaba entre manos

Era un joven pequeño, difícilmente mayor de 11 años, tenía un suéter delgado a pesar del clima y no había ninguna chimenea cerca que lo escusara, tenia pantalones con raspados y zapatos dañados, y aún así, no parecía molestarse por eso.

Aún así el joven estaba tranquilo, impasible a pesar de lo poco normal del momento.

Estaba sentado justo al lado de la ventana mientras apoyaba sus codos en la mesa frente a el, encima de ella, una vela, que servía para ver lo que hacía, pues a pesar de ser de día era una mañana oscura, una mañana oscura, fría y silenciosa.

En sus manos gastadas y con raspones, sosteniendo con algo de habilidad, había un pedazo de tela gastada y un poco más gruesa que su suéter, de un color azul oscuro, no como la noche o el mar ni como una tormenta, pero si un hermoso azul oscuro, un oscuro gris, pues estaba vieja y de mucho uso, justo como todo el edificio

Él chico se encontraba remendado la ropa, moviendo la aguja una y otra vez, con poca práctica pero de buena manera, cruzaba y enredada, enterraba la aguja y la sacaba al lado siguiente, haciendo nudos y líneas confusas pero funcionales y algo invisibles, creando y repitiendo hasta que la vieja tela fue lo que quería, que se transformara en lo que necesitaba.

Aún con al poca práctica que podía llevar para su edad, su esfuerzo no había sido en vano, pues el pedazo de tela que alguna vez no fue nada, ahora era un vestido, uno muy bonito.

Parecía el vestido de una muñeca, pero era más que nada por pequeño, pues este no era grande, ni siquiera para él, que aún era un niño; y, a pesar del material, era hermoso, muy sencillo, si, más como una tela con dos tirantes, pero aún así era un vestido precioso.

El jovencito vio el trabajo en sus manos, tenía solo 12 años, pero había sido todo un éxito, y no podía estar más alegre por eso.

Pronto y emocionado por ello se levantó y comenzó a ordenar todo, recogió los hilos y los guardo, busco el lugar correcto para enterrar la aguja y la metio junto a los hilos, todo eso haciéndolo de manera rápida y automática.

Aunque solo tenía 12, él ya sabía que no debía dejar desorden, si había usado algo era mejor que estuviera en su lugar, igual que antes, y sin rastro de él preferiblemente.

Pero no pensaba en ello, así había crecido, que algunos fueran diferentes era por qué no eran él, y eso estaba bien, pero aún así si fuera por su desicion tampoco sabría mantener tanto orden, o no lo hubiera aprendido como lo hizo, pero no podía cambiar eso.

Aún así, no podía olvidar que tenía una oportunidad, una pequeña, pero una oportunidad que no perdería, por eso estaba allí.

Con ya todo recogido y en su lugar, todo se veía abandonado, estaba como antes de que el entrara a la habitación, perfectamente guardado y silencioso, el salón que se veia igual que antes, cómo si allí no hubiera nadie, cómo debía ser.

Todo igual exepto el fuego de la vela, que era la única fuente de calor del salón, una que no había estado allí antes, pero no pensaría en eso, no sé amargaria y pensaría en las implicaciones de eso.

A pesar de todo, la alegria de su logro seguía allí, motivandolo para terminar lo más rápido posible, motivandolo a ignorar todo lo demás.

Aún manteniendo la emoción que le llegó cuando vio su trabajo hecho, se acercó rápida pero silenciosamente hacia el otro  extremo de la sala, justo al Aldo contrario  de la ventana, no muy lejano un lado del otro por el tamaño,

Allí estaba lo más importante para él, escondido a la vista por el poco calor que había en esa esquina, no por otra razón, no por una que quería ignora, no, solo por qué allí había un poco más de calor, ningún termómetro lo declaraba, pero sabía que era así.

Cuando estuvo allí vio los únicos dos muebles del lugar a demás de la otra silla, la pequeña mesa, la cajonera y el viejo armario; y aún así eran los únicos dos de ese lado de la habitación.

Tomo la silla y la movió para poder sentarse justo al lado del otro mobiliario, la vieja cama de madera, con un colchón casi cuadrado y de aspecto rígido e incómodo, un pequeño e inútil cojín violeta y, lo más importante, la niña que estaba alli.

La pequeña acostada, sintiendo cercanía, se removió casi invisiblemente, fingiendo descansar antes de saber quién estaba allí, sentandose rápidamente al ver quién era, la única persona que la trataba bien, su papá.

El joven, sonriente ante la reacción de la niña, apretó la tela entre sus manos, triste por lo poco que le daba, y luego, sonriéndole más a ella, estiró los brazos y mostró la tela.

Soltandola un poco, está se desenvolvió por la gravedad, mostrando lo que era, un viejo vestido remendado color azul viejo oscuro, sencillo y sin diseño espectacular.

Pero a pesar de todo, la niña en la cama sonrió como si viera un milagro o el mejor de los regalos, para ella no era un simple vestido, no era tela remandada y no era feo.

Era la cosa más linda que le dieron, era un vestido divino y en serio esperaba que le quedará bien.

Esa sonrisa iluminó la vida del triste joven, llenandolo de una alegría más grande que la de la niña, aunque eso era difícil de lograr.

La niña emocionada, no pudo evitar contenerce y con cuidado de no hacer ruido alguno, se levantó sin importarle pisar descalza el frio suelo, se acercó a su salvador y cuando estuvo a un paso se lanzó en un fuerte abrazo.

El joven la recibió sonriente, en silencio mostró el vestido a ella, está sonrió una vez más antes de tomar con con cariño y lo puso encima para ver si era de su talla.

La niña no podía creerlo, por fin tendría un vestido, justo como todas las demás niñas, y era hermoso, y lo había hecho su papá, pensó que no tendría uno nunca, menos tan pequeña, después de todo tenía 5 años.

Pronto se deciso de la camisa vieja y blanca, que parecía más un trapo, y se puso el hermoso vestido

A pesar de no quitarse la parte de abajo, el short que tenía no era molestia, no solo por qué era muy pequeño, si no por qué el vestido llegaba a un poco más abajo de su rodilla

Ella giro lentamente y admiro lo que usaba

Sin contenerse, salto para abrazar a su papá de nuevo

-Gracias- susurro muy bajo

-De nada- murmuro el joven

Padre JovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora