Capítulo 1 "En alguna prisión"

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Me encontraba presa en una cárcel de México; a la prisión le decían el cerezo para mujeres. En mi opinión la cárcel es como un túnel con un camino largo que recorrer para encontrar la salida, en mi caso, mi camino aún era bastante corto y mi paciencia muy vieja.

Una mañana una mujer no mayor que yo cayó, en aquel lugar que no era un hotel de cinco estrellas, pero no me parecía mal, pues había estado en peores lugares ―según yo―. Las celadoras la situaron en la celda de enfrente, junto a una vecina que no era mi amiga pero tampoco nos llevábamos mal: aquella joven recién llegada de aspecto ojerudo, mal oliente y desorientada se le veía muy mal, tanto física como emocionalmente. Las celadoras le advirtieron a mi vecina que esa noche no dormiría bien... a lo que ella respondió con ironía―; ¿Enserio? Pensé que ya dormía mal.

Llegada la noche aquella joven desorientada no dejaba de gritar e hiperventilar con locura, sus gritos fueron agravándose y agonizándose con cada hora que pasaba; y el resto de nosotras por las que se encontraba rodeada comenzábamos a molestarnos al punto que esa noche la mayoría o al menos las presas más cercanas a su celda no pudimos conciliar el sueño. Y entre la rechifla y las dos guardias de turno con sus gritos de―; ¡silencio!― Todo se convirtió en un chillar de verdadero infierno.

Cuando me puse de pie junto a mi reja vi como mi vecina se encontraba replegada junto a la suya con una cara de asombro y susto: mirando al fondo de la oscuridad de su celda como perpleja de miedo. Yo apenas podía escuchar lo que la recién llegada gritaba entre tanto bullicio y turbación; cuando una celadora golpeo mi reja con su macana, y yo pegue un brinco hacia atrás, un breve silencio se hizo, y fue allí donde pude escuchar lo que aquella triste mujer gimoteaba con un ahogado alarido de dolor.

―¡Necesito Bonita! ¡Ya no puedo más! ¡Bonita! ¡Bonita! ―Gritaba entre delirios aberrantes consumida por su propia miseria. El breve silencio me causo escalofríos y mire con más vehemencia tratando de escudriñar el suelo oscuro de dónde provenían los gritos de nuestra nueva compañera, cuando otra de las reas, que se encontraba al lado de aquella celda oscura, me gritó con mofa, y una risa sorna:
―¿Pocha? ¿Pocha? ―Pude ver sus ojos oscuros por un suave rayo de luz roja que le rayaba el perfil derecho entre la oscuridad cuando insistió, fastidiándome―. ¿Pocha? ―Yo respondí con un gesto de pregunta, cuando pude darme cuenta que ella también podía mirar mis ojos verdes de gata eclipsada por otro rayo de luz que enmarcaba mi rostro endurecido por la impresión―. ¡Dale el remedio Pocha así nos podemos dormir! ―, y esbozo una enorme carcajada perversa que me erizaría la nuca: mas por el coraje del apelativo ―pocha― que por la sonora risotada guasona de su intención.

Yo no comprendía su burla, ¡y me sentí como estúpida!

Mi compañera de celda era una mujer mayor, ella estaba recostada sobre su litera cuando se levantó con su peculiar tono de vos despreocupado y bostezo diciendo:
―No le hagas caso Bonita ―, y entre susurros yo le respondí:

―¡No soy tonta! pero tampoco comprendo la burla de esa payasa. ―Y entonces mi compañera agrego:

―Hasta ahora caigo en cuenta que eres muy inocente para comprender porque te apodamos "la Bonita" cuando llegaste a este lugar. ¡No fue por tu dulce carita! ¡No muchacha! ―pensó― Mm, ¿Dime una cosa? ¿Cuándo te atraparon traficando con heroína era la primera vez que hacías algo así, no?

Yo pensé un poco lo que le respondería, así que camine hacia el fondo y me recargue sobre la pared para responderle muy en secreto y con un hilito de voz―; Ni siquiera sabía con lo que traficaba esa tarde, pero no se lo diga a nadie.

―¡No no, no, no! ―canturreo ella―. ¡Que va! No te preocupes, en este lugar no puedes ser Alicia en el país de las maravillas, niña, o acabarías muy mal parada. Y no me atrevo ni a preguntarte por qué no cuestionaste lo que traficarías esa tarde―, a lo que yo respondí con un gesto de molestia, y una sonrisa desprovista de humor―. Y aunque quisiera saberlo yo nunca se lo diría, eso es algo que me da aún más vergüenza que admitir que no sabía lo que traficaba o que no sé de donde proviene mi apodo...

―¡De la heroína! ―Exclamo la mujer―. ¡Sí! un traficante de drogas o un distribuidor de heroína tienen muchas formas de llamar a su producto para ser vendido, muchacha. Y el más común para referirse a ella en las calles es: Bonita. ¿Me imagino que ni siquiera sabias los efectos que causaba?

―!Según yo si! pero no me lo imaginaba de ese modo, parece que esta endemoniada ―dije eso como si estuviera pensando, y entonces ella atino con algo que nunca olvidare.

―¡Por supuesto Bonita! Es el demonio, él que la crea...

La noche parecía a disponerse larga entre los gritos de la adicta y el insomnio que nos consumía. Entonces el silencio llego de golpe y el letargo del sueño nos venció como la caricia del viento a una hoja de otoño, ―y caímos―. Al poco rato las luces se encendieron de golpe. Yo desperté aturdida y mi compañera ya se encontraba de pie junto a la reja, apresurándome para que bajara de mi litera. Ya era de madruga, era hora de despertar, y nuestra vecina perturbada ya no se escuchaba, se la estaban llevando en una camilla cubierta en su totalidad por una sabana blanca. ¡Estaba muerta!

La pobre había robado un puesto de comida con un arma falsa para obtener dinero rápido, necesitaba drogarse, su dependencia estaba al límite, fuera, o dentro de aquel deprimente lugar, igualmente moriría, solo necesitaba seguir consumiéndola o sufrir una horrible abstinencia involuntaria y el corazón terminaría por reventarle: La juzgaron rápido, y rápido fue su deceso.

Sentí tanta pena por aquella infeliz, que por días no me pude perdonar el haber traficado con aquel veneno. ¡En fin! ¡Ya qué podía hacer! No sabía ni cómo lidiar con mi propia vida y mi fracaso; ¿Cómo podría ayudar en la de los demás?

Al paso de los meses una tarde cualquiera recibí visitas. Cuando la celadora llego campaneando sus llaves en horas de inactividad involuntaria, mi compañera y yo nos sorprendimos, más aun cuando la celadora exclamo que había visitas para una de nosotras.

Mi compañera había matado a su marido en defensa propia según su historia y sus hijos no querían saber más de ella, su madre ya había fallecido y sus hermanos hacía años se habían olvidado de la pobre infeliz. Yo por mi parte no tenía ningún pariente que quisiera verme o eso creía yo. Y mis amigos eran pocos y muy pobres para viajar tan lejos y visitarme; a lo mucho podía esperar que me llamaran. Luego por un segundo pensé en una persona que evitaba recordar y sobre todo mencionar, y sonreí para mis adentros segura de que aquello sería mejor no fuera así.

Cuando me disponía a salir con hombros abajo, y la ilusión entumecida, suspire y mi compañera me detuvo:

―¡Oye! A lo mejor hoy es tu día y te vas... ―Yo sonreí y sacudí la cabeza negando, segura de que eso no sucedería, no al menos hasta que yo cumpliera mi sentencia. Entonces ella pregunto algo nuevo―; ¿Cómo te llamas muchacha? Nunca te lo pregunté...


"¡Gracias!, les agradeceré con una bendición si me dejan su estrellita y un comentario, y no olviden buscarme en Instagram @Flo_sin_nombre, y recomendarme sus novelas favoritas (déjenlas en comentarios, y ¿Porqué es su favorita?): quiero hacer reseñas en YouTobe, en esa plataforma me encuentran como Priscilla Cano; soy artista del pincel".

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jajajajajaja no se crean...

Adelante, continúen:

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