Capítulo 4 "Volver"

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Sin dejar pasar más tiempo y aprovechando mi arrebato y mi debilidad por restregarle en la cara mi desprecio aquel desconocido padre, hice caso al abogado y lo escuche aún que para mi punto de vista, en el caso, ya era un cómplice sin vergüenza de mi madre, del cual sospechaba me ocultaba algo y no hice caso a mi intuición dejándome llevar más por mi caracter impulsivo como solía hacer.

Su nombre era Cecilio Mesa Leal. Tenía veintiséis años de edad, era delgado o más bien flacucho, paliducho, siempre bestia a traje; los que parecía no encontrar de su talla, siempre mal forjado y desalineado, usaba lentes de veinte-veinte de armadura negra, no era feo, pero su forma pastosa de hablar y la lentitud de sus movimientos lo desmejoraban a un punto que provocaba pereza. Puedo admitir que parecía un hombre leal y comprometido con su trabajo: pues después de cinco años de buscarme y encontrarme sin ni siquiera conocer mi nombre entonces: El que mi madre me había dado al volver a Estados Unidos. No lo puedo desvalorizar a pesar de que me seguía pareciendo desagradable y nefasto ¿Pero a mi quién no me cae gordo? 

Dicho lo anterior supe también que el lugar donde mi supuesto padre vivía era el mismo estado del país en el que encontraba, la ironía del destino me provoco asco, pero el hecho me alentó a un más a aceptar la propuesta de conocer a mi supuesto padre. Yo tendría la satisfacción muy cerca de decirle a ese señor que lo despreciaba más de lo que él me desprecio algún día, y si estaba enfermo como decía Cecilio, que más prudente para mí, quien era la virtud de la crudeza andando en busca de mi venganza. 😏

Sin más fuimos al aeropuerto, allí tomamos una avioneta directo hasta aquel lugar, después de todo sería tan fácil como decirle:

—¡Hola señor, soy su hija y lo aborrezco, ojala nunca me hubiera dado la vida viejo infeliz!

Y luego con el orgullo bien complacido y con la daga afuera que mutilaba mis sentimientos, volver a los Estados Unidos, para olvidar el pasado de una buena vez  ¡Parecía fácil con solo pensarlo! Pero qué equivocada estaba. Aun no tenía ni idea de lo que me esperaba a mi llegada.

¡Qué lio!, yo siempre tan aventurada y atrevida sin saber a qué era verdaderamente a lo que me enfrentaría.

Según el abogado el lugar a donde nos dirigíamos era un pueblito muy alejado de la ciudad: de monte y ceros a su alrededor. Al poco tiempo pude percibir su esencia por mi propia cuenta, mientras la avioneta planeaba su camino.

Luego de unos minutos de reponerme del abrupto aterrizaje, recapitule todo lo que era un altiplano en medio de imponentes cerros, las praderas enverdecían, las aves se repartían, el viento golpeaba el pasto, y la tierra matizada como ríos de miel fermentada despedía un olor a barro y a roció del verde campo, era el horizonte como colmenas y su miel excitante, todo aquello podía penetrarte hasta los huesos y hacerte estremecer como una mañana de intenso invierno con su escarcha y su frio. La humedad y el calor de aquel lugar me recubrieron hasta impregnarme tanto como su misteriosa esencia y su naturaleza paradisiaca, llena de vida: la vida que a mí me faltaba, una vida que se había detenido en el pasado y que comenzaría justo a mi regreso.

El aterrizaje había sido violento por las recientes lluvias, el acto le llevo aproximadamente quince minutos al piloto; lo sé porque yo no dejaba de ver el reloj del abogado en su mano izquierda.

¡Alfil! Cuando aterrizamos en un plano compuesto por terracería, piedras, y un horizonte entramado de árboles y parcelas por doquiera, el abogado me pregunto si en todo aquello podía ver algún motivo de familiaridad, hablaba como si tratara de convencerme de algo que yo todavía no sabía. A lo que yo le respondí irónicamente, fingiendo nulo interés por lo que veía, ocultando mi verdadera impresión

Flor Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora