Capitulo 13 "Casa de hombres"

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José María Reséndiz provenía de una familia ya muy antigua: "Los Reséndiz", su bisabuelo y su abuelo paternos habían hecho buena fortuna de la ganadería, pero ahora solo le sobrevivía su padre, don Chema: Era un hombre fornido pero no tan alto como su hijo mayor, que hablaba muy poco y que como padre había sido muy taciturno e ensimismado, poco paternal e irresponsable a pesar de ser viudo desde hacía ya diecisiete años: los que había dedicado al vino y las mujeres, aún que sin mucho ahínco, ni para los vicios era apasionado.

En un tiempo fue un hombre cabal, un joven entusiasta, alegre, y también había sido el mejor amigo de Don Leopoldo desde la infancia, además de que los ranchos y sus tierras eran vecinos, don Leopoldo le había dado mucho de su apoyo durante su crecimiento como ganadero. Pero todo cambio extrañamente con el tiempo y tras el nacimiento de sus dos hijos gemelos, don Chema se alejo de su compadre, dejo de apoyarse en su amigo, dejo de escucharlo y un día simplemente dejaron de hablar como lo hicieran en su juventud.

La gente cambia, pero don Chema cambió porque su corazón traicionero siempre lo acuso con la culpa, y con los años la pena de la angustia y la soledad de su compadre se convirtieron en la de él cuando el tiempo le gritaba traidor al recuerdo de los días melancólicos.

A la muerte de la madre de sus hijos lo único que hizo fue alejarse mas de su propia familia, delego la responsabilidad moral y fraternal de los hijos menores en José María y la abuela patriarca de la casa de estos hombres. La responsabilidad de su supervivencia recayó en los hombros de doña Dominga -la abuela- quien a la fecha le sobrevivía. La misma mujer se hizo cargo también de José María y José Nabor, los hermanos mayores, a quienes la crianza de la abuela ya no era tan necesaria puesto que ya eran mayorcitos. Todos crecieron en rancho el Mezquital: era el nombre del rancho en donde vivían los cuatro hermanos, la abuela y el padre, pero durante aquellos últimos años don Chema paso su vida despilfarrando su pequeña fortuna mientras que su hijo José María se convertía en todo un hombre gracias al apoyo y consejos de su padrino, quien lo había enseñado a trabajar y defenderse ante la vida como un hombre con dignidad, y lo había apoyado para que estudiara y desarrollara sus capacidades intelectuales de niño super dotado, hasta el final.

Desde hacía tiempo lo había apoyado para levantar el rancho de donde lo había dejado su compadre, por la ruina. José María estaba más que dispuesto a luchar por ello, sobre todo por su abuela, quien durante todo ese tiempo vivió de las apariencias, vendiendo sus joyas y las lujosas reliquias de su difunto marido y las que sus antepasados habían coleccionado por años: como aquel cañón de siglo y medio que se decía había pertenecido al pelotón de Morelos en la Revolución Mexicana. ¡Pero en fin! Para entonces lo único de valor que les quedaba era la dignidad y las extensas tierras dispuestas a floreces si una mano terca y trabajadora estaba dispuesta a labrarlas hasta reverdecer de dolor.

Convertir el rancho en lo que alguna vez había sido no sería tarea fácil, mucho menos con la actual crisis que afrontaba el país, gracias a su gobierno incompetente, la guerra del crimen organizado con su narcotrafico, los grupos organizados y el ejército mexicano sin cuartel, los saqueos, secuestro y la corrupción a flor de piel, todo parecía un cometido casi imposible. Pero José María Reséndiz Meyer estaba más que dispuesto a hacerlo por su abuela y sus hermanos. En cuanto a su padre ya no tenía una buena relación con él, su convivencia se había invertido al punto que José María se convirtió en el padre de su propio padre, reprendiéndolo todo el tiempo por su mal comportamiento y sus irresponsabilidades propias de un viejo rabo verde.

Lucas y José Guadalupe, eran los nombres de los mellizos. Que aun que habían nacido el mismo día eran de personalidades muy distintas, ambos largos y algo flacuchos, nada irreparable con la edad, pálidos como la difunta madre, pero uno rubio y el otro de cabello oscuro. Tres hermanos llevaban el primer nombre de "José" por su abuelo paterno, y porque su abuela así lo había querido. Lucas, sin embargo no: porqué su madre antes de morir se empeñó ante su terca suegra que uno de los bebes se llamaría solo "Lucas" como su difunto abuelo, éste era el mayor de los mellizos por siete minutos, ambos tenían diecisiete años aunque el parecido era muy desigual. Lucas era algo rubio, castaño claro para ser exactos, "Lele" como le decían sus hermanos era muy intelectual, apacible, poeta, le encantaba la lectura y solía vestir muy desenfadado de convers, jeans y boinas o cachuchas coloquiales, todo lo contrario de José Guadalupe: "Lupe" que era más bien blanco y de cabello oscuro, atrabancado, rebelde, busca pleitos, mal hablado, de voz ronca, bigote de pelambre, votas y camisas a cuadros, e intentaba imitar a su hermano José María todo el tiempo, su pasatiempo favorito era montar a caballo y molestar a su mellizo y sacar de quicio a José María, a si era Lupe. El tercer hermano era José Nabor: era un joven muy simpático de veinticinco años de edad y muy agradable, no era tan bien parecido como su hermano mayor, pero era atractivo y varonil, era más fornido y de tez aperlada, ojos verde olivo y cabello castaño, era un poco más parecido a Lucas, pero campirano y regio, y se llevaba mucho mejor con José María por su cercana edad, además porqué eran los mejores amigos como hermanos. Su carácter era ser muy humilde y bromista, se interesaba por todo y por todos, era el mediador de la familia. Estaba ayudando a José María a levantar el rancho y entre los dos lo estaban haciendo muy bien, los gemelos ayudaban bastante y eran muy optimistas. José María los dirigía como buen hermano mayor, con disciplina y valores, siempre saldrían adelante se decía a sí mismo.

Flor Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora