Segunda parte del capítulo 14

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Desde su llegada a Londres, Max nunca había bajado al sótano. Así que lo que encontrara allí sería todo un descubrimiento. Resopló. «Seguro que está todo polvoriento. Tardaré mil años en encontrar el destornillador», pensaba Max mientras descendía despacio los peldaños. Al menos la barandilla en la que se apoyaba no estaba empolvada.

Al llegar al último escalón se tropezó con una caja, sin querer apagó la linterna y ésta se le perdió. Cayó al suelo amortiguando la caída con las manos, un suave quejido se le escapó. Ahora le escocían las manos. Permaneció unos segundos tendido en el suelo. Después se arrodilló e intentó buscar a gatas la linterna. Cuando la encontró la encendió. En una mitad del sótano había muchas cajas sin etiquetas ni pegatinas que las distinguieran las unas de las otras. La otra mitad estaba prácticamente vacía, pero eso sí, con mucho polvo. Con la poca potencia de la linterna no podía iluminar el fondo de la estancia, de todas formas, tampoco es que le interesara. Arrodillado aún, decidió abrir la caja con la que había tropezado. Metió la mano y con rapidez sacó algunos de los objetos. Chasqueó la lengua y los devolvió inmediatamente con cierta decepción.

«Bah, aquí solo hay fotos y papeles antiguos». Se puso en pie y estuvo buscando alrededor de quince minutos hasta dar con ella. La caja de metal la encontró oculta entre dos cajas de cartón. Con una sonrisa, sacó el destornillador y cerró la caja.

—¿Lo has encontrado o quieres que baje a ayudarte? —preguntó su madre desde el piso de arriba.

—Eh, sí. Tranquila, ya subo.

Antes de subir, se giró y conducido por la curiosidad, abrió la primera caja. Estaba tan llena de polvo que a Max le pareció que llevara ahí muchos años, en vez de solo unos meses. Había unos cuantos álbumes de fotos y papeles muy amarillos. Pero lo que a él le llamaba la atención eran algunas de las fotografías sueltas: una persona le resultaba demasiado familiar. Cogió una y empezó a observarla con detenimiento. En ella aparecían cuatro chicos. Tres de ellos se rodeaban los hombros mutuamente.

El de la derecha vestía un grueso jersey y su rubio pelo lo tenía muy alborotado. El del centro llevaba gafas y tenía el pelo muy bien peinado. El de la izquierda no era tan bien parecido como los otros dos, pero parecía más robusto que ellos; tendría la misma edad que los otros dos, unos diecisiete o dieciocho. Su oscuro pelo caía por sus hombros. Un poco apartado de los demás chicos, con las piernas cruzadas, se encontraba sentado en el suelo el cuarto chico. Lo reconoció casi de inmediato. Era bajito y delgaducho, con el pelo castaño. Calculó que debía de tener unos doce años a lo sumo. Era su padre.

En los rostros de los tres una amplia sonrisa se dibujaba. Aunque la sonrisa del joven de la izquierda era un poco distinta. A simple vista era la sonrisa de cualquier chico, pero a Max se le hizo un tanto rara. Se les veía muy felices.

Le dio la vuelta a la fotografía y pudo leer: «1956. Londres».

Con el destornillador en el bolsillo, la fotografía en blanco y negro en una mano, y la linterna en la otra, subió. Encontró a su madre preparando la cena con el delantal puesto. Se sentó en uno de los escalones de la escalera que conducía al piso superior. Le dio la vuelta a la fotografía y la dejó a sus pies. Mientras arreglaba su monopatín, le echaba un vistazo de vez en cuando al reverso. Ya se acordaba por qué le resultaba tan familiar la fotografía. La había visto unas cuantas de veces en los álbumes que tenían en Francia. Pero era un poco distinta. Estaba seguro de que en la fotografía solo aparecía su padre. Además de que era mucho más pequeña. Se preguntaba el por qué. Pensó que quizás fuese un error de revelación porque estaba en la misma posición, no creyó que fuera otra foto tomada el mismo día. No quería pensar en la otra posible razón. Cuando terminó guardó su monopatín y fue hasta la cocina. En el comedor, de espaldas y con las manos apoyadas en la cornisa estaba su madre observando el jardín. Se acercó a ella. Afuera la brisa mecía con suavidad la hierba.

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