Back to Black | Terry Silver

VIII

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—Perdón por la tardanza de hoy —al terminar de ordenar, ya finalizado el día, Daina se disculpó—. Te habría avisado pero no tenía forma de contactarte —Mentira. Aunque pudiera avisarle, le avisaría tarde. Literalmente se había quedado dormida, algo inédito para ella. Nunca le había pasado.

—Pero que forma tan ingeniosa de pedirme mi número —le sonrió ladino.

—No te pedí tu número —suspiró harta.

—Pero lo quieres —afirmó.

—Es decir, sería útil que tengamos el número del otro. Pero si tuviera opción no querría tu número, ¿entiendes?

—Vamos, todas quieren mi número —caminó hasta ella.

—Ni siquiera sé por qué trato de justificarme —antes de que se acercara más se fue al escritorio a buscar una lapicera— ¿Cuál es? —rodó los ojos.

A la vez que le dictaba su teléfono, Terry se acercaba nuevamente ya que esta vez ella no podría retroceder a ningún lado, si el escritorio estaba pegado a la pared.

—Es algo injusto que tengas mi número y yo no el tuyo —sonrió burlón cuando Daina se dio cuenta de su repentina cercanía. 

Ella ni siquiera levantó la mirada y tomó la mano de Terry para escribirle allí su número. A él casi le enterneció la diferencia de tamaño entre sus manos.

—Es entendible —dejó la lapicera de donde la saco—, todos mueren por mi número —la sonrió antes de salir de ese casi acorralamiento—. Siéntete afortunado.

—Aw, que amable de tu parte. Para agradecerte te ofrezco un masaje.

—¿Qué? —se giró para verlo, sin entender qué trataba de decirle.

—Es totalmente notoria tu lumbagia, y no creo que puedas enseñarme correctamente tus métodos en este estado. Mira, te explico, cuando terminemos todo esto y pierdas porque mis métodos funcionaron claramente mejor que los tuyos, no quiero que pongas de excusa tus malestares. Además, de qué me sirve que sólo enseñes patadas. Sé que no eres buena en golpes altos pero bueno, supongo que algo sabrás hacer y lo quiero ver.

—No sé por qué me imaginaba que tu acto de solidaridad no provenía de tu considerado corazón —le hizo una mueca que acompañaba a su sarcasmo. 

—Me ofende que cuestiones mi bondad —simuló estar dolido y recibió una pequeña sonrisa— ¿Quieres los masajes si o no?

—Dormí mal, es todo.

—¿O sea que para el viernes estarás como nueva? —no le dio tiempo a responder— No ¿verdad? Acuéstate boca abajo en el suelo.

—No lo sé, Terry. Siento que vas a aprovechar la oportunidad para quitarme el omoplato de lugar. Hay riesgos que simplemente prefiero no tomar.

—Ay, por favor, si quisiera dejarte fuera del juego ya lo habría hecho, Wright —señaló con el mentón el suelo— Boca abajo.

La rubia tragó en seco. Le gustó que le diera una orden con ese tono de voz. Keila volvía a tener razón, le gustaba que la dominaran. 

Ese pensamiento golpeó un poco el orgullo de Daina. Pero mientras sólo ella supiera de eso estaría bien

—Cuidado en dónde tocas —le advirtió a la vez que se acostaba—. Hazlo rápido que no sé si me fascina que me toques.

—Escucha, debería pedirte incluso que te quites el kimono así que agradece que voy a intentar solucionar tu espalda con tu ropa puesta ¿si? 

Otro comentario que hizo que Daina guardara silencio. Boca abajo, cruzó sus brazos frente a ella y allí escondió su cabeza por si otra palabra que diga Terence provocaba en ella alguna reacción. Por lo menos estaría un poco más escondida.

Lo que colmó el vaso e hizo que ella sintiera una presión en su abdomen bajo, fue que Terry se sentara apenas un poco más arriba de su trasero, con una rodilla a cada lado de su cadera.

—No llores ¿si? —le murmuró a la vez que analizaba la espalda y cintura de Daina desde ese ángulo.

Se ve bien, jodidamente bien, pensó él.

—Ay.

—Te dije que no llores.

—Pero ahí duele, tarado.

—Duele porque estás contracturada, boba.

—¿No puedes hacerlo más suave? —Terry hizo presión en un punto sensible de su espalda— Carajo Terence.

—No aguantas nada —susurró— ¿Quieres que te deje de doler si o no?

—Me estás haciendo doler más de lo que me dolía antes.

—Eso parece ahora —se apoyó más en la espalda, en otra zona.

—Okey, eso se siente bien.

—¿Cierto? —volvió apoyarse en la zona que le dolía.

—¡Terence! —sólo recibió una risa en respuesta.

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