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—¿Qué haces aquí, Adam?

Era ridículamente temprano, no tenía clases hasta dentro de un par de horas, pero ahí estaba, en el estacionamiento, apretando el manubrio de su auto con ambas manos. No necesitaba un espejo para saber que se veía como un demente con el ceño fruncido y los dientes apretados. Además, le dolía el estómago horrores por la ansiedad que le generaba la idea de cruzar el umbral de la universidad. Esto no era algo normal en él.

Conocía muy bien a Zoe Amoros, la chica que le había sacado de sus pensamientos. Asomada en su ventana, lucía su tan común tenida formal que consistía en camisa, corbata y un abrigo de cuello alto que rozaba su melena rubia. Ella sonreía de medio lado como si supiera las respuestas a todas las preguntas. Adam conocía a poca gente que se viera tan bien como ella.

El estómago le volvió a crujir.

—¿Por qué lo dices? —preguntó e intentó que su voz sonara tan neutral como siempre.

—Estás estacionado al otro extremo del campus, lejos de tu facultad —le respondió como si nada.

—Es que no encontré espacio.

Con todas sus fuerzas intentaba parecer lo más convincente posible, pero Zoe era demasiado lista y observadora. Solo tenía que verle la cara para saber que no le creía nada.

—Son las 7:30 de la mañana y el estacionamiento de Ingeniería es el más grande. —Una sonrisa burlona apareció en su rostro—. Pareciera que toda tu población tiene auto, no como nosotros, los simples mortales.

—No hables como si fuera un millonario, también soy un simple mortal. —En otra ocasión no se hubiera tomado tan personal el comentario, pero desde hace unos días se sentía sumamente irritable.

Zoe alzó una ceja.

—¿De qué te escondes?

Adam giró la cabeza para mirarla sorprendido. Zoe no era Kai, no lo conocía tanto como para leerlo y descifrar su comportamiento con tanto detalle. Eso quería decir que era evidente lo que le pasaba, o que Zoe estaba a punto de sacar un sobresaliente en Psicología Conductual.

—Sal de una vez de ese maldito auto y cuéntame qué te pasa, tienes una cara... Me haces sentir lástima por ti.

Soltó un suspiro y refunfuñó mientras abría la puerta del auto. Hacía un frío que calaba los huesos.

—No juegues a la psicóloga conmigo —bufó y pegó su espalda al cacharro.

—¿Lo necesitas?

Tal vez sí. Tal vez lo que había leído en Internet no era suficiente, tal vez la brillante psicóloga Zoe Amoros le diría lo que necesitaba escuchar y no leer.

En segundo año de carrera le había tocado tomar un ramo electivo y eligió el clásico Expresión Oral y Escrita, al igual que Zoe. Ahí se conocieron y, a pesar de que no se encontraban mucho por la distancia que había entre la Facultad de Psicología y la de Ingeniería, ella siempre aparecía cuando Adam la necesitaba.

—¿Cuándo te diste cuenta de que eras bisexual? —murmuró con los dientes tan apretados que parecía que gruñía.

—Así que de eso se trata —Zoe contuvo una risa—. Adam, busco especializarme en sexualidad adolescente y tú estás muy lejos de ser uno.

—¿Una persona asexual puede ser gay?

La vio sonreír y sus puños se relajaron un poco.

—¿Te gusta un chico y dudas de tu sexualidad? —le preguntó tan perspicaz que alzó su mentón. Ahí estaba, la psicóloga Amoros se había conectado a la sesión y él sería su primer paciente del día, así que resignado asintió.

My Chemical (Asexual) Love ✦ DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora