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Adam Baek salió por primera vez con una chica cuando tenía quince años. Se la había presentado su hermano. Y Adam aceptó porque en ese tiempo buscaba complacerlo tanto como buscaba complacer a su madre. Su padre había muerto hace cuatro años y no existía nada más importante para él que satisfacerlos y ganarse una sonrisa de aprobación.

No quería hacerlo, pero por las tardes de ese verano se la pasaba solo, porque su mejor amigo se había marchado de la ciudad con su familia. Así que aceptó sin saber lo que implicaba tener una cita hasta que la chica le tomó la mano y le dio un beso.

Ni siquiera cerró los ojos.

A los catorce años, Gael Sorní, con mucha vergüenza, podría confesar que se encontró por casualidad con el porno y que, después de ver a muchas chicas hermosas y firmes, descubrió que lo que más le interesaba era el chico que las penetraba.

Nunca en su vida se masturbó tanto como en la época en la que conoció una web donde solo hombres, de todos los tipos, formas y razas, fornicaban entre sí.

Imparable, siguió y siguió llenando su imaginación de fantasías donde era él quien gemía boca abajo contra una almohada, hasta que un día su madre lo pilló. Tragó saliva, soltó su pene y solo pudo decir: «No mires». Su madre despegó la mirada de la imagen de dos hombres en pleno sexo oral y, con un hilo de voz, soltó un contenido: «Para la próxima cierra bien tu puerta».

Fue la primera vez que se sintió culpable de fijarse en los hombres, así que dejó de lado el porno gay por una larga temporada, hasta que un día se dejó masturbar por uno de sus amigos y al terminar confesó:

—Soy gay.

El chico nunca más volvió a hablar con él.

Adam tenía dieciséis años cuando en una fiesta se dio cuenta de que sus amigos se burlaban de él a sus espaldas.

—Ten cuidado, Dave, yo que tú me acuesto con ella o terminarás con telarañas allá abajo como Baek.

Le dio un sorbo a su bebida al unirse al grupo. Entre miradas incómodas y tartamudeos, quienes creía que eran sus amigos intentaban explicarse entre risas, pero él no dijo nada.

Esa noche se fue a su casa y pensó en que era natural para él ser aún virgen si todos los besos que había dado le sabían a tierra y que cada vez que, se suponía, debía ir «más allá», cerraba los ojos y recordaba la última película que había visto porque no sentía nada.

Ese no fue un hecho aislado. Después de un tiempo, las burlas siguieron, pero no le dolieron hasta que su hermano se unió a ellas.

—¿Sabes lo que es esto? Es un condón. Te lo dejaré encima de tu velador para que lo uses el día que se te ocurra traer a una chica por fin a esta casa. No preocupes a mamá con tus rarezas.

Se tejieron varios rumores a su alrededor en la escuela. El principal: que era gay. Unos decían que quería ser cura o monje o cualquier cosa que lo obligara a permanecer célibe, otros hablaban de que su pene era vergonzosamente pequeño como para mostrarlo y otros, mucho peores, creían que era un depredador sexual con fetiches que llevaba a la práctica en solitario, como si fuera John Wayne Gacy.

Una vez escuchó que decían que no se le paraba, pero eso no era cierto. Se había masturbado alguna vez mientras veía a Demi Moore en Striptease y otra vez al verla actuar en Ghost solo porque estaba junto a Patrick Swayze. Así que sabía que no tenía un pene pequeño ni tampoco tenía problemas de erección, cosa que sí tuvo esa tarde en la que Lita Eungee le ofreció chupársela luego de llevar una de sus manos a su pecho.

Los rumores siguieron, pero él no necesitaba ningún rumor para saber que algo malo le pasaba.

A los diecisiete años Gael Sorní se enamoró por primera vez.

My Chemical (Asexual) Love ✦ DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora