Capítulo 32

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Anaïs Moreau

Cuando me dijeron que Béa preguntaba por mí, elevé la más grande de mis sonrisas y me asomé por la puerta casi sin creerme que me llamaba antes que a su novio. Ni él se lo creyó porque me hizo quedar atrás para preguntarle si en serio me quería ver a mí. Ella solo asintió y, de alguna forma, lo convenció.

Gruñó por lo bajo cuando pasé por su lado y él no es tampoco la persona que mejor me cae. Sin ir muy lejos era amigo de Robin hasta que todos los odiaron. Qué raro.

Cerré la puerta detrás de mí cuando Béa dio una palmadita a su lado y me acerqué con el mayor sigilo. Ya estoy acostumbrada a darle apoyo a las mademoiselles de Tomas, pero ella es una amiga.

—Veo que te divierte verme así.

—Nunca creas que me divierte tu dolor, solo creo que te has equivocado al llamarme a mí y no a tu amor.

—Mi amor tiene todo el tiempo para estar conmigo.

—Mentira no es.

Ambas nos reímos y se siente como si ella no estuviera hospitalizada ni a mí se me partiera el alma al notar su flaqueza.

De repente a mí se me corta la ilusión al ver pánico en su rostro y notar cómo sus manos se entrelazan con ansiedad.

—Una enfermera me asustó un montón, dijo que si no comía me deberían poner un tubo para que pase la comida. ¿Planean perforarme? Además, no me gusta ninguna comida líquida.

Pude haberme reído para calmar su miedo. Sé que decirle que "eso no sucederá" la aliviará, pero es mentira. No hay una sola parte de mí que pueda mentirle incluso si es para hacerla sentir bien.

Tomo su mano intentando sonar lo menos agresiva posible con mis próximas palabras.

—Debes comer, Béa. Vives en base al alimento, recuperas energía comiendo. Eres una persona que está aún en desarrollo, que necesita de la comida para que su cuerpo siga funcionando. Si sigues así, a este paso, van a internarte más seguido o, peor aún, puedes llegar a morir.

Aunque, como me lo espero, mis palabras no son el mejor consuelo que alguien como ella pueda recibir. Tiembla un poco y evita mirarme. Me temo que he sido demasiado cruda, más de lo que podría soportar, pero Béa ha desarrollado una tolerabilidad envidiable.

—No quiero morir aún, soy joven, quiero vivir muchas cosas.

—Entonces aférrate a la vida e intenta comer debidamente.

—Pero si hago eso nunca seré suficiente, jamás conseguiré la aprobación de la sociedad.

—Tu aprobación es más importante que la del resto.

—No sé cómo aprobarme sin la mirada de los demás.

Que pueda aceptarlo es un paso, pero no significa mucho cuando la veo rompiendo en llanto. Paso mi mano por su cabello y la acerco a mí. Beso su cabello como lo haría con cualquier mujer que estuviera pasando por esto y la sostengo. La sostengo porque tengo miedo de perderla ante una batalla que solo ella puede controlar.

—Tienes que mejorar, pero no por los de tu alrededor, por ti, Béa. Si sigues así, te odiarás —susurro cerca de su oído y me alejo un poco cuando eleva la cabeza para mirarme.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque he visto a muchas mujeres en tu situación y he conocido a una en especial que por prohibirse se deshizo de su propio cuerpo.

Su gesto de horror explica mucho el temor que le tiene a la muerte temprana y más por estas causas. Seguro que Tomas le ha hablado de actrices que se han suicidado, pero ella no habrá hecho mucho caso por considerar que el tema es "inútil de abordar". Ahora nota la importancia.

—Voy a intentarlo por mí y por ti.

—A mí no me debes nada, tú eres la que está en riesgo.

—Pero sé que a la larga esto te lastimará también.

Esas palabras son las que nunca creí oír por parte de nadie. Aquí está la bella Béatrice que se seca las lágrimas e intenta ser fuerte por ella y para no lastimarme a mí.

Es la primera vez que alguien se preocupa por "no lastimarme" y también que yo lo considero. Nunca creí que una persona que se autodestruye podría lastimar a los otros de la misma forma, no hasta que me veo reflejada en sus ojos verdosos.

Dios, odiaría perderla. Me rompería el alma. No solo ella es importante aquí sino también el daño que les causa a los otros con su mal actuar.

Mis ojos se cristalizan mientras la veo y antes de que rompa en llanto sus brazos me atraen hacia ella y me encierran. Me encuentro encerrada junto a su corazón que late con velocidad.

Yo suelo consolar a la gente, pocos han logrado consolarme o notar mi tristeza. Y, como si fuera una presencia divina, siento que puedo desahogar mi dolor aquí sin decir absolutamente nada. Porque Béatrice también es buena consolando.

—Mi hospitalización solo fue el punto de quiebre de un montón de situaciones acumuladas, ¿cierto?

Envuelvo mis brazos en su cintura y asiento con la cabeza ahogada en su pecho sin poder parar de llorar.

—¿Cómo te sientes? —dice de una forma tan baja y suave contra mi oído que parece inexistente la presencia de su voz.

—Me siento sola —contesto a duras penas sin poder parar mis sollozos ni la forma que tiene de temblar mi cuerpo—. Me siento tan sola y tan poco querida. Siento que solo arruino las vidas de las personas y que no soy capaz de mantenerlas conmigo.

—Tú no arruinas mi vida... No vuelvas a decir eso, tú solo la mejoras.

—Y me cuesta confiar en la gente.

Su voz pierde el calor que me estaba otorgando y parece mantenerse en silencio. Al menos hasta que un tono triste aparece y como un beso contra mi mejilla, me separa de ella y dice: si crees que soy diferente a la gente, confía en mí.

Caigo rendida por Béatrice. No puedo evitar que mi corazón se acelere bajo su dulce voz. Dejo que vea mi rostro derrotado y que me limpie las lágrimas como yo varias veces habré hecho con ella.

Cuando La Luna Sale [Primer Libro de la Trilogía Grandiose]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora