Capítulo 18

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Narrador: Béatrice Marie

Miro un par de veces a Anaïs apreciando su fineza para hablar. Ella no me devuelve la mirada, se encuentra encerrada en su propio mundo y supongo que mi realidad me hace querer hacer lo mismo.

Los hombres a mi alrededor me hacen sentir incómoda. Ellos no me dejan comer en paz porque se amontonan cerca de mí y preguntan cosas con alguna clase de tono extraño, desagradable. Usan palabras igual de incómodas. Y yo me resisto a huir con una respuesta alegre, algo tranquilo, quizás así entiendan que no estamos en la misma sintonía, pero parece que empeoro todo.

Ahora que llega la parte de la cena y que todos se concentran en su plato o en las celebridades que pasan al teatro para cantar, dos de ellos comienzan a hablarme en la oreja.

—¿Por qué te pusiste ese vestido si no era para llamar nuestra atención? Las mujeres son muy astutas.

—No digas que no quieres nada, estás vestida como una zorra y justo nos encantan las de tu tipo.

—Vamos, no eres una niña, muestra algo más de lo que tienes. No somos paciente.

Tiene que ser broma. ¿Por qué nadie se da cuenta de lo que están intentando? No puedo ni hablar por lo asquerosa que me siento a la hora de sentir una de sus manos en la pierna y otra en el cuello.

Nunca me había pasado esto. Una vez un hombre me puso contra una pared, pero mi hermano lo terminó sacando de un puñetazo y luego de eso nadie intentó nada. Todos entendieron que él me defendería. Pero aquí no hay nadie, ni siquiera Tomas mira.

¿Esto fue su plan? Dios, quiero tirarme a sus piernas y pedirle disculpa. Deseo rogarle que nunca me vuelva a dejar incluso si tengo que humillarme para sus ojos. Esto no lo soporto más.

Pero si Tomas no me ve, quizás Anaïs lo haga. Sí, ella me va a llegar a notar aquí, en la única mesa sumergida en la oscuridad. Incluso con todo este ruido, una mirada es lo único que basta para que me ayude, porque no me puedo mover, me temo que si hago un solo paso ellos me van a volver a sentar.

"Por favor, mírame Ana. Por favor, mírame" ruego en mi interior y se me cae una lágrima cuando ella finalmente se fija en mí. Su rostro se contrae. Es la primera que nota que estoy aquí sufriendo, sintiéndome asquerosa y amenazada por la mirada de estos hombres.

Veo que se pone a hablar con la anfitriona y finalmente un mozo viene a mi dirección con un nuevo número. El hombre de mi derecha se queda callado, pero el de mi izquierda parece sorprendido.

—¿Te vas, Béa? No, mira, mozo, te doy un poco de dinero y la dejas aquí, ¿sí? Ella se divierte, se ríe con nosotros y hace esa sonrisita simpaticona de pequeña.

Se me contraen todos los músculos. Incluso siento como el hombre de la derecha toma mi muñeca y jala de esta. Insiste en que nos tenemos que alejar de aquí y se me corta la respiración.

No sé si fue por mi mirada de urgencia o porque era insobornable, pero el mozo se negó y se dispuso a guiarme a mi mesa. Lo seguí poniendo la mayor de mis fuerzas en mis piernas y solo ahí la gente empezó a mirarme, así que imité una sonrisa, una expresión de tranquilidad.

Al parecer me expreso excelente porque todos se tragan esa mentira, incluso las mujeres que están en la mesa de Anaïs. Para poder seguir fingiendo, intento buscar fuerza en su mano y ella deja que la sostenga.

Preguntan tanto por mí que me siento mareada y cuando me vuelven a dar un plato de comida creo que voy a vomitar. Me alejo de todas tambaleando y corro hacia el baño. No puedo soportarlo más.

Me lavo el rostro alrededor de cinco veces y escucho con terror cómo alguien cierra la puerta del baño. 

Cuando La Luna Sale [Primer Libro de la Trilogía Grandiose]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora