Capítulo 43

9 1 0
                                    

Béatrice Marie

Cuando suenan los fuegos artificiales y todos se desean una feliz navidad yo sigo con la familia de Gerard, esta vez notando un ambiente mucho más pesado entre todos. No exactamente por no llevarse bien, sino porque los borrachos a veces dicen cosas no tan agradables o ubicadas.

Miro a lo lejos a Anaïs recibiendo todos los besos del borracho de Belmont. Me torturo un poco hasta que me canso de que finja con esa sonrisita.

Sé que nunca se enamorará de él..., pero aun así me duele verla así. No porque no le crea, sino porque debe ser duro fingir así.

Luego de que mi presencia pase desapercibida me dirijo hacia la puerta que va directo a la calle y pienso en lo desolado que está todo aquí. Parece que la fiesta solo se nota dentro o en el jardín de las casas.

Estoy muy feliz, pero no sé, siento que hay algo que sucede. Todos debaten un tema sobre Leo Moreau, el padre de Anaïs, y no escucho cosas muy buenas de él. Pero ella ni siquiera se esfuerza en defenderlo.

¿Uno no defiende a sus padres de las críticas ajenas? Bueno, eso me parece lo más coherente.

—Béa, ¿vas a fumar? —pregunta ella asomando la cabeza por la puerta. Yo niego lentamente y entonces sale por completo.

Odia el olor al cigarrillo y por eso mismo nunca fumo delante de ella, mucho menos cuando le he contado de los problemas genéticos de los pulmones susceptibles.

—Discúlpalos si te dijeron cosas feas o algo por el estilo... Es una familia rara y se ponen peor cuando beben.

—Bueno, yo no he sido exactamente su punto, así que no me molesta.

Se para a mi lado manteniendo un poco de distancia. Incluso si no hay nadie en la calle le preocupa acercarse mucho a mí.

—Pero me preguntaba por qué se mencionaba tanto el nombre de tu padre.

—Ah, ¿se lo mencionó?

—Delante de ti incluso.

—No me di cuenta.

Estoy segura de que los estaba escuchando si en ese momento estaba sirviendo el postre. No puede mentir con que no es así. Aunque parece muy dispuesta a seguir con sus palabras.

—Ignóralos en cualquier caso. Son raros, nunca aportan nada muy productivo.

—Ana, hablaban sobre que era un maltratador y miles de pestes más. Solo me pareció raro que no aportaras nada.

Su expresión se tensa un poco y finalmente me mira con esos ojos indecisos entre la frialdad o el intento de furia. No sé si usé las mejores palabras.

—No puedo aportar nada a la realidad, Béa.

—Pero ¿qué pasaba? Es decir, ¿él te golpeaba? ¿Las golpeaba a todas ustedes y...?

—Bebiste mucho, Béatrice.

—Anaïs, solo estoy preocupada.

—¡Pues sé más delicada con tus preocupaciones! ¿Qué más te da lo que él nos hacía? Si de todas formas ya está muerto.

Su forma tan a la defensiva de responder me hace retroceder un poco y eso la molesta aún más. Insulta al aire mientras aprieta las manos. No era esa mi intención.

Intento tocarle la mano para dejar en claro mi comprensión por su situación, pero solo me la aparta.

—No te metas, Béa. Hay temas que simplemente no te incumben.

Luego vuelve a entrar a su casa como si nada. Su careta vuelve a desplegarse en su rostro y le sonríe a todo el mundo, habla con energía y parece que solo se ha hartado de mí, así que dejo de mirarla detrás de la puerta y me recuesto un segundo contra la pared. El mundo me da vueltas y no exactamente por haber tomado un poquitín de más.

La verdad es que todo se siente extraño, auténticamente cambiante. De un momento al otro Anaïs se enoja conmigo por un tema que no supe tratar bien cuando hace menos de dos horas atrás nos acabábamos de declarar novias.

Es todo muy ilógico, raro y estúpido. No tiene sentido que ella festeje con su familia y sea la enojada en todo esto. Yo debería sentirme mal al saber que mi ahora novia se va a casar y que está con su familia, cosa que no puedo tener desde hace meses.

Justo cuando creo que voy a colapsar en desesperación, Gerard sale. Su expresión luce igual de agotada que la mía y me mira así como yo lo miro a él. Como si nos hartáramos de la cena familiar.

No me habla, primero se prende un cigarrillo. Aunque no estoy acostumbrada a verlo fumando me acerco para que prenda el mío. Y noto que en sus ojos hay desilusión. Esa mirada de sincera desilusión, la que te hace un daño temporal, pero que vas a recordar.

No me mira en ningún momento, no baja los ojos hacía mí. Y me parece correcto, porque de lo contrario podría decir algo equivocado.

Ambos fumamos, ignorando que no nos gusta ver al otro de esa forma, y solo se habla cuando él tiene ganas de soltar algo nada discreto y lleno de disgusto.

—Todo la puta familia se está peleando con mi novia.

—Excelente.

—Sí, ¿no? Es una buena cena familiar, se te nota en la cara, incluso si no eres exactamente de la familia.

—Qué más da, Ger. ¿Por qué toda la puta familia se pelea con tu novia?

—Porque es gorda.

—Eso es algo ofensivo.

—No es ofensivo, ella es gorda y lo acepta. A mí no me gusta menos porque sea gorda. Pero la familia está llena de ideas tóxica y, excepto por mi madre y hermanas, nadie de ahí zafa, ni mi padrastro.

Es la primera vez que Gerard se queja de algo conmigo, casi me hace sentir tan incluida que me acerco mucho más a él, hasta chocar contra su brazo. No se molesta en mirarme, está un poco ebrio e ido para fijarse en mis actitudes.

—Lo peor de todo es que Noelle no se calla la boca ni un solo segundo. Eso me fascina, pero no exactamente en Navidad. Se toma cualquier comentario personal. Quizás porque se lo hacen apropósito.

—O quizás porque es una persona que ya no se aguanta nada.

Asiente con la cabeza, dándome la razón y ahora noto que él es quien me mira. Tiene una mirada potente, casi hechizante cuando se enoja y creo que sus ojos parecen tan fríos por el alcohol que se carga.

Pero eso no evita que se me ponga la piel de gallina cuando me pide que cuente mi parte.

—Solo Anaïs siendo Anaïs.

—Recuerdo haberte dicho desde el inicio que no te encariñes con ella.

—No seas tan cruel. No es exactamente porque sea una persona incapaz de mantener una relación.

—El hecho de que recuerdes mis palabras dice muchas cosas.

Suspiro sin poder responderle. Recuerdo sus palabras porque le doy importancia, no porque piense que algo malo sucederá con ella y nuestra relación. Intento no pensar en negativo.

Por eso mismo apago el cigarrillo, estiro los brazos y dejo caer la cabeza contra el pecho de Gerard. No tengo palabras para este momento, solo quiero ser abrazada y saber que no acabo de arruinar mi relación con Anaïs solo por mis tontos sentimientos de romance.

Pero ella no quiere que se lo contemos a nadie, así que no puedo explicarle la situación a Gerard, solo recibir su abrazo.

—Si a ti te hace feliz, sigue hablándote con ella... Pero cuando algo malo suceda, ojalá que no, no me digas que no te lo he advertido.

—Gerard, basta.

—Solo me preocupa tu frágil corazón, ricitos. Eso es todo. No quiero que te sientas mal.

Me besa el cabello y luego me da un sacudón en los hombros. Después lo veo adentrarse a la casa, pero al poco tiempo llama a Noelle y me invita a irme con ellos. Le agradezco en serio porque ya no aguantaba más el ambiente de borrachos pesimistas y de bromas bordes.

Cuando La Luna Sale [Primer Libro de la Trilogía Grandiose]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora