I. Entornos

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El odio, el rencor y la amargura son posiblemente las emociones más oscuras que existen. Funcionan como un gélido veneno en el alma de los seres vivos y los consume en una indetectable agonía que no hace más que destruirlo todo. Esta gama de emociones puede llegar a corromper hasta al espíritu más puro, como si a una hoja blanca le cayera una gota de tinta y esta se esparciera lentamente, desapareciendo toda la blancura que caracteriza dicha materia.

Una siniestra tormenta azotaba el gélido páramo de Okvor, la oscuridad eterna. El castillo ancestral se veía arropado por mantos de hielo, pero la temperatura dentro del lugar era muy distinta a la del exterior; las brujas de Aodh utilizaban su pyrokinesis para alterar la temperatura y mantener el lugar habitable para los mortales.

Detrás de una inmensa puerta de apariencia helada se encontraban dos hombres, uno de ellos era alto, de piel negra, ojos amarillos y un corto cabello crespo. Físicamente aparentaba alrededor de los veintisiete años. Sus labios eran gruesos y su nariz algo ancha. Se hallaba con una de sus rodillas en el suelo y con una mano cruzando su pecho, en símbolo de lealtad.

Frente a él estaba una figura intimidante... Algo oscuro y aterrador para muchos, Hionte. El hombre tenía físicamente unos cuarenta y ocho años, su cabello era del color de la nieve y sus ojos eran como los de cualquier otro vampiro, blancos a excepción de sus pupilas. Su mirada era demasiado intimidante y aterradora. Su mandíbula cuadrada estaba cubierta de una barba cerrada y su cuerpo era ancho, no poseía muchos músculos.

—Vamos, hijo, olvida las formalidades y ponte de pie —Pidió el anciano vampiro moviendo sus dedos en señal de aburrimiento, las largas uñas resaltaban de sus grandes manos. El rizado se puso de pie y miró a su papá— ¿Qué noticias me tienes?

—Nuestro... Nuevo miembro está recibiendo un castigo adecuado por su falta. Las brujas de Aodh se están encargando especialmente de él —Sonrió cínicamente mostrando sus colmillos.

—¿Qué ha dicho de esa manada? —Preguntó el anciano mientras se levantaba y recorría tranquilamente la sala, como una serpiente examinando el espacio.

—No tiene idea alguna de a dónde podrían haberse movido, no obstante, estando bajo la protección del híbrido, será muy difícil encontrarlos y eliminarlos —Afirmó apretando su mandíbula.

—Todavía no me has contado exactamente qué sucedió en esa aldea. Hace una semana volviste con ese lobo, lo llevaste con las brujas y te marchaste de inmediato. Ni siquiera me has contado qué ocurrió allá, ¿realmente crees que ese híbrido podría llegar a significar una amenaza para nosotros? —El chico abrió la boca para contestar, pero el vampiro lanzó otra pregunta— ¿Crees que podría representar una amenaza para mí?

Las pupilas de Arath se dilataron y miró fijamente a su padre, afirmando con fuerza:

—Yo mismo me encargaré de sacar a ese engendro del camino. No es algo de lo que debas preocuparte. Sus amigos son lobos y su novio no tiene más fuerza que las brujas de Aodh. No sé con exactitud qué ocurrió en ese sitio, pero no es algo de lo que debas angustiarte, padre. Sabes perfectamente cómo trabajo —Soltó con devoción.

El anciano miró a su hijo y asintió. Confiaría cualquier cosa a ese chico sin pensarlo dos veces.

—Doy fe a tu juicio, Arath. Tu madre también lo haría.

La puerta fue tocada y dos brujos ingresaron a la habitación. El vampiro de ojos amarillos divisó a Irivux y a su subordinado. El primero era la mano derecha de Eagan, líder de Aodh, era rubio y sus ojos poseían un azul brilloso que podría confundirse con el fuego. El segundo era un joven desinteresado y generalmente despreocupado.

August: Maldecido © |Libro 2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora