XXI. Duelo

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Las heridas emocionales causadas por alguien que dijo amarte eran muy complicadas de sanar... sobre todo cuando el dolor de la pérdida y el maltrato se hunden en ti tan profundo que prácticamente se vuelven aquella vocecita tortuosa en tu mente que te recuerda una y otra vez el dolor que has atravesado.

Perdonar por sí solo es algo complejo para muchos, pero hacerlo con la persona a quien le entregaste tu amor de la forma más pura y sincera que llegaste a conocer y a cambio te dio el mayor de los dolores era una tarea imposible, hostigante... incluso mortal. Las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida determinan los lazos emocionales que se afianzarán a ti, así como podrían determinar los que terminen consumiéndose como una vela, de forma lenta y agónica, asesinando todo rastro de amor que podría haber existido alguna vez.

Era asfixiante, claustrofóbico... corrosivo. Una parte de ti, la más afectada, sólo puede ver a su agresor, su verdugo, al ser que te infectó de un dolor tan colosal que en más de una ocasión te pensaste muerto, esperando soltar un último estertor agónico que indicara que habías llegado a tu fin, sin embargo jamás pasó... Eso abría paso a algo peor, esa parte de ti que seguía amando al agresor, haciéndote dudar de tu propio dolor, convenciéndote de que quizás, algún día todo cambiaría, todo volvería a lo que alguna vez fue, que un poco de paciencia y de cariño podría derretir el invierno mortal que se había alzado frente a ambos y le había puesto fin al amor que existió en algún lugar del pasado.

El azul cielo en los ojos de Erik chocó con ese característico celeste glacial en la mirada de Lorent. La tensión en el ambiente era notoria, no podía disimularse aunque lo intentaran.

Chris se movió y abrazó a Sara para hacer que todos se movieran de sus lugares. Jonathan por su parte corrió de forma inestable, tropezando de a poco, incapaz de asimilar lo que sus ojos estaban viendo, creía que tal vez era una broma del destino, una ilusión maliciosa que creó su mente para hacerle recordar sus pecados, todas sus fallas.

Al ver como su padre tropezaba una vez más, el rubio se abalanzo hacia el que alguna vez fue alfa de Heulen y lo envolvió en sus brazos, sintiendo sus propias lágrimas acumularse en sus ojos, que se rehusaban a ser contenidas.

Sara, mientras saludaba a todos, pudo apreciar como alguien dispersaba a su manada, pidiéndoles que se retiraran convenciéndolos de hablar con los recién llegados en la mañana. Era Ken, alfa de Klauen. Ella no tenía idea de con qué autoridad daba órdenes a su gente, pero en definitiva estaba tomando confianzas que no debía adjudicarse.

—¡M-mi hijo, mi niño está vivo, estás bien! ¿Tienes heridas? ¿Quemaduras? ¿Estás mal? ¡Yo pensé... Creí que habías muerto! —El hombre estaba fuera de sí, sujetaba el rostro de su primogénito intentando hallar algo que le indicara que estaba lastimado o tenía alguna secuela.

—Estoy bien, papá. No tengo ninguna herida, y si la llegué a tener ya ha sido sanada —afirmó sin quitar la vista de su hermano menor. No habían dejado de mirarse, ninguno se atrevía a dar un paso hacia el otro. Había demasiada tela que cortar.

El híbrido caminó hasta su amigo y lo envolvió en un caluroso abrazo, sabía que querría hablar con él al respecto de la insólita aparición de Lorent y lo ocurrido en el viaje. Erik no estaba nada bien, se veía demasiado abrumado, fuera de sintonía. Por otro lado, August y Elizabeth permanecían algo apartados, eran conscientes de que no debían involucrarse o ser inoportunos, la situación entre los hermanos Keller era muy compleja.

—¡Ven, vengan, vayamos a casa! ¡Necesito que me cuenten todo! —Jonathan estaba demasiado emocional, no quería despegarse de su hijo. La esposa y el mejor amigo del alfa caminaron junto a él por cada flanco, sabiendo que cualquier cosa podría derrumbarlo.

August: Maldecido © |Libro 2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora