III. Visiones

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La sensación que se percibe al entrar en pánico es peculiar. La piel se eriza, los pulmones restringen las cantidades habituales de oxígeno que debe entrar en ellos y el cerebro se bloquea.

Es como ser aislado de todo, escuchas las voces de los demás en la distancia mientras intentas regresar a la calma, sin saber que no estás haciendo nada más que arrastrarte a las profundidades de un abismo de oscuridad repleto de engañosas voces que fingen buscar tu alivio.

August sintió miedo, pánico e impotencia. La destructiva magia oscura dentro de sí se conmocionó en un afán de protegerlo, por lo que se rodeó con sus brazos el torso en un intento físico de retener la energía maldita dentro de él.

Se vio sobrepasado por la inconmensurable fuente de oscuridad y cayó de rodillas, siendo rápidamente auxiliado por su novio y su amiga.

—¡August! —Exclamó asustado Christopher buscando los ojos de su pareja para ver a través de ellos, pero cuando se encontraron, la expresión del híbrido de cabello negro le hizo saber que algo iba realmente mal.

—August, tus ojos... —Susurró Elizabeth al tiempo en que el vampiro lo tomaba en brazos y lo llevaba al río para que éste pudiera ver a lo que se referían.

Aún quedaba algo de luz, por lo que pudo apreciar su reflejo en el agua, y lo que vio lo dejó sin una sola palabra que decir. Sus ojos brillaban de un color morado similar al fuego que desató en Heulen.

—¿Usaste magia? —Preguntó el mayor y el brujo negó de inmediato.

—Cuando usaba mis poderes psíquicos, o cuando realizaba conjuros, mis ojos se tornaban ocasionalmente en un verde sobrenatural. Supongo que cambiaron al activar la maldición —Habló mientras trataba de calmar la energía en su interior.

—Si quieres, puedo ir a explicarle a Jonathan lo que está ocurriendo —Sugirió la vampira de cabello rizado para darles un espacio. Gust asintió y se recostó agotado en el pecho de su lobo. Chris los dejó caer para sentarse en el pasto y vieron las aguas del río correr. Los brazos del pelinegro rodeaban la cintura del psíquico y su mentón descansaba en su hombro. August estaba sentado entre sus piernas y se sentía seguro.

La respiración del castaño de cabello largo se fue calmando y el manto de la noche los cubrió con elegancia. La luz de la luna iluminaba el hermoso lugar y la brisa comenzó a arrastrar unos cuantos pétalos de las flores que había en el lugar, éstos lentamente fueron girando alrededor de ellos, como un ligero torbellino que les hizo sentir un deja vu.

Christopher sonrió hermosamente con la situación.

—¿No te trae recuerdos? —Susurró en el oído de su novio.

—Es como en nuestro primer beso —Habló de la misma forma.

—Creo que he cambiado una opinión de algo que te dije y ahora sé que lo seguiré creyendo, ¿sabes?

—¿Qué cosa? —Quiso saber el menor.

—Eres aún más hermoso que la luz que irradia la luna —Los ojos del lobo lanzaron destellos grisáceos. August supo que esa reacción vino de su lado animal, pero dentro de aquella mirada no había más que amor y una inmensa devoción hacia él que no creyó merecer jamás.

Después de unos minutos de un relajante silencio, el mayor habló:

—Creo que va siendo momento de que sigamos nuestro propio camino, August... La manada necesita ir a un sitio donde puedan empezar de nuevo, o como mínimo, donde consigan la suficiente estabilidad para pensar en lo que deben hacer ahora que la tierra donde vivían ya no puede ser habitada.

Las palabras del híbrido no fueron respondidas al instante, el menor se tomó poco más de un minuto para decir lo que estaba pensando y conseguir expresar todo.

August: Maldecido © |Libro 2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora