XIII. Cenizas

123 14 4
                                    

—¿Conseguiste las respuestas que necesitabas? —Preguntó Chris al reunirse con los otros dos.

—No —Respondió el brujo de ojos verdes colocando un mechón tras su oreja.

No dijeron nada más, aunque August notó el árbol derribado y pensó en preguntar, pero notando que Chris mantenía un aura extraña, prefirió dejar que se relajara antes de hablar con él.

Caminaron en dirección al lugar donde el auto había terminado y ahí pudieron apreciar los restos oxidados de lo que alguna vez fue el medio de transporte para ambos.

El psíquico se acercó a estos y se colocó en cuclillas, meditando un poco sobre lo que iba a ocurrir.

—¿Te sientes preparado para realizar el conjuro? —Quiso saber el lobo de cabello negro y Gust asintió.

—Ocúltense. Lleven a Giah —Pidió y todos se apresuraron a apartarse. Cerró sus ojos y se enfocó en la magia oscura que burbujeaba en su interior. A veces se le hacía imposible creer que tales cantidades de energía mística oscura estuvieran dentro de él, porque cualquier otro ser sobrenatural moriría de inmediato ante estas.

Se sentía diferente a cómo percibía la energía cuando utilizaba sus habilidades psíquicas, cosa que en ocasiones le hacía sentir confundido, ya que por momentos sentía que eran dos ramas de energía distintas.

Se puso de pie y extendió sus manos, sintiendo como sus ojos se empañaban magia, cambiando a un morado sobrenatural y como su mano se cubría de magia oscura, formando esferas místicas.

Convertat tempus —El fuego que se desató en su interior parecía incontrolable, la potencia con la que el conjuro fue lanzado poseía la suficiente energía como para destruir nuevamente Sotiría.

Ahora podía comprender con mayor claridad lo que su madre le había dicho aquella noche, todo hechizo que lanzara a partir del momento en que despertara la maldición, se veía maximizado gracias a la magia oscura.

Esta impregnaría cualquier conjuro, fuese básico o complejo, potenciándolo hasta escalas inimaginables.

Recordaba con precisión cómo se había sentido la noche cuando despertó su maldición. Cuando su verdadero poder salió a la luz.

La maldición de fuego sería capaz de destruir el mundo entero, sin embargo, había usado todo su control para manipularla y así evitar asesinar a todos sus amigos.

Sus ojos se abrieron y pudo apreciar como la magia oscura actuaba, el hechizo no sólo estaba regresando el tiempo sobre aquellos grimorios que perdió, sino que también parecían restaurar el auto en su totalidad.

Su madre le había comentado que ese conjuro sólo restauraba objetos pequeños, pero ahí estaba, arreglando el vehículo y todo lo que contenía en aquel entonces.

—Mierda —Susurró Elizabeth impresionada al ver lo que había hecho su amigo.

Christopher corrió de inmediato y sacó las bolsas hechizadas, los tres sobrenaturales comenzaron a buscar los grimorios oscuros del linaje Adair, tomando aquel libro que August intentó ojear de niño, y otro que parecía tener el doble de tamaño que el anterior.

—¿Sólo dos grimorios? —Preguntó la vampira.

—Mi madre y yo comprimimos la mayoría de los libros en uno solo, así no teníamos que cargar tantos —Respondió.

—¿Y todos estos? —Interrogó la chica al notar probablemente doce libros en una esquina del vehículo.

—Son grimorios de magia natural, todos esos hechizos ya los tengo memorizados. Mi madre me hizo estudiar mucho en mi niñez, aunque yo mismo me enfoqué en su estudio cuando era adolescente. Los únicos libros que siempre tuve prohibidos fueron estos —Comentó alzando los dos grimorios oscuros—. Ocúltense una vez más, debo realizar otro hechizo.

August: Maldecido © |Libro 2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora