CAPÍTULO 10 || HAN SOL: EL ERRANTE

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Buenos días, querido lector, es un gusto que te hayas acercado de nuevo. ¿Has estado bien? ¿Has estado escuchando tu corazón? Cualquiera que sea la respuesta, tengo la esperanza de que hayas pensado en ti por lo menos una vez desde que nos vimos.

La historia que te vengo a contar hoy, comienza un par de días atrás desde el último cuento. Esta vez te presentaré a un muchacho bastante peculiar, no quiero darte muchos detalles, pero lo que sí te puedo decir es que no es originario de nuestro colorido pueblo y, además, esta es la anécdota que cambió su vida. ¿Estás preparado?

***

Eran los primeros días de abril, la primavera, aunque ya comenzada, mantenía ciertas mañanas frías. Los colores del pueblo estaban vibrando, los habitantes, finalmente, dejaban sus abrigos. Los negocios que habían parado por el invierno, ya funcionaban de nuevo y las hermosas mandarinas, empezaban a cosechar.

A través de la plaza central, estaba un joven cabello claro, con no más de 20 años, deambulando lentamente; parecía que le costaba caminar, se aferraba a su bolso cruzado con mucha fuerza, y le costaba apoyar su pierna derecha.

Pero, como si no tuviera nada, se acercaba a ciertos negocios, buscando alimento; eran casi las 10 de la mañana y aún no había comido nada. El dueño del puesto de mandarinas lo miraba de reojo, sintiendo mucha pena, pero en cuanto se acercó a él lo abordó:

—¡Joven! — Lo llamó levantando la mano. El muchacho volvió a ver, y a través de su mirada, el dueño pudo notar cuánta ayuda necesitaba. —Ven— dijo, pero en lugar de esperar, se acercó, lo tomó de los codos y lo ayudó a caminar, aliviándole un poco el dolor de la pierna.

—Tengo unas mandarinas deliciosas, te vendo 12 por una moneda de oro— le comentaba hasta llegar al puesto, donde sin decirle nada, logró cederle un asiento.

—No necesito doce— le dijo con una sonrisa.

El señor, amablemente, insistió: —Ahorita no, pero las puedes comer a lo largo de la semana o regalárselas a tu familia—

—Muchas gracias, pero sería cansado llevar conmigo 12 mandarinas por tanto tiempo y no creo ver pronto a mi familia—

El dueño, inmediatamente comprendió varias cosas: él no era de por ahí, no planeaba quedarse mucho tiempo y viajaba solo.

Aún estaba pensando cuando su hijo, de pronto, llegó con más canastos de mandarinas. —Papá, ya vine— dijo, sin volver a ver, mientras dejaba los canastos en el piso —Mamá te manda más, dice que no te apures en venderlas porque aún están algo ácidas. —

Ya te he hablado de él, el joven boticario es el hijo de los granjeros de la hacienda de mandarinas, un joven muy atento, sin embargo, también muy, pero muy quisquilloso.

El señor, quien su cerebro va más rápido que su lengua, tuvo una idea de inmediato. Tomó a su hijo de la mano y lo llevó hasta el joven de cabello claro que estaba sentado en su silla.

—Mira, Seung Kwan, me encontré a este joven, él es...—

Ambos jóvenes encuentran sus miradas y los dos florecieron una sonrisa al verse. El viajero todavía estaba intentando comprender la situación, cuando el dueño le susurró: —¿cuál es tu nombre, hijo?—

—Ah...— negó con una mano, mientras se rascaba la nuca con la otra.

—Papá ¿otra vez estás entablando conversaciones con desconocidos? —

—Soy un vendedor, hijo, es mi trabajo...— respondía lentamente.

—¡Sí! Pero mamá ya te dijo que no invites a nadie más a la casa y mira, ya lo tenías sentado aquí—

Cuentos de una hermosa juventud (SEVENTEEN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora