Al atravesar las puertas del comedor, Riley notó sus miedos aflorar una vez más.
Pudo ver las mesas repartidas por la gran sala, con muchas sillas, para mucha gente. El hecho de que apenas hubiese personas ocupándolas no le reconfortó del todo. Sabía que en esas mesas lo mejor que podía pasar era que un trozo de comida se cayese del plato. La gente ponía sobre la superficie sus brazos y sus manos sin lavar, apoyaban sus mochilas y ropa de la calle, ¡se tiraban la puta comida los unos a los otros! Miles y millones de microbios pululaban durante todo el año en esa estancia.
La barra para pedir la comida, otro lugar de infección quizá aún peor. ¿Cuánto la limpiarían al día? ¿Y cuánto la desinfectaban? ¡No lo suficiente, señoría! ¡Pasen y vean el mayor festival de enfermedades después del vertedero municipal! ¡Gracias!
No, definitivamente no quería formar parte de ese arsenal de gérmenes.
Se sintió sucio sin siquiera tocar una sola mesa, sin entrar en contacto con nada que esa sala tuviese que ofrecerle.
Dio varios pasos hacia el interior del edificio de nuevo, cogiendo aire.
Ya tenía bastantes problemas pensando en que debía entrar a una clase cerrada con decenas de personas respirando en un ambiente estancado. Pero comer junto a gente desconocida y sucia no, eso sí que no.
Tomó aire con los brazos en las caderas.
—Al menos tienes una ducha propia. Una puta ducha propia: el privilegio —murmuró para sí.
Ese pequeño consuelo podría servirle para calmarse. Saber que no tendría que enfrentarse a los hongos, a los malditos microorganismos malignos de otras personas mientras intentaba tener su momento más cúlmen de relajación del día, era un gran alivio.
No. No era un consuelo en ese lugar.
Soltó una arcada, y se tapó la boca de golpe. Cerró los ojos con agobio, y ese agobio se incrementó cuando oyó pasos.
Se dio cuenta de que alguien estaba caminando hacia la puerta del comedor y, por Dios y toda la puñetera corte celestial, se le había quedado mirando.
—¿Qué coño miras? —A Riley se le escapó el improperio por los nervios, aunque eso no era excusa. Siempre había sido un poco malhablado.
El chico de la puerta, en cambio, parecía mucho más sereno que él.
—¿Te encuentras bien? —dijo alzando una ceja.
Riley agradeció que no hiciera el amago de tocarle pese a que parecía haberle preocupado.
—Sí, sí —respondió Riley rápidamente. Agachó la cabeza con vergüenza y dejó que el chico entrara al comedor.
Sin pena ni gloria, el muchacho pasó de largo y Riley se permitió mirarle de reojo. Le siguió con la mirada un poco más hasta que en su campo de visión apareció la melena larga y oscura de Levi Bates. Estaba sentado en una mesa redonda con varias sillas, con Violet a su lado. El chico se unió a la mesa. Eligió la silla junto a Levi y este, como recompensa, le dio un beso en la mejilla.
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Magnum Delta
Mystery / ThrillerSally Perkins no está muerta y yo debo encontrarla. Es el mantra que Riley Tobinski se repite una y otra vez desde que su mejor amiga desapareció. Siempre tuvieron en común ese amor por los misterios y los crímenes que había que resolver, pero nunca...