Capítulo 10 - Papel Mojado

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Llovía al otro lado de la ventana, y los deberes de Economía de la Empresa no incitaban a seguir estudiando

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Llovía al otro lado de la ventana, y los deberes de Economía de la Empresa no incitaban a seguir estudiando. Era un domingo frío, y parecía que todo el mundo se había escondido debajo de una piedra. Había entendido que Matthew y Levi tenían una sesión de cine, así que supuso que se habrían ido al centro comercial de Belfast. Connie y Violet estaban "ocupados", según decían en su mensaje del móvil. Y Leo tenía una videollamada con Italia. Riley se sentía a gusto con esos chicos, pero aún había chistes internos que no entendía, y eso le consumía su vena curiosa. Pero claro, no podía entender años de amistad en un par de semanas. Ya se iría enterando de qué clase de conferencias tenía ese chico con Europa o si ese "ocupados" conllevaba planes malvados en lugar de lo obvio, o por qué Violet ponía iconos con corazones ante la mención de los Cines Bates.

No importaba, tenía que terminar los deberes para ese lunes, así que en ello estaba, aunque la caída de la lluvia era bastante más interesante que el posicionamiento competitivo. Aún así, tras un rato, la lluvia también dejó de ser interesante cuando empezó a amainar. En Belfast no parecía que el clima fuese muy diferente al de Nashville, y eso hacía que se acordase más de su casa en momentos de silencio absoluto como ese.

Se levantó del escritorio y miró a esa habitación que seguía sin tener una firma suya, algo que dijese que esa era la habitación de Riley Tobinski, más allá de la limpieza extrema.

En el corcho, situado junto a la cama, solo colgaba el calendario con los exámenes fijados ya en la web de la universidad y el horario de clase. Nada que dijese que ese era su cuarto. Suspiró, pensativo, y entonces oyó su móvil.

Se acercó de nuevo a la mesa y lo cogió, viendo en la pantalla un nombre, seguido del icono de un delfín. Ese detalle lo hizo sonreír. Además, le sacaría de su hastío.

—¿Diga?

—Hola, buenas, quería pedir dos familiares.

Riley frunció el ceño, divertido.

—¿De qué sabor?

—Por dios, Riley, no voy a comerme a mi familia.

Riley echó a reír y se sentó sobre el colchón, haciendo que le colgasen las piernas por el lado de la cama.

—¿Qué tal? —preguntó Oliver al otro lado del teléfono—. ¿Es el domingo más gris de toda tu vida o solo de la mía?

—Es lo que pensaba, sí, el cielo tiene un color muy triste —confirmó él, moviendo las piernas—. Estaba haciendo deberes.

—Qué chico más aplicado. Yo, en cambio, te llamo para proponerte un plan de procrastinación absoluto.

—¿Procrastinar? Me encanta esa palabra, tiéntame.

—He impreso más carteles de Sally. —Riley borró poco a poco su sonrisa—. He pensado en pasarme por el campus a recolocarlos allá por donde han desaparecido.

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