Capítulo 11 - Quemaduras

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Chas

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Chas.

La llama se encendió. En sus pequeñas manos había un mechero cilíndrico rojo que le había robado a su madre. Ella llevaba toda la vida fumando, así que pensó que quizá no echaría en falta ese que había encontrado en la caja de galletas de metal de costura. Era de propaganda, de la marca de tabaco que compraban en su casa, pero eso importaba bien poco. Lo importante es que era perfecto, porque era lo que llevaba buscando toda la semana.

—Ya verás, Oli —dijo con su voz aniñada—. Hay que esperar un poco, pero el resultado te va a encantar.

Oli no parecía muy convencido.

—Pero eso duele, Ethan. No quiero hacerlo.

Ethan se colocó las gafas redondas de color verde y le miró con el ceño fruncido, pero luego sonrió para animarle.

—Venga ya, Oli —la llama seguía encendida en sus manos mientras él pacientemente quemaba el metal de la superficie del mechero—. Será un momentito, pero luego nos quedará el recuerdo para toda la vida. ¿De verdad que no quieres?

Oli se pasó una mano por la boca. Aún tenía sus dudas.

—¿Seguro que no lo haces solo porque se lo has visto a Jonathan Phillips?

Cuando Ethan rodó los ojos, lo hizo con la cabeza, exagerando el gesto como si de repente le pesara sobre los hombros.

—Que no —alargó tanto la 'o' que se convirtió en un eructo. Ambos niños se rieron.

—Qué cerdo eres.

—¡Pues anda que tú! —Ethan utilizó su mano libre para levantarse la punta de la nariz y empezó a gruñir como un cerdo.

Oli se rió, pero fue interrumpido por Ethan cuando se quejó de dolor. Rápidamente, sacudió la mano que sujetaba el mechero, dejándolo caer en la alfombra. Ethan se llevó el dedo a la boca.

—Me cago en la puta, me he quemado.

—¿Estás bien? ¿Te duele mucho? —Oli, con cuidado, bajó la mano de Ethan para mirarle la ampolla que empezaba a salir.

No obstante, Ethan estaba más preocupado por otra cosa.

—¡Mierda!

Se tiró de rodillas al suelo y recogió el mechero.

—Corre, pon el antebrazo. ¡Te pondré la sonrisa!

—¿No crees que te has quemado bastante ya? —repuso Oli, sin intención de quemarse.

Ethan negó con la cabeza, se remangó el brazo y clavó el mechero contra el antebrazo.

Pero el mechero ya estaba demasiado frío.

Ethan no solía notar la cicatriz de quemadura de su pulgar derecho. La ignoraba casi todo el tiempo porque se había acostumbrado a ella. Era lo normal. Al principio, tuvo una ampolla asquerosa e hinchada que le enseñaba a todo el mundo porque era asquerosa y estaba hinchada. Ahora, era un vago recuerdo que habitaba en su mano y que había cambiado su huella dactilar para siempre.

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