Capítulo 13 - Amor y otros venenos

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El reloj iba cada vez más lento

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El reloj iba cada vez más lento. La última vez que lo consultó, faltaban cinco minutos para salir. Tras cinco minutos, seguían faltando cinco minutos para salir. Y la última vez ya no faltaban cinco, sino diez. El tiempo estaba yendo al revés del aburrimiento que tenía encima.

En vez de tik-tak, el reloj parecía hacer tak-tik y después soltar una carcajada. Nunca saldrás de aquí, decía el reloj. Vas a quedarte para siempre en esta sala, rodeado de mesas y sillas, el olor a frito, la mancha imborrable del suelo. Mírala, lo has intentado con todo. ¿De qué cojones es esa mancha? ¡Qué más da! ¡Tienes toda la vida para averiguarlo! Tendrás canas y seguirás aquí, intentando ser molón y fallando en el intento porque eres un FRAUDE. Ese reloj era salvajemente sincero, joder. ¿Cuánto dinero hay en tu bolsillo? ¿Acaso tienes siquiera para comprarte un móvil? Pues, ¿cómo vas a tener para unos cojones?

—Ay, por Dios.

Levi Bates tenía una imaginación desbordante. En ocasiones era una bendición, en otras, una ida de olla con relojes de pared dotados por la palabra que le torturaban.

Se había tirado sobre la barra de la cafetería, a esas horas prácticamente vacía, en mitad de una tarde en la que no daban ya comidas y no se ofrecían cenas.

"Aquí no damos cenas, si quieres cenar, debes ir a tu residencia o, en su defecto, si eres más suertudo, a tu puñetera casa. En el caso de que seas de Rhode Island y tu mamá esté demasiado lejos para hacerte una sopa al llegar, esa es tu maldición. ¡De nada!".

Levi echaba de menos a su familia más de lo que le gustaba admitir...

—Bates. —Su compañero, como cada vez que le llamaba, usaba un tono monótono, con ciertos toques de reproche paternal—. Para empezar, no te tires en la barra. Da mala imagen. Y para seguir... Ya te puedes ir.

Levi alzó la mirada al reloj. Por fin había echado a andar y había superado las cinco en punto por tres minutos.

—¡Al fin! —entró aprisa en la cocina y allí se quitó el delantal azul y la chapita que lo identificaba como trabajador de la cafetería principal del campus. Colgó el delantal y dejó la chapa clavada en él.

Llegaría tarde, joder.

—Cógete la tartera de pollo —le recordó su compañero mientras le veía volver por la puerta, lo que le hizo girar en el sitio de forma robótica y volver hacia la nevera donde tenían la comida que podían llevarse. La guardó en su mochila y salió de nuevo, poniéndose su chaqueta en una maniobra complicada mientras sujetaba la bolsa con una mano.

—Hasta mañana —se despidió, y salió del edificio de un salto en las escaleras, moviéndose a prisa en el inminente anochecer sobre la Universidad Blackwood.

En el campus, algunos de los edificios estaban más que cerrados a esas horas. Aún quedaban alumnos en clase, pero la biblioteca había llegado a su hora de cierre.

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