7: Ego por las nubes

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David da unos cuantos pasos en mi dirección y extiende la mano, no tengo de otra que apretar su mano. No estamos solos. 

—Espero que haya sido un placer para usted conocerme—me dice insinuando algo más. Hago una mueca de susto mirándolo a él y luego a mi hermano. No puede estar tan loco como para decirle a mi hermano, ¿verdad? 

—Sí, eso creo—murmuro apenada, mientras mastico rápidamente el pedazo de plátano.

—Tengo que buscar a la bibliotecaria, vengo enseguida—ambos escuchamos la voz de mi hermano y luego la puerta siendo cerrada. Intento dar varios pasos hacia atrás para alejarme por completo de mi vecino. Comienzo a pensar que lo mío no es solo mala suerte, es una maldición. 

—Me gustaba cómo se veía ese plátano siendo rodeado por tus carnosos labios.

—¿Siempre eres así?—le digo algo molesta e incómoda. Lanzo el plátano al zafacón.

—¿Así de atrevido?—ladea una sonrisa y camina tranquilamente por la oficina, el maletín que llevaba lo reposa en una de las mesas. Sus manos se apoyan de la superficie y se inclina hacia atrás mientras mueve el rostro y me repasa con la mirada.

—Exactamente.

—Nunca he tenido filtro—menciona lamiendo sus labios—siempre digo lo que pienso y lo que siento. Hasta incluso, si mi cuerpo me pide algo se lo doy. Que pena que otras personas no estén de acuerdo.

Abro la boca para reprochar, pero la vuelvo a cerrar.

—Como sea—hago un gesto con la mano e intento salir por la puerta. Pero David se adelanta  impidiéndome el paso.

—Fátima Espada—menciona con lentitud, como si estuviera saboreando mi nombre en sus labios. Sus ojos color oliva me observan desde arriba con un tinte malicioso—. Me gustan tus labios, tus pechos y tu nombre.

—Deja que salga—le pido reuniendo paciencia. No es que quiera huir, es que no sé cómo enfrentarme a él después de lo que hicimos.

Apoya ambas manos en el marco de la puerta, sus brazos trabajados se marcan bajo esa camisa blanca, no hay corbata pero tiene dos botones desabrochados y parece un maldito profesor de literatura. Y se me calientan las mejillas.

—Apuesto a que puedo hacer que te mojes sin tocarte.

¡¡¡Ah!!! ¿Pero qué le ocurre a este hombre? ¿Cómo me suelta todos esos comentarios sin nada de pena? 

—Tienes el ego por las nubes—me cruzo de brazos, pero me doy cuenta del error, porque el gesto ocasiona que mis pechos se vean más firmes. David vuelve a lamerse los labios mirándome el escote.

¿En qué novela erótica me he teletransportado? 


Ustedes: "¿Para cuando el tercer orgasmo?"

Ustedes: "¿Para cuando el tercer orgasmo?"

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Chica Peculiar (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora