capítulo 8

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Un par de días después nos reunimos con el equipo de oncólogos. Cada cierto tiempo un grupo de médicos, trabajadores sociales, fisioterapeutas y demás se reunía en una sala de conferencias alrededor de una gran mesa y comentaba mi situación. (No mi situación con Adrien, ni la situación de Amsterdam, sino la de mi cáncer).

La doctora Laura dirigía la reunión. Me abrazó cuando llegué. Se pasaba el día dando abrazos.

Creo que me encontraba un poco mejor. Dormir con el BiPAP toda la noche hacía que sintiera los pulmones casi normales, aunque la verdad es que no recordaba qué eran unos pulmones normales.

Todo el mundo llegó e hizo el numerito de apagar sus buscas y todo eso para que quedara claro que iban a dedicarme toda su atención.

—La buena noticia es que el Phalanxifor sigue controlando el crecimiento de tus tumores —dijo la doctora Laura—, pero obviamente todavía hay serios problemas con la acumulación de líquido. La pregunta es: ¿cómo debemos actuar?

Me miró a mí, como si esperara que respondiera.

—Bueno —dije—, creo que no soy la persona más cualificada de esta sala para contestar a esa pregunta.

La doctora sonrió.

—Sí, estaba esperando a que respondiera el doctor Simons. ¿Doctor Simons?

Era otro oncólogo, no sé de qué especialidad.

—Veamos. Sabemos por otros pacientes que la mayoría de los tumores acaban encontrando la manera de seguir creciendo a pesar del Phalanxifor, pero, si este fuera el caso, los veríamos crecer en los escáneres, cosa que no vemos. Así que todavía no lo es.

«Todavía», pensé.

El doctor Simons daba golpecitos a la mesa con los dedos.

—Lo que tenemos que pensar es que es posible que el Phalanxifor esté empeorando el edema, pero, si lo interrumpiéramos, tendríamos que enfrentarnos a problemas más serios.

—La verdad es que no sabemos cuáles son los efectos a largo plazo del Phalanxifor —añadió la doctora Laura—. A muy poca gente se le ha administrado tanto tiempo como a ti.

—Entonces, ¿no vamos a hacer nada?

—Vamos a seguir como hasta ahora —me contestó la doctora Laura—, pero tendremos que hacer algo más para impedir que aumente el edema.

Por alguna razón sentí náuseas, como si fuera a vomitar. Odiaba las reuniones del equipo de oncólogos en general, pero odié esa en particular.

—Tu cáncer no está retrocediendo, Nefertari, pero hay gente que vive mucho tiempo con tu nivel de invasión tumoral.

No pregunté qué significaba «mucho tiempo». No era la primera vez que cometía ese error.

—Sé que no tienes esa sensación, porque acabas de salir de la UCI, pero el líquido es controlable; al menos, de momento.

—¿No me podrían hacer un trasplante o algo así? —le pregunté.

La doctora Laura apretó los labios.

—Desgraciadamente, no se te consideraría una buena candidata al trasplante —me contestó.

Entendí: no merece la pena gastar unos buenos pulmones en un caso perdido.

Asentí intentando que no pareciera que el comentario me había hecho daño. Mi padre empezó a sollozar. No lo miraba, pero durante un largo rato nadie dijo nada, de modo que en la sala solo se oían sus hipidos.

Me fastidiaba hacerle daño. La mayoría de las veces conseguía no tenerlo presente, pero la inexorable verdad era que, por muy contentos que estuvieran mis padres de tenerme con ellos, yo era el alfa y la omega de su sufrimiento.

NefertariWhere stories live. Discover now