Capítulo 20

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Una de las convenciones menos idiotas del género cáncer juvenil es la del Último Día Bueno, el día en que la víctima de cáncer goza de unas inesperadas horas porque parece que el inexorable declive se ha estancado de repente y por un momento puede soportar el dolor. El problema, claro, es que no hay manera de saber si tu último día bueno es tu Último Día Bueno. En esos momentos no es más que otro día bueno.

Un día no fui a visitar a Adrien porque no me encontraba muy bien. Nada serio, solo estaba cansada. Aquel día no hice nada en especial, y poco después de las cinco de la tarde, cuando Augustus me llamó, estaba ya conectada al BiPAP, que habíamos trasladado al comedor para que pudiera ver la tele con mis padres.

—Hola, Adrien —le saludé.

Me contestó con el tono de voz que me chiflaba.

—Buenas tardes, Nefertari Merienmut. ¿Crees que podrías estar en el corazón de Jesús literal hacia las ocho?

—Supongo —le contesté.

—Perfecto. Otra cosa: si no es mucho pedir, prepara un discurso fúnebre, por favor.

—Uf —le dije.

—Te quiero —me dijo.

—Y yo a ti —le contesté.

Colgó.

—Tengo que ir al grupo de apoyo a las ocho —dije a mis padres—. Sesión de emergencia.

Mi madre quitó el volumen a la tele.

—¿Pasa algo?

La miré un segundo alzando las cejas.

—Entiendo que es una pregunta retórica —le contesté.

—Pero por qué…

—Porque por alguna razón Adrien me necesita. No hay problema. Puedo conducir.

Toqueteé el BiPAP para que mi madre me ayudara a quitármelo, pero no lo hizo.

—Nefertari—me dijo—, a tu padre y a mí nos da la sensación de que ya apenas te vemos.

—Sobre todo yo, que me paso el día trabajando —añadió mi padre.

—Me necesita —les contesté quitándome el BiPAP yo misma.

—Nosotros también te necesitamos, cariño —me respondió mi padre.

Me cogió por la muñeca, como si fuera una niña de dos años a punto de salir corriendo a la calle, y me mantuvo sujeta.

—Bueno, pilla un cáncer terminal, papá, y entonces pasaré más tiempo en casa.

—Nefertari—dijo mi madre.

—Erais vosotros los que no queríais que me pasara el día en casa —respondí.

Mi padre seguía agarrándome del brazo.

—Y ahora queréis que se muera de una vez para que vuelva a encerrarme en casa y os deje cuidarme como siempre. Pero no lo necesito, mamá. No te necesito como antes. Eres tú la que necesita tener una vida propia.

—¡Nefertaril! —exclamó mi padre apretándome todavía más la muñeca—. Pídele perdón a tu madre.

Yo tiraba del brazo, pero mi padre no me soltaba, y no podía coger el tubo con una sola mano. Era desquiciante. Lo único que quería era rebelarme, salir con paso decidido del comedor, cerrar mi habitación de un portazo, poner The Hectic Glow y escribir frenéticamente un discurso. Pero no podía porque no podía respirar, joder.

—El tubo —protesté—. Lo necesito.

Mi padre me soltó inmediatamente y corrió a conectarme al oxígeno. Veía en sus ojos que se sentía culpable, pero seguía enfadado.

NefertariWhere stories live. Discover now