A la mañana siguiente, nuestro último día entero en Amsterdam, mi madre, Adrien y yo recorrimos la media manzana que separaba el hotel del Vondelpark, donde encontramos una cafetería cerca del museo nacional de cine. Mientras nos tomábamos un café con leche —que el camarero nos explicó que en Holanda lo llaman «café equivocado», porque tiene más leche que café—, nos sentamos a la sombra de un enorme castaño y le contamos a mi madre nuestra visita al gran Peter van Houten. Se la contamos en plan divertido. Creo que en este mundo tienes que elegir cómo cuentas las historias tristes, y nosotros elegimos la versión divertida. Adrien, desplomado en la silla de la cafetería, fingió ser Van Houten, al que se le trababa la lengua, arrastraba las palabras y ni siquiera podía levantarse de la silla. Yo me levanté para hacer de mí misma, toda bravucona y agresiva.
—¡Levántate, viejo feo y seboso! —le grité.
—¿Lo llamaste feo? —me preguntó Adrien.
—Tú sigue —le dije.
—¿Feo yooo? Tú sí que eres fea, con esos tubos en la napia.
—¡Eres un cobarde! —rugí.
Adrien se salió del papel y se echó a reír. Me senté y le contamos a mi madre nuestra visita a la casa de Ana Frank, sin incluir el beso.
—¿Volvisteis a casa de Van Houten después? —preguntó mi madre.
Adrien ni siquiera dejó tiempo para que me pusiera roja.
—Qué va. Fuimos a una cafetería. Nefertari me entretuvo haciendo viñetas cómicas con diagramas de Venn.
Me miró. Madre mía, qué sexy era.
—Parece divertido —dijo mi madre—. Mirad, voy a dar un paseo, y así os dejo tiempo para que habléis —añadió mirando a Adrien con cierto retintín—. Luego quizá podríamos dar una vuelta en barco por los canales.
—Vale, de acuerdo —le contesté.
Mi madre dejó un billete de cinco euros debajo de su plato. Me besó en la cabeza y me susurró:
—Te quiero mucho, mucho, mucho.
Eran dos muchos más de lo habitual.
Adrien señaló las sombras de las ramas, que se entrecruzaban y se separaban en el hormigón.
—Bonito, ¿verdad?
—Sí —le contesté.
—Una buena metáfora —murmuró.
—¿De qué? —le pregunté.
—La imagen en negativo de cosas que el aire une y después separa —me dijo.
Cientos de personas pasaban ante nosotros corriendo, en bicicleta y en patines. Amsterdam era una ciudad diseñada para el movimiento y la actividad, una ciudad que prefería no viajar en coche, y por eso me sentía inevitablemente excluida. Pero qué bonita era. Un riachuelo se abría camino alrededor de un inmenso árbol, y una garza, inmóvil junto a la orilla, buscaba su desayuno entre los millones de pétalos de olmo que flotaban en el agua.
Pero Adrien no lo veía. Estaba demasiado ocupado observando el movimiento de las sombras.
—Podría pasarme el día mirándolas, pero deberíamos ir al hotel —me dijo por fin.
—¿Tenemos tiempo? —le pregunté.
—Qué más quisiera —me contestó con una sonrisa triste.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
Señaló con la cabeza en dirección al hotel.
Caminamos en silencio, Adrien medio paso por delante de mí. Yo estaba demasiado asustada para preguntarle si tenía razones para estarlo.
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Nefertari
RandomNefertari Merienmut es una adolecente de dieciséis años que tiene cáncer terminal. Ella sabe que esta muriendo ya que pasa su vida pegada a un tanque de oxígeno y sometida a constantes tratamiento, lo que la lleva a entrar a una depresión. Para cons...