Capítulo 12

4 1 0
                                    

Me desperté a las cuatro de la madrugada en Holanda, cuando todavía no había amanecido. Mis intentos de volver a dormirme fracasaron, así que me quedé tumbada, con el BiPAP bombeando el aire hacia dentro y hacia fuera, disfrutando de los sonidos del dragón, aunque deseando poder decidir cuándo respirar.

Releí Un dolor imperial hasta las seis, cuando mi madre se despertó y rodó hacia mí. Se frotó la cabeza contra mi hombro, lo que me pareció incómodo y ligeramente augustiniano.

El hotel nos trajo a la habitación el desayuno, que, para mi gran alegría, se componía de fiambres, entre muchas otras negativas del esquema de desayuno estadounidense. Para ir a cenar al Oranjee me había puesto el vestido que había planeado ponerme para ir a ver a Peter van Houten, así que, después de ducharme y alisarme un poco el pelo, pasé casi media hora debatiendo con mi madre las ventajas y los inconvenientes de la ropa que tenía, hasta que decidí vestirme lo más parecida posible a Anna en Un dolor imperial: las Converse, vaqueros oscuros, como ella siempre llevaba, y una camiseta azul claro.

La camiseta llevaba impresa la famosa obra surrealista de René Magritte en la que dibujó una pipa, y debajo escribió en letra cursiva: Ceci n’est pas une pipe («Esto no es una pipa»).

—No entiendo esta camiseta —me dijo mi madre.

—Peter van Houten la entenderá, créeme. En Un dolor imperial hay siete mil alusiones a Magritte.

—Pero es una pipa.

—No, no lo es —le dije—. Es un dibujo de una pipa. ¿Lo pillas? Todas las representaciones de algo son intrínsecamente abstractas. Es muy inteligente.

—¿Cómo has crecido tanto que entiendes cosas que confunden a tu vieja madre? —me preguntó—. Parece que fue ayer cuando le contaba a la Hazel de siete añitos por qué el cielo era azul. En aquella época pensabas que era un genio.

—¿Por qué el cielo es azul? —le pregunté.

—Porque sí —me contestó.

Me reí.

A medida que se acercaban las diez, estaba cada vez más nerviosa. Nerviosa por ver a Adrien, por conocer a Peter van Houten, por no haberme vestido bien, por si no encontrábamos la casa, ya que todas las casas de Amsterdam parecían iguales, por si nos perdíamos y no sabíamos volver al Filosoof… Era un manojo de nervios. Mi madre intentaba charlar conmigo, pero la verdad es que no la escuchaba. Estuve a punto de pedirle que subiera a asegurarse de que Adrien se había levantado cuando llamó a la puerta.

Abrí. Se quedó mirando mi camiseta y sonrió.

—Qué gracia —dijo.

—No me digas que te hacen gracia mis tetas —le contesté.

—Estoy aquí —nos recordó mi madre desde atrás.

Pero había conseguido que Adrien se ruborizara y lo había dejado tan fuera de juego que por fin pude alzar la mirada hacia él.

—¿Estás segura de que no quieres venir? —le pregunté a mi madre.

—Hoy voy al Rijksmuseum y al Vondelpark —me contestó—. Además, no entiendo su libro. Sin ánimo de ofender. Da las gracias a él y a Lidewij de nuestra parte, ¿vale?

—Vale —le dije.

Abracé a mi madre, que me dio un beso en la cabeza, por encima de la oreja.

La casa de Peter van Houten estaba justo después de girar la esquina del hotel, en la Vondelstraat, frente al parque. Número 158. Adrien me cogió de la mano, y con la otra mano agarró el carrito del oxígeno y subimos los tres peldaños que llevaban a la puerta de la calle, de color azul oscuro. El corazón me latía a toda prisa. Una puerta cerrada me separaba de las respuestas con las que soñaba desde que había leído por primera vez aquella última página inconclusa.

NefertariNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ