Una mañana, un mes después de haber vuelto de Amsterdam, fui a su casa. Sus padres me dijeron que estaba todavía durmiendo en su habitación, así que antes de entrar llamé fuerte a la puerta.
—¿Adrien?
Lo encontré murmurando en una lengua incomprensible. Se había meado en la cama. Era espantoso. No me atrevía ni a mirar, la verdad. Llamé a gritos a sus padres, que bajaron, y yo subí al salón mientras lo lavaban.
Cuando volví a bajar, empezaba a despertarse de los narcóticos y regresaba a la cruel realidad. Coloqué las almohadas para que pudiéramos jugar a Contrainsurgencia en el colchón sin sábanas, pero estaba tan cansado y ajeno al juego que era casi tan malo como yo, así que nos mataban a los dos a los cinco minutos escasos. Y las muertes no eran heroicas, sino despreocupadas.
La verdad es que no le dije nada. Supongo que prefería que olvidara que yo estaba allí, y esperaba que no recordara que había encontrado al chico al que amaba trastornado en medio de un gran charco de meados. Esperaba que me mirara y me dijera: «Hola, Nefertari Merienmut. ¿Cómo has llegado hasta aquí?».
Pero desgraciadamente lo recordaba.
—Cada minuto que pasa adquiero un conocimiento más profundo de lo que significa la palabra «humillado» —me dijo por fin.
—Yo también me he meado en la cama, Adrien, créeme. No es tan grave.
—Antes solías… —añadió, pero se interrumpió para respirar profundamente— llamarme Adrien.
—¿Sabes? —me dijo algo después—, es una chiquillada, pero siempre pensé que mi esquela aparecería en todos los periódicos, que tendría una historia que merecería la pena contar. Siempre tuve la secreta sospecha de que era especial.
—Lo eres —contesté.
—Ya sabes lo que quiero decir.
Sabía lo que quería decir, pero no estaba de acuerdo.
—Me da igual si el New York Times me escribe una esquela. Lo único que quiero es que me escribas una tú. Dices que no eres especial porque el mundo no sabe nada de ti, pero decir eso es insultarme. Yo sí sé de ti.
En lugar de disculparse, me dijo:
—No creo que llegue a escribir una esquela para ti.
Me frustraba su actitud.
—Solo quiero ser suficiente para ti, pero nunca lo soy. Nunca puedo ser suficiente para ti. Pero es lo que tienes. Me tienes a mí, tienes a tu familia y este mundo. Esta es tu vida. Lamento que sea una mierda, pero no vas a ser el primer hombre que pisa Marte, ni una estrella de la NBA, ni vas a perseguir a nazis. Mírate a ti mismo, Adrien.
No me contestó.
—No pretendo… —empecé a decir.
—Sí, lo pretendes —me interrumpió.
Intenté disculparme.
—No, perdona —me dijo—. Tienes razón. Dejémoslo correr y vamos a jugar.
Así que lo dejamos correr y jugamos.
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Nefertari
RandomNefertari Merienmut es una adolecente de dieciséis años que tiene cáncer terminal. Ella sabe que esta muriendo ya que pasa su vida pegada a un tanque de oxígeno y sometida a constantes tratamiento, lo que la lleva a entrar a una depresión. Para cons...