capítulo 9

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El día antes de volar a Amsterdam volví al grupo de apoyo por primera vez desde que había conocido a Adrien. En el corazón de Jesús literal había cambiado un poco el reparto. Llegué temprano, con tiempo suficiente para que Lida, que se había recuperado de un grave cáncer apendicular, me pusiera al día sobre todo el mundo mientras me comía una galleta con trocitos de chocolate frente a la mesa desierta.

Michael, el niño de doce años con leucemia, había muerto. Lida me contó que peleó duro, como si hubiera otra manera de pelear. Los demás seguían por allí. Ken estaba SEC después de la radioterapia. Lucas había sufrido una recaída, cosa que Lida me dijo con una sonrisa triste y encogiéndose de hombros, como si alguien dijera que un alcohólico había vuelto a beber.

Una chica regordeta, bastante mona, se acercó a la mesa, saludó a Lida y se presentó diciéndome que se llamaba Susan. No sé lo que le pasaba, pero una cicatriz le cruzaba la mejilla desde un lado de la nariz hasta los labios. Había intentado cubrírsela con maquillaje, pero lo único que había conseguido era que destacara todavía más. Yo llevaba tanto rato de pie que empezó a faltarme el aire, así que les dije que iba a sentarme cuando se abrió la puerta del ascensor y vi a Isaac con su madre. Llevaba gafas de sol. Con una mano se agarraba al brazo de su madre, y con la otra sujetaba un bastón.

—Nefertari, del grupo de apoyo, no Monica —dije cuando se hubo acercado lo suficiente.

Isaac sonrió.

—Hola, Nefertari, ¿qué tal? —me preguntó.

—Bien. Desde que te quedaste ciego, estoy cada día más buena.

—Apuesto a que sí —me dijo.

Su madre lo condujo hasta una silla, le dio un beso en la cabeza y volvió al ascensor arrastrando los pies. Miguel Angel palpó un poco a su alrededor y se sentó. Yo me senté a su lado.

—¿Cómo te va todo?

—Muy bien. Estoy contento de estar en casa, supongo. A me dijo que has estado en la UCI.

—Sí —le dije.

—Mierda —me respondió.

—Ahora estoy mucho mejor. Mañana voy a Amsterdam con A.

—Ya lo sé. Estoy al corriente de tu vida, porque A no habla de otra cosa.

Sonreí. Noah carraspeó.

—¿Y si nos sentamos todos? —comentó.

De pronto me vio.

—¡Nefertari! —exclamó—. ¡Me alegro mucho de verte!

Todo el mundo se sentó, Noah empezó a contar otra vez la historia de su impotencia y yo caí en la rutina del grupo de apoyo: me comunicaba con Miguel Angel por medio de suspiros, lamentaba lo que le pasaba a todo el mundo en aquella sala y también fuera de ella, me distraía de la conversación y me centraba en mi respiración y en mi dolor. El mundo seguía su curso sin que yo participara del todo, y solo desperté de la ensoñación cuando alguien dijo mi nombre.

Fue Lida la fuerte. Lida la recuperada. La rubia, saludable y corpulenta Lida, que formaba parte del equipo de natación de su instituto. Lida, a la que solo le faltaba el apéndice, decía:

—Nefertari es un gran referente para mí. De verdad lo es. Sigue luchando su batalla, levantándose cada mañana para ir a la guerra sin lamentarse. Es muy fuerte. Es mucho más fuerte que yo. Ojalá tuviera yo su fuerza.

—¿Nefertari? —preguntó Noah—. ¿Cómo te sientes con este comentario?

Me encogí de hombros y miré a Lida.

NefertariWhere stories live. Discover now