Capítulo 14

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En el vuelo de regreso, a veinte mil pies por encima de las nubes, que estaban a diez mil pies de la tierra, Gus dijo:

—Antes pensaba que sería divertido vivir en una nube.

—Sí —contesté—. Como uno de esos trastos hinchables que andan por la luna, pero para siempre.

—En mitad de una clase de ciencias, el señor Martinez preguntó quién de nosotros había fantaseado alguna vez con la idea de vivir en las nubes, y todos levantamos la mano. Entonces nos contó que en las nubes el viento soplaba a doscientos kilómetros por hora, que la temperatura era de cuarenta grados bajo cero, que no había oxígeno y que todos moriríamos en segundos.

—Qué tío tan majo.

—Yo diría que era especialista en matar los sueños, Nefertari Merienmut. ¿Los volcanes te parecen maravillosos? Díselo a los diez mil cuerpos que gritaron en Pompeya. ¿Crees que todavía queda algo de magia en este mundo? No es más que moléculas sin alma rebotando entre sí al azar. ¿Te preocupa quién cuidará de ti si tus padres mueren? Haces bien, porque a su debido tiempo se convertirán en gusanos.

—La ignorancia es la felicidad —le dije.

Una azafata cruzó el pasillo con un carro de bebidas.

—¿Algo para beber? ¿Algo para beber? ¿Algo para beber?

Adrien se inclinó hacia mí y levantó la mano.

—Champán, por favor.

—¿Tenéis veintiún años? —preguntó con tono de duda.

Me recoloqué los tubos de la nariz a propósito, para que los viera. La azafata sonrió y lanzó una mirada a mi madre, que estaba dormida.

—¿No le importará? —nos preguntó.

—Qué va —le contesté.

Así que llenó de champán dos copas de plástico. Premios de consolación por tener cáncer.

Adrien y yo brindamos.

—Por ti —dijo.

—Por ti —contesté golpeando mi copa contra la suya.

Dimos un sorbo. Estrellas menos brillantes que las que habíamos tomado en el Oranjee, pero se podían beber.

—¿Sabes? —me dijo Adrien—, todo lo que dijo Van Houten era verdad.

—Puede ser, pero no era necesario ser tan despreciable. No me creo que imaginara un futuro para el hámster Sísifo pero no para la madre de Anna.

Adrien se encogió de hombros. De repente pareció ausente.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Movió la cabeza casi imperceptiblemente.

—Me duele —dijo.

—¿El pecho?

Asintió con los puños apretados. Más tarde lo describiría como un tipo gordo con una sola pierna y zapato de tacón alto de pie encima de su pecho. Puse recto el respaldo de mi asiento y me incliné hacia delante para sacar las pastillas de su mochila. Se tragó una con champán.

—¿Estás bien? —volví a preguntarle.

Adrien seguía con los puños apretados, esperando que la medicina hiciera efecto, una medicina que, más que acabar con el dolor, le distanciaba de sí mismo (y de mí).

—Parecía algo personal —me dijo Adrien en voz baja—. Como si estuviera enfadado con nosotros por algo. Me refiero a Van Houten.

Se bebió el champán que le quedaba con tragos rápidos y no tardó en quedarse dormido.

NefertariWhere stories live. Discover now