Capítulo 18

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Me despertó el móvil con una canción de The Hectic Glow, la favorita de Adrien. Eso quería decir que estaba llamándome, o que me llamaba alguien desde su teléfono. Miré la hora: las 2.35 de la madrugada. «Se ha muerto», pensé. Todo dentro de mí se desmoronó.

Apenas pude articular un «Hola».

Esperaba oír la voz destrozada de su padre o de su madre.

—Nefertari Merienmut—dijo Adrien con voz débil.

—Uf, menos mal que eres tú… Hola, hola. Te quiero.

—Nefertari Merienmut, estoy en la gasolinera. Tengo problemas. Tienes que ayudarme.

—¿Qué? ¿Dónde estás?

—En la autopista, en la Sesenta y ocho con Ditch. He hecho algo mal con el tubo-G y no puedo…

—Voy a llamar a emergencias —le dije.

—Nooooooooooooooo. Me llevarán al hospital. Nefertari, escúchame. No llames a emergencias ni a mis padres, no te lo perdonaré en la vida, no, por favor, ven, solo ven a meterme el puto tubo-G. Solo estoy… Joder, qué gilipollez. No quiero que mis padres sepan que he salido de casa. Por favor. Tengo el medicamento. Es solo que no me lo puedo meter. Por favor.

Estaba llorando. Solo lo había oído llorar así el día que volábamos a Amsterdam, cuando nos acercábamos a la puerta de su casa.

—De acuerdo, voy para allá —le dije.

Apagué el BiPAP y me conecté a una bombona de oxígeno, la metí en el carrito y me puse unas zapatillas de deporte. Salí con el pantalón de pijama rosa y una camiseta de baloncesto de los Butler que había sido de Adrien. Cogí las llaves del coche del cajón la cocina en el que las dejaba mi madre y escribí una nota por si mis padres se despertaban mientras estaba fuera.

He ido a ver a Adrien. Es importante. Perdón.

Un beso,

N.

Mientras recorría los casi cuatro kilómetros hasta la gasolinera, me espabilé lo suficiente para preguntarme por qué Adrien había salido de su casa en plena noche. Quizá había tenido alucinaciones o sus fantasías de mártir se habían apoderado de él.

Avancé por la calle Ditch con las luces parpadeando. Iba a toda velocidad en parte para llegar cuanto antes, y en parte también con la esperanza de que un poli me parara y me proporcionara una excusa para contarle a alguien que mi novio moribundo se había quedado atascado junto a una gasolinera con un tubo-G que no funcionaba. Pero no apareció ningún poli dispuesto a tomar una decisión por mí.

En el solar había solo dos coches. Me acerqué al suyo y abrí la puerta. Las luces interiores se encendieron. Adrien estaba sentado en el asiento del conductor, cubierto de vómitos y apretándose con las manos la zona de la barriga de la que se había salido el tubo-G.

—Hola —murmuró.

—Joder, Adrien, tenemos que ir al hospital.

—Solo echa un vistazo, por favor.

El mal olor me producía arcadas, pero me incliné para examinar la zona en la que le habían colocado el tubo, por encima del ombligo. Tenía la piel del abdomen caliente y muy roja.

NefertariWhere stories live. Discover now