Capítulo 24

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Tres días después, el undécimo día d. A., el padre de Adrien me llamó por la mañana. Estaba todavía enganchada al BiPAP, así que no contesté, pero escuché su mensaje después del pitido de mi teléfono.

«Hola, Nefertari, soy el padre de Adrien. He encontrado una… una libreta negra en el estante de las revistas de al lado de su cama, en el hospital, creo que lo bastante cerca para que llegara. Desgraciadamente no hay nada escrito. Todas las páginas están en blanco. Pero han arrancado las primeras páginas, creo que tres o cuatro. Hemos buscado por casa, pero no hemos encontrado las páginas, así que no sé qué hacer. Quizá esas páginas son las que decía Miguel Angel. Bueno, espero que estés bien. Rezamos por ti cada día, Nefertari. Bueno, adiós».

Tres o cuatro páginas arrancadas de una libreta que no estaban en casa de Adrien. ¿Dónde podría habérmelas dejado? ¿Pegadas con cinta adhesiva en los Funky Bones? No, no estaba lo bastante fuerte para haber llegado hasta allí.

El corazón de Jesús literal. Quizá las dejó allí en su Último Buen Día.

Al día siguiente salí hacia el grupo de apoyo veinte minutos antes. Pasé por la casa de Miguel Angel, lo recogí, y desde allí nos dirigimos al corazón de Jesús literal con las ventanas del coche bajadas y escuchando el nuevo álbum de The Hectic Glow, que acababa de salir y que Adrien nunca escucharía.

Cogimos el ascensor. Dejé a Miguel Angel sentado en el «círculo de la confianza» y empecé a recorrer lentamente el corazón literal. Busqué en todas partes: debajo de las sillas, alrededor del atril en el que leí mi discurso fúnebre, debajo de la mesa, en el tablón de anuncios, lleno de dibujos sobre el amor de Dios de los niños de la escuela religiosa dominical… Nada. Era el único sitio en el que habíamos estado juntos en los últimos días, aparte de su casa, así que o no estaba allí o algo se me había pasado por alto. Quizá me las había dejado en el hospital, pero, de ser así, casi seguro que las habían tirado después de su muerte.

Cuando me senté al lado de Miguel Angel, estaba sin aliento, de modo que dediqué todo el testimonio de cómo Noah se quedó sin huevos a decir a mis pulmones que estaban bien, que podían respirar, que había suficiente oxígeno. Me los habían drenado una semana antes de que Adrien muriera —observé el líquido amarillo saliendo por el tubo— y ya volvía a sentirlos llenos. Estaba tan concentrada diciéndome a mí misma que tenía que respirar que al principio no me di cuenta de que Noah había dicho mi nombre.

Presté atención de golpe.

—¿Sí? —pregunté.

—¿Cómo estás?

—Estoy bien, Noah. Me cuesta un poco respirar.

—¿Te gustaría compartir un recuerdo de Adrien con el grupo?

—Me gustaría morirme, Noah. ¿Alguna vez te gustaría morirte?

—Sí —me contestó sin hacer su pausa habitual—. Sí, por supuesto. ¿Y por qué no te mueres?

Lo pensé. La típica respuesta era que quería seguir viva por mis padres, porque ellos se quedarían destrozados y sin hijos por mi culpa, y de alguna manera era cierto, pero no era exactamente eso.

—No lo sé.

—¿Porque esperas ponerte mejor?

—No —le contesté—. No, no es eso. De verdad no lo sé. ¿Miguel Angel? —pregunté.

Estaba cansada de hablar.

Miguel Angel empezó a hablar del amor verdadero. No podía decirles lo que pensaba porque me parecía una mierda, pero pensaba en el universo, que quería que lo observaran, y en que tenía que observarlo lo mejor que pudiera. Sentía que estaba en deuda con el universo y que solo podría pagarla con mi atención, y que también estaba en deuda con todos aquellos que habían dejado de ser personas y con todos aquellos que todavía no lo habían sido. Básicamente, lo que mi padre me había dicho.

NefertariWhere stories live. Discover now