UN VERANO CONTIGO | Ferran Torres (2)

Capítulo IV: Ojalá no te hagan lo que me hiciste aquella vez...

MIA

Ojalá (Maria Becerra)

Llego a casa de Ferran. Es sorpresa, Héctor me pasó la ubicación de la casa, él y Natalia vinieron a Mánchester a ver un partido de Champions y estarán toda la semana aquí con el valenciano.

Pico y abre una chica alta, morena y muy guapa.

–¿Quién eres? – pregunta, en español.

–Mia, la novia de Ferran – respondo, tímida. Su presencia intimida bastante.

–Oh. No sabía que tenía novia, pasa, pasa. Soy Sira, una amiga de Ferran – dice, con una sonrisa falsa.

–Hola – digo, fingiendo una sonrisa.

Entro a la casa y el silencio es muy incómodo.

–¿Están Natalia o Héctor...? – pregunto.

–Oh sí, están fuera, ven conmigo.

Sigo a Sira hasta el jardín, donde los hermanos charlan.

–Oh. Dios. Mio. Estás aquí – dice Natalia, alargando la i.

–Estoy aquí – digo emocionada alargando la i final también.

Nos abrazamos. Tres meses y medio sin vernos. Demasiado tiempo. Abrazo también a Héctor, y nos sentamos los cuatro en los sofás que tiene Ferran en el exterior de la casa.

–Ferran está al llegar, no sabe nada – dice Natalia, emocionada –. Ya verás que cara se le quedará.

Sira no dice nada, al igual que Héctor.

Cuando pican a la puerta, Héctor se levanta a abrir la puerta apresuradamente.

–¿Qué le pasa? – pregunto.

–Anoche discutieron – murmura Natalia.

–¿Motivo?

–No lo sabemos – dice Sira.

Charlamos un poco las tres, y, aunque al principio Sira no me daba buenas vibras, parece ser que me equivocaba.

–¿Mia? – pregunta mi novio, sorprendido.

Me giro y le veo. Tiene una leve barba, el pelo mojado y el chándal del equipo. Supongo que vendrá de entrenar.

Me acerco y le abrazo. Sus brazos rodean mi cintura.

–Te he echado de menos – murmuro.

–Yo más.

–Os dejamos solos – murmura Sira.

Ferran y Héctor intercambian miradas, pero no entiendo que intentar decirse. Como siempre, la conexión entre ellos es increíble.

–¿Cómo que estás aquí? – pregunta Ferran, tomando mi mano y llevándome de nuevo al sofá.

–He decido estar en España hasta que nazca el bebé.

Él asiente.

–¿No sabes que es? – pregunta, con curiosidad.

–No. Pero queda poco, en la próxima ecografía según dijo el doctor.

Él vuelve a asentir.

–Fer que pasa – digo –. No me digas que no te pasa nada porque algo te pasa.

–Mia no pasa nada, enserio.

–Fer.

–No querrás saberlo, creeme.

–¿Qué pasa? – digo, enfadada.

–Mia no pasa nada.

–Acabas de decir que no querría saberlo. Así que algo pasa. Ferrari, dímelo.

–Cuca no.

Me levanto del sofá.

–Vengo desde Miami a darte una sorpresa, y me vienes con secretismos. Perfecto Ferran. De puta madre vamos.

Él se levanta.

–Pasó algo con Sira. Hace unas semanas. Cuando me llamaste.

Me giro. Mis ojos reprimen lágrimas.

–¿Algo como qué? – pregunto, cada vez con mas ganas de llorar.

–Estaba muy borracho, apenas recuerdo, pero cuando me levanté tenía a Sira desnuda a mi lado.

No quiero oír más y salgo de la terraza, yendo directa a por mi maleta.

–¿Mia qué pasa? – pregunta Natalia, mirándome sin entender nada.

–¿Sabías lo de Ferran? – pregunto.

–¿Ahora que ha hecho? – dice, cansada.

–Engañarme con su amiga.

Ella abre los ojos sorprendida.

–Me voy, no pinto nada.

Por eso discutirían él y Héctor, pienso.

Cojo mi maleta que todavía seguía en la entrada y salgo, seguida de Natalia, quien ha decidido marcharse conmigo de la ciudad inglesa.

–¿Tía, pero lo habéis hablado bien?

–Me lo ha contado y ya. No creo que haga falta mucho más.

Ella asiente.

Esperamos al taxi fuera de la casa del valenciano.

–Mia por favor hablemos – oigo detrás mío.

–No tengo nada que hablar contigo.

Justo llega el taxi.

–¿Natalia Bellerín Moruno? – pregunta el taxista y mi amiga asiente.

Ponemos las maletas mientras Ferran nos mira desde la entrada, llorando.

Antes de subirme al taxi, miro al moreno.

–Ya sabes lo que dice Maria, si una vez me engañas, no me engañas nunca más. Aquí se acaba Fer. No me busques. Cuando nazca el bebé podrás venir.

No dice nada, solo muerde su labio inferior. Yo subo al taxi. Una vez dentro y que arranque el coche, lloro a más no poder.

–Si lloras por un hombre, es que no es el indicado – dice el taxista.