Un día, su casa amaneció con una "x" en la puerta de entrada. Eso no significaba nada bueno. Venía un ataque y se encontraba solo.
Quería molestar al rubio lo menos posible, así que evitó decirle sobre el marcaje y decidió poner algunas cosas a su nombre, además de dejarle una cuenta bancaria a disposición de él para que todo lo que quisiese.
No tenía a nadie más a quien heredarle sus cosas, y sabía que Manu se lo merecía por mantener el secreto, cuidarle la espalda y quererlo por sobre todas las adversidades.
Durante una madrugada, sintió que alguien golpeó la puerta y de inmediato, Edgar se levantó con un arma en mano. Revisó por su teléfono quien se encontraba afuera y no se veía a nadie. Quizás su mente le estaba jugando una mala pasada. El resto de la noche no pudo conciliar el sueño, escribió mil mensajes al rubio que nunca envió.
No quería preocuparlo, deseaba que pudiese disfrutar el tiempo con Tomás lo mejor posible. De vez en cuando se sentía culpable de haberlo convencido de irse con él tan lejos, deseaba que algunas cosas fueran diferentes pero no era el caso, lamentablemente.
El resto de sus semanas sin el rubio se volvieron completamente solitarias, las carreras que hacía por la ciudad le dejaban un gusto amargo, ya que se había acostumbrado a correr junto a Manu. De vez en cuando se llamaban, Edgar estaba triste de que el menor no le pidiese los pasajes devuelta, además, tenía una ansiedad por el marcaje de su casa.
De mal en peor.