Edgar y Manu ya habían acordado un día de junta. Ambos se prestarían sus autos y el tema del rayón quedaría saldado.
Manu condujo desde su casa hasta una bencinera en específico, una que quedaba junto a una autopista.
Edgar condujo desde su hotel y fue hasta el mismo lugar que el rubio. Imposible no verlo si era el único Toyota Supra en la estación. Se ganó a su lado y tocó la bocina. Este le miró y sonrió.
Ambos se bajaron, dejando que la gente del lugar les tomara fotos a sus vehículos.
-Wena. -Saludó el rubio con un choque de manos.
-¿Cómo estai'? -Preguntó el ruliento.
Se quedaron conversando un rato hasta que Manu dijo.
-¿Llaves? -Extendió su mano para hacerle entender que quería probar el r35. A su vez, también le dejó a la vista las llaves del Supra.
-Toma. -Se las pasó y rápidamente Edgar se fue a sentar de piloto en el auto del rubio.
-No tení' idea del miedo que tengo. -Dijo Manu, en la ventanilla del lado del ruliento.
-Tranqui, sé de todo tipo de autos. Confía en mi. -Edgar quiso convencer a Manu de que su auto estaría en buenas manos. Colocó una mano sobre la del rubio y este quedó mirando aquel acto hasta que el ruliento la sacó para encender el motor.
-E-eh, ya. Nos vemos en la pista.
Le sorprendió que no le dijera nada sobre el r35, es decir, no le dijo ninguna advertencia como lo había hecho él. De todos modos, se subió y esperó a que ambos estuvieran a la par para salir de la estación. La demás gente los seguían con teléfonos en mano. La noticia de que Manuel prestara su auto, era algo de lo cual sorprenderse. Además, los reyes de los autos de Santiago y Concepción estaban en el mismo lugar, intercambiando autos.
3, 2, 1.
Y partieron.
Hicieron que las llantas rechinaran al arrancar, los motores con su sonido particular al llegar a las máximas revoluciones, el sonido desde adentro se escuchaba tan excitante como por fuera.
Todo aquello que Manu adoraba.
Y de lo que en algún momento tendría que despedirse.
¿O no?