11 de abril del año 2042.
Fueron pasando días y días, y más días. La conexión y relación con Helena era magnífica. Nos entendíamos los tres a la perfección. Pudimos recuperarnos de tanto sobresalto, huída, y disgusto. Pero esa situación que rozaba la absoluta parsimonia no duraría eternamente. Nuestras obligaciones solo habían cesado temporalmente, y pronto deberíamos volver a trabajar. En esta ocasión deberíamos buscar y encontrar a aquel mercader que nos engañó. Pero ninguno sabíamos siquiera por dónde empezar. Así que deduje que volveríamos a arrastrarnos a las calles para vagar sin rumbo y que una providencia nos llevara hasta donde el comerciante se encontrara. Pero aunque lo hiciéramos no podríamos conseguir nada. Estamos completamente desarmados.
Así pues nuestro primer debería ser el conseguir armas cuales fueran. Incluso daba igual el modelo y año, o si estaban cubiertas de polvo o telarañas. Me resultaba gracioso el hecho de que tuviésemos que ir armados para que el comerciante nos hiciera caso. De otra manera no nos lo haría. Y esto suena inocente. Suena como si no hubiese superado ya esta fase de admitir y contemplar al mundo tal cual es, pero aunque lo había hecho, me seguía resultando gracioso a la vez que penoso.
No se mostraría para nada interesado en cooperar con nosotros, y entonces deberíamos hacer algo más directo. Durante todos estos días, por pocos o muchos que fueran, nos dedicamos a ayudar a Helena mientras nos terminábamos de curar de aquella intoxicación por el veneno de esos dichosos peces del barrio anegado. La ayudamos en todos sus quehaceres cotidianos: Desde preparar la comida hasta contribuir en sus investigaciones y proyectos científicos pese a no saber nada.
¿Qué hubiera sido esta vez sin Helena? ¿Hubiéramos muerto envenenados como podríamos haberlo hecho otras tantas veces? Seguramente. Al menos eso pensaba. Durante este tiempo encontré el espacio y las condiciones adecuados para volver a reflexionar y dudar sobre todo. Durante las tardes, mientras Helena y Carlos descansaban o hacían algo, yo me retiraba a mi pequeña habitación. Sacaba el libro que mi padre me regaló y lo dejaba sobre la cama.
Observaba con detenimiento cada una de las líneas y curvas que hacía la portada, su aspecto, y... al final la acababa tocando suavemente. Al principio me resistía a abrirlo. Había algo que me empujaba a dejarlo cerrado, pero un día lo abrí. Volví a contemplar otra vez tras mucho tiempo las amarillentas páginas de aquel diario. Con un imperante y sereno silencio, retomé la escritura del libro. Empecé a contar todo lo que había sucedido desde el último punto donde me quedé hasta este mismo momento.
No solo conseguía que me desahogase, sino que también me hacía plantearme una serie de cosas. Aunque tenía la extraña manía de dejar huecos entre algunos capítulos de mi efemérides. Y esos huecos abarcaban decenas de páginas. Era todo un gusto escuchar únicamente el ruido del bolígrafo imprimiendo su tinta en las páginas con una suavidad y una delicadeza tales, que parecía que no tenía prisa alguna.
Y efectivamente no la tenía. ¿Qué era del nerviosismo ahora? ¿Y de la ansiedad? Nada. Absolutamente nada. No temía ni por mi vida ni por la de Carlos. Había algunas veces en las que de pronto cerraba los ojos y me imaginaba a mí mismo en un mundo normal, sin virus, sin destrucción, sin tiranías, sin guerras, sin fundamentalismos... Había una verde pradera entre la que sobresalían árboles esplendorosos y magníficos. Árboles con hojas tan vivas como la propia hierba que el viento mecía con suavidad de un lado hacia otro.

ESTÁS LEYENDO
El camino de Iván
Science FictionEl camino de Iván relata la historia del joven homónimo, solitario y meditativo forzado a vivir en un mundo que le arrebató el derecho a tener vida segura. La polución del aire que asediaba la ciudad era una causa constante de enfermos, a los que...