12 de Marzo del año 2042.
El día había llegado, habíamos abandonado nuestro refugio. Éramos cuatro: Mi padre, mi madre, mi hermana y yo. Salvo mi hermana y yo nadie más en la familia sabía hablar el idioma local. Nuestra casa era pequeña, con la fachada de color blanco, dos balcones, dos pisos y una gran placa de madera combinada con tejas cubría el tejado.
Detrás de la casa un pequeño jardín con columpios nuevos que nunca usamos, no tengo demasiado que decir sobre mi casa. Mi padre tenía un pequeño negocio de electrodomésticos, mi hermana estaba estudiando ingeniería industrial en la universidad y yo, yo trabajaba como profesor de alemán en una pequeña academia del centro. Vivíamos bien, ocupados y felices, hasta que… todo ocurrió.
Nos aprovisionamos de armas y comida cuando el mundo cambió, aguantamos en nuestra casa muchos años, no los llegué a contar, cuando se acabaron las provisiones alimenticias sobrevivimos como pudimos, cazando, saqueando tiendas y restaurantes abandonados.
Así, todo parecía haberse calmado pero el virus lo arrasó todo, partimos con lo puesto y con lo único que teníamos, al lugar más cercano, al lugar más seguro, hospitalario. Cuatro horas andando, con el sol en el firmamento calentando y transmitiendo su luz y fuerza. Llegamos ante los impresionantes muros de una auténtica comunidad de supervivientes.
A los lados de los muros dos desgarradas banderas se encontraban tendidas.
Eran de color blanco con un emblema, un dibujo; Un martillo y un fusil se encontraban cruzados, como dos espadas en la bandera de un pirata, ¿Qué representarían aquellos objetos?
Arriba, en los muros construidos con piedra, restos de chatarra y vehículos, se encontraban tres centinelas, dos hombres recios, con armaduras de color verde muy claro, con la cara tapada por un casco de color negro con rejillas en la parte de la boca, en sus manos llevaban un fusil pero pude apreciar también en la derecha de la cadera una pistola y al otro lado un machete.
La mujer no llevaba casco alguno, era delgada, debía tener entre veintidós y veinticuatro años, era morena, con el pelo recogido en una coleta de color castaño como el otoño, llevaba también una armadura del mismo color, un fusil un poco más pequeño que el de los otros hombres y una pistola de color plata reposando en una funda de cuero. Cuando estábamos a pocos metros de las puertas nos paramos, tomamos un respiro y entonces la chica se acercó a la almena y luego se dirigió hacia nosotros.
—¡Alto! ¿Quiénes sois? —preguntó la chica con el pequeño fusil en ristre.
Nadie dijo nada, mis padres por mucho que intentaran responder no entendían nada y no sabían cómo contestar, así que me vi en la obligación de responder yo.
—Solo somos sencillos ciudadanos —contesté yo.
—¿De dónde venís? —dijo señalándonos con la cabeza.
—Venimos de una pequeña casa que se encuentra varias calles más abajo, no recuerdo el nombre de la calle, pero no pertenecemos a ninguna facción, solo somos cuatro personas sin hogar, sin nada.
La chica bajó un poco el arma y se puso a pensar, debía estar tratando de decidirse entre si no creía y nos dejaba pasar o si pensaba que éramos espías o enemigos y fusilarnos. Finalmente bajó el arma y nos dejó pasar, aunque no parecía muy segura de su veredicto. Tras aquellas murallas se encontraba un lugar muy bonito. Era un barrio—ciudad muy grande y amplio que quizás abarcara más de dos o tres barrios. Los suelos eran de tierra y arena, pero había mucha actividad en las calles, una pequeña plaza con una fuente se erigía en el centro de aquella explanada con algún puesto comercial.
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El camino de Iván
Science FictionEl camino de Iván relata la historia del joven homónimo, solitario y meditativo forzado a vivir en un mundo que le arrebató el derecho a tener vida segura. La polución del aire que asediaba la ciudad era una causa constante de enfermos, a los que...