XIII: Atisbo de fe.

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12 de abril del año 2042.

La historia de Friedrich me conmocionó y entristeció a partes iguales. Todos acabamos siendo víctimas de otras personas, de sistemas, de convenciones sociales, de sociedades. Al final estás obligado a luchar y probablemente morir o huir sin mayor remedio. ¿Y de qué sirve tanto desgaste por una lucha perdida ya de por sí? La conversación prosiguió retomando su curso original:

—¿Entonces...tu familia está ya en el metro? —inquirí entusiasmado por la historia.

—Quiero pensar que sí... —respondió Friedrich con cierto temblor en los labios—. Todo ha ocurrido muy rápido. He estado por entregarles mi arma para que pudiesen defenderse de cualquier peligro que les acechase pero... al final no lo he hecho a sabiendas de los peligros. No sé si lo habré hecho bien...

—Seguramente hayan entrado ya en el metro y estén empezando a ser atendidos por la gente de allí.

—Por cierto, ¿a dónde os dirigíais antes de... esto?

—Al mercado de abastos, ¿lo conoces?

—Creo que sí... pero, el que yo conozco es el de antes del virus. Recuerdo haber ido algún domingo... o algo parecido. Podemos ir los dos juntos hasta allí, al menos acompañarte.

—No. No iré hacia allí. No tengo ganas de moverme, no pienso ir a ningún lugar. Lo de la lista no me ha traído más que desgracias y problemas, incluso... la muerte de Carlos... reniego de una vez por todas de mi misión, de mi objetivo, de mi todo.

—Espera... ¿la lista a la que te refieres es la misma a la que se referían en la Confederación?

—Sí. La Confederación lo sabe todo al parecer, y si ella la conoce... probablemente también tengan conocimiento el Amanecer y el Mercado.

—Así que... ¿ese es el motivo por el qué vagabais por allí arriba armados y todo eso?

—Efectivamente.

—¿Puedes dejarme ver esa lista? A ver qué dice o qué pide, si no es mucha molestia. No te la robaré ni nada.

—No la tengo ya... me engañó... un mercader y...

—Y por eso ibas al mercado de abastos, ¿no? Para recuperarla.

—Exactamente... pero paso ya. No sirve de absolutamente nada. Así que me temo que volveré... a... la... iglesia, o a mi casa... con las manos manchadas de sangre y un estrepitoso fracaso... porque eso es lo que soy... un fracasado asesino que consigue que maten a su mejor amigo... sacaré ahora mismo mi libro, mi diario, escribiré lo último que nos ha pasado y lo cerraré para siempre. No habrá más que escribir tras esto. De hecho, hasta me he dejado una entrada a medio. Sí, por la completa mitad.

—¿Escribes todo lo que te ocurre en un diario? —preguntó Friedrich con cara de asombro.

—Sí, llevo unos meses escribiéndolo... pero soy muy irregular.

—¿A qué te refieres?

—Contémplalo tú mismo —añadí mientras metía la mano en mi mochila y buscaba el diario. Tras unos instantes lo saqué impoluto a la par que inmaculado—. Léelo entero, por partes... como tú quieras...

Con los ojos grandes y abiertos, Friedrich examinó el libro desde la primera hoja. Le puso suma atención a la lectura como lo hace un niño con su libro favorito. No despegó la mirada hasta bien pasada una decena de minutos.

—Veo que tu odisea empezó en Febrero... y que... precisamente tu vida no ha sido fácil o amena... aunque mejor que otras vidas como la mía sí ha sido.

El camino de IvánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora