3 de abril del año 2042.
El siguiente punto en todo nuestro viaje pasó por atravesar el empantanado y húmedo barrio de la zona turística, que se hallaba en las inmediaciones del río que surca y parte a la ciudad en dos partes. Aquella zona era la más visitada y con mayor afluencia pero la peor prevenida. El río creció durante, según lo cuentan, los cuatro días de lluvias ácidas.
Que fueron unos días donde llovió día, tarde y noche sin cesar. Esto provocó que el río se desbordara en aquellas partes peor diseñadas para algo así, y también en las más descontroladas. Esta fue una de ellas. Se encontraba al otro lado del río, protegida por un par de vallas metálicas que no pudieron soportar el empuje y fuerza del agua.
Toda la zona se encuentra encharcada y empantanada, pero sólo algunas partes, que fueron más afectadas, como el paseo marítimo, están verdaderamente inundadas. Allí podríamos encontrar el siguiente ingrediente; El agua estancada. También, como siempre, podría existir la posibilidad de encontrar a Pedro, pero dudo que alguien viviera en una zona así, aunque, siempre las apariencias engañan, y mucho.
La zona de entrada a este barrio es notablemente distinguible por una especie de barrera rojiblanca con una señal de stop, unos metros antes de llegar a la zona anegada. Allí, entre el agua flotan y se mecen con suavidad sillas, mesas, sombrillas, y diversos objetos como carteles de menús de restaurantes.
Salimos de las ruinas de un elegante y majestuoso apartamento abandonado para acabar en el cruce con la siguiente calle y hallarnos por fin ante la barrera rojiblanca que separa al barrio turístico del resto de la ciudad. ¿Acabamos allí por pura suerte? No.
Todo estaba planeado. Íbamos recorriendo la ciudad de manera concienzuda para hallar los barrios y calles más idóneos donde encontrar lo que buscábamos. Carlos cruzó la barrera sin miramientos, pero yo me mostré más desconfiado.
—¿Qué haces? —preguntó Carlos—. ¿Por qué te paras?
—Es que no me fío de este barrio… —respondí.
—Si fuera por confianza, creo yo que no tendríamos que fiarnos ni del que venimos.
—Tienes razón.
Crucé yo también la barrera y puse mis pies en contacto con la contaminada y fría agua que bañaba la calle con mimo.
—Mejor será que nos pongamos la mascarilla —sugirió Carlos— Nunca se sabe. Tenlo en cuenta.
Me puse la mascarilla y sentí su frío pero tranquilizador abrazo. Continué caminando con dificultad, pero con la esperanza de que hubiera algún terreno que no se encontrara inundado y encharcado. Los comercios, bares, restaurantes y tiendas, se encontraban con las persianas metálicas bajadas sin permitir que el agua consiguiera atravesarlas y ocupar su espacio.
El sentido de calle era un poco estrecho, todo de manera recta y simétrica. Pronto, tuvimos que empezar, no solo a luchar contra el agua, sino a nadar entre sillas, trozos de madera, de metal, mesas de plástico, cristales incluso.
—¿Sabes Iván? Por aquí, no solo debe haber lujosos hoteles, sino un centro comercial mucho más grande que el tuyo, con más variedad de productos, más caros y “exclusivos”. Al menos eso dicen —dijo Carlos.
—¿Y por aquí vive alguna comunidad? —Pregunté con sana curiosidad.
—No, no. Hasta donde alcanzo a saber no vive nadie por aquí. Piénsalo, todo inundado, dicen que hay hasta peces… Posiblemente el virus circule por aquí, quizá por el agua. Es, lo que llaman una tierra de saqueo. Las personas que se dirigen hacia aquí, lo hacen por los productos que pueden encontrar, y que no se hallan en ningún otro sitio.
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El camino de Iván
Science FictionEl camino de Iván relata la historia del joven homónimo, solitario y meditativo forzado a vivir en un mundo que le arrebató el derecho a tener vida segura. La polución del aire que asediaba la ciudad era una causa constante de enfermos, a los que...