16 de Febrero del año 2042.
Ayúdame con este, Iván —señaló mi padre.
Mientras él sostenía al enfermo yo le apliqué en el brazo un calmante para que dejara de tener convulsiones y gritar.
Un enfermo más al que habíamos tratado. El número de enfermos crecía cada día sin ningún tipo de control debido al virus y nuestra enfermería que se hallaba en el ala este no daba abasto. Bien porque no quedaban camas o bien porque no había más médicos que pudieran atender a los enfermos. El trabajo que desempeñábamos era muy importante, frágil y difícil.
Teníamos que atender a toda la gente que llegaba aquí, ya fuera enferma, contagiada, herida por alguna bala, por cualquier cosa que fuera. En esta sala fue donde vi morir a mi madre cuando tenía seis años a causa del virus. Un virus que apareció en el año dos mil veinte debido a la polución y la contaminación de la atmósfera.
Cuando lo coges pierdes fuerzas, te cuesta respirar y siente múltiples dolores en varias zonas. Aproximadamente en tres días acabas falleciendo y lo único que puede mejorar tu situación aunque sea temporalmente son los calmantes. Éstos son muy valiosos y escasos. Han llegado a ser tan necesarios y preciados que han constituido junto con las pastillas la nueva moneda con la que se trata en la actualidad.
Por lo que me contaron empezó en los barrios más pobres y con peor higiene de la ciudad, pero pronto se extendió por casi toda la localidad; Ante esto el gobierno no supo qué hacer y cuando realmente tuvo algo ya no podía ponerlo en práctica así que éste se disolvió en pos de la supervivencia de cada uno. Este hecho nos arrojó precipitadamente a un mundo sin reglas ni impedimentos.
Los supervivientes se organizaron en grupos y comunidades para velar por unos intereses comunes. Se establecieron en cualquier lugar que no se hallaba infectado, este podía ser; un hospital, una comisaría, un centro comercial, una tienda… Dentro de estas comunidades sus miembros se repartieron de manera equitativa —a veces desigual— las tareas y en torno a ideologías o religiones comunes.
Eso es lo que he podido descubrir debido a mi experiencia y al tiempo que llevo en esta enfermería. Una enfermería que es grande y amplia, con las paredes gruesas de un material que debía ser hierro o acero y el suelo de un material brillante y arañado que imagino que debía estar hecho de lo mismo. Antes era un almacén, donde podías ver grandes estanterías y millares de cajas con cosas que sorprenderían a más de uno.
Todo esto fue movido y retirado antes de que yo naciera para hacer una enfermería improvisada, me pregunto qué harían con ellas… Ahora la sala entera que antes alojaba montones de cajas, objetos y trastos era un espacio exclusivo y retirado del resto del Centro Comercial, ahora alojaba enfermos y montones de trastos y materiales quirúrgicos. Era tan importante y peligrosa la enfermería que para estar en ella había que usar mascarilla si no querías acabar cogiendo lo mismo que los enfermos.
Las mascarillas del siglo XXI poco se parecen a las del siglo pasado, estas son más ligeras, solo ocupaban la barbilla, la mandíbula y las fosas nasales y no usaban filtros como las anteriores, así no tenías que temporizar el tiempo de cada filtro, en su lugar disponía de unas rejillas de milímetros de grosor lo suficientemente amplias como para dejar pasar el aire necesario, lo único malo es que si pasabas demasiado tiempo en un lugar asediado por el virus podías acabar infectado.
Llevaba ya casi siete años ejerciendo la medicina, mi padre mi empezó a dar a clases con once años. Todos en la familia eran médicos menos mi tío Guillermo, un hombre barbudo, bajo, corpulento, con años a su espalda, y un humor y optimismo sin iguales.
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El camino de Iván
Science FictionEl camino de Iván relata la historia del joven homónimo, solitario y meditativo forzado a vivir en un mundo que le arrebató el derecho a tener vida segura. La polución del aire que asediaba la ciudad era una causa constante de enfermos, a los que...