XV: Descenso

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18 de mayo del año 2042.

El atardecer se extendió por toda la bóveda celestial y posteriormente fue absorbido por la noche que dejó caer suavemente sus sombras y oscuridad. Bajo la mortecina luz de la Luna y nuestra linterna anduvimos por calles a través de edificios, escombros, cuerpos... nuestro refugio por aquella noche consistió en un apartado callejón abandonado. Cerca de él había algunos deformados y mugrientos colchones y sábanas que desbordaban por unos contenedores de basura. Era algo asqueroso e incómodo, pero no había otra opción. Hacía algo de calor aquella noche, con lo que me costó varios horrores el hecho de poder por fin coger el sueño. Nos levantamos con los primeros rayos del alba y algún que otro dolor de espalda. Comenzamos a caminar por calles difuminadas y edificios que parecían pertenecer más a un óleo que a la propia realidad. El cielo se me asemejaba a un fondo azul claro hecho de plastilina. El silencio tenía su reino instalado aquí; no se escuchaba nada, no había nada. La armonía, algo impropio del lugar, era la constante vital a cada paso que dábamos. Ambos estábamos ciertamente felices, sin preocupaciones.

—¿Has dormido bien? —preguntó Friedrich con una sonrisa—. Yo no mucho, ese colchón... ahora entiendo por qué estaba tirado en el contenedor —añadió y luego se empezó a reír a carcajadas.

—Me ha costado severamente... tengo los huesos como si los hubiesen perforado... y el colchón... era asqueroso. Además hacía algo de calor.

—Ahora tendremos que ver dónde conseguir la jalea real —dijo Friedrich mientras se paraba en seco—. No tengo ni idea de dónde podremos encontrarla.

—Pues yo tampoco sé por dónde podríamos empezar... —respondí—. ¿qué tal algún supermercado o algo de este estilo?

—No es mala idea. En este momento estamos algo perdidos, pero será cuestión de ubicarnos.

En nuestra caminata por callejas y lugares totalmente desprovistos de actividad y vida de cualquier tipo nos topamos en un cruce con el virus de nuevo. Él dominaba toda la tierra más allá del largo que pasaba por al lado de los muros de una gran finca de enormes dimensiones y que se asemejaba como a un palacio o una mansión, pero no precisamente lustrosa, pues su fachada era sencilla, compuesta por piedra y ladrillos y dividida en alas, rematadas por sobresalientes chimeneas inactivas. Dentro del espacio de la finca solo había gravilla y tierra, en la cual se ocultaban algunos vehículos. Podríamos haber seguido otra ruta de las que había más allá del cruce, por ejemplo por el camino de la izquierda, pero no; fuimos por allí. Con nuestras mascarillas nos adentramos y con prisa recorrimos el paseo. Frente a las puertas de la mansión creía ver a alguien... debía ser el antiguo habitante de la mansión, aunque su ropa... esa chaqueta... aparté mi mirada de allí tras desvanecerse la sombra y proseguí caminando con prisa. Al salir de aquella zona, pasando por una óptica, escuchamos ruidos. Y al doblar la esquina los vimos: eran soldados de la Confederación. Siete soldados de la Confederación con sus tupidas ropas que actuaban como armadura, fusiles mortales y machetes en el lado derecho de sus caderas. Por unos segundos nos encontrábamos absolutamente paralizados; no sabíamos qué hacer. Lo que hicimos al final fue emprender una carrera por la izquierda hasta encontrar algún lugar donde escondernos o al menos donde cubrirnos para evitar ser disparados; nos vieron; echaron a correr detrás de nosotros mientras disparaban, no obstante nada conseguía alcanzarnos.

—¡Son ellos! —gritó uno de los soldados mientras nos señalaba con su fusil—. ¡Tienen la lista!

Y una de esas polvorientas y odiosas balas alcanzó el gemelo de Friedrich que empezaba a manar sangre y le obligaba a cojear. Se paró en seco mientras alargaba los brazos hacia mí y dijo al mismo tiempo que se daba la vuelta y empezaba a dispararles por detrás:

El camino de IvánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora